Once o doce horas metidos allí dentro, casi nada. Por la mañana, con doble obligación: como padres y como público. Por la tarde, ya a secas, solo lo segundo. Me dirán que eso qué le importa a los que lean esto y cierto es, pero, por una parte, nos merecíamos el homenaje, que permanecer tantas horas de pie, primero persiguiendo a una niña de cuatro años de castillo hinchable en castillo hinchable, y después ya solos, es un ejercicio que ni el récord de maratón que, por cierto, hasta donde yo sé, también lo tiene el WOP, en la categoría a relevos de 400 metros, por lo menos. Sobrevivimos, eso sí, en un Urban Hall Euskalduna, creo que se llama así, donde se celebró la novena edición del WOP Festival.
A estas alturas, explicar qué es el Walk On Project creo que no es necesario, pero por si queda alguien que aún no les haya aplaudido y felicitado, son una fundación benéfica que se dedica a recaudar dinero para financiar proyectos en busca de terapias para enfermedades neurodegenerativas. Si no conoces la historia de Mikel, Mentxu, su hijo Jon y toda la gente que les ayuda, busca en internet, infórmate, y súbete al carro, o más bien al escenario, porque llevan ya varios años dedicándose a esta labor benefactora a través de la música popular, devolviéndole a la gente cultura de la buena a cambio de un poco de solidaridad. Y por eso, y ya voy terminando con la introducción, me pareció oportuno empezar de manera más personal, porque, al fin y al cabo, el festival tenía un aire familiar, casi entrañable, con gente en la barra que sonreía y daba las gracias, agradables mujeres en la puerta que intentaban que no te apretara la pulsera, jóvenes alegres ejerciendo de voluntarios con paciencia, etecé etecé. Y es que después de doce horas allí metido, si las llego a tener, igual hasta me pongo las pantuflas, porque esa era la sensación que tenía uno, que no estaba en el hall del Euskalduna sino en el salón-comedor de la familia WOP.
Y ahora, música. El WOP lleva ya varios años, van camino de los diez, celebrando este festival, y en ediciones anteriores trajeron a bandas internacionales tan renombradas como Cracker, Vintage Trouble, The Long Ryders, The Hives, The Dream Syndicate, The Jayhawks, North Mississippi Allstars… y no sé cuántas más. En esta ocasión, todo quedó en casa o cerca. Doce bandas en directo, todas peninsulares, diez de ellas de la tierra, más Los Deltonos, desde Muriedas, Cantabria, como se encargó Hendrik Röver de recordarnos, y los zaragozanos The Kleejoss Band. Un detalle: se tocaron, en directo, el “Lau Teilatu” de Itoiz, el “Loretxoa” de Exkixu, el “Negua joan da ta” de Zea Mays, el “Corazón de tango” de Doctor Deseo… Por un momento, parecía que estábamos en una representación en directo del texto en Historia del Rock Vasco: edozein herriko jaixetan de Elena López Agirre. Y, sin embargo, al mismo tiempo, había un rollo como universal, de raíces abiertas, de conversación entre culturas, y por ahí vamos a empezar con el primero.
Porque el primero en subir al escenario fue William, que nos explicó, de paso, que se llama Guillermo, pero todos le llaman William, que tiene como 9 hermanos y 28 sobrinos, que su banda es Los Brazos y que sabe mazo de blues y de historia del rock. Y es que se subió al escenario y estuvo más afable y conversador de lo que estarían todo el resto de bandas juntas. Aprovechó para acompañar sus versiones con un toque didáctico que no resultó cansino. Todavía entraba el sol por los ventanales, cuando se libraba de las nubes, y fuera se veía a un grupo de adolescentes ensayando coreografías. Tenía aquello un rollo distendido y proclive para lo que hizo William: hablar de sí mismo y de música, mientras tocaba con la única compañía de su guitarra acústica y su poderosa voz, canciones como “The House of the Rising Sun”, el “I Put a Spell on You” de Screamin’ Jay Hawkins o el “Eleanor Rigby” de The Beatles, única banda con dos versiones en el festival. También cayeron, si no me confundo, Aerosmith y Tom Petty, y cerró su breve pero intenso concierto con una canción suya, de su recomendable banda Los Brazos, “Cold”. Por supuesto, pidió un aplauso para la gente del WOP, algo que harían, de diferentes maneras y cada uno a su estilo, todos los grupos invitados.
Quizás por compensar, o simplemente porque son así, al grano y al baile, Santi Delgado anunció que ellos iban a hacer lo contrario a lo que había hecho William: “Queremos tocar mucho, hablar poco, así que vamos con…” Y fueron con su versión de “Los Ramones” de Los Pistones. Antes, Santi Delgado & The Runaway Lovers ya habían empezado a tope con “Mike Love Stomp”, “Es por ti” y “Juan de Pablos”. Puede que me equivoque, por supuesto, que no llevo libreta y las teclas del móvil no me ayudan a apuntar rápido y bien, más aún cuando luego tengo que desentrañar lo que escribí un par de días después y no me entero de la misa la media, que decía mi abuela, pero creo que todo eso lo cantaron antes de que anunciaran que iban a probar una nueva que se titulaba “Bilbao” o puede que al final se titule, con coña sabiniana, y no de Sabino Arana, “Pongamos que hablo de Bilbao”, según contaron. Le dedicaron “Esa magia especial” a la gente del WOP y la letra lo dice todo, hay tienes el porqué, todo junto y con tilde en la e. Y terminaron arriba con “Flequillón” y “Runaway Lover”, haciendo las delicias de una parroquia que ya los tiene como insignes de Bilbao, casi más que el tigre de Lucarini que, por cierto, se veía bien iluminado al otro lado de la ría cada vez que se salía a fumar a la terraza.
Un momento álgido e inesperado del festival llegó a continuación. El único grupo que no se subió al escenario alegró el momento que muchos aprovecharon para comer con su romería interactiva. En la frontera entre la zona infantil y el espacio vacío frente al escenario, se dispusieron en formación de ochote con violín, dulzaina y/o txistu (o ninguno de los dos, pero instrumentos de viento), guitarra eléctrica, guitarra acústica y un batería que le daba fino, serio y con actitud. Hablamos de Taberna Ibiltaria, que, probablemente, fueran la sorpresa, la alegría y lo más punk del festival. Una celebración de la cultura vasca bien entendida que llegó a la fibra sensible y a las caderas de los que se quedaron por allí. Sinceramente, he dicho que son un ochote porque conté a cinco con las manos en los bolsillos cantando en una fila, más los dos que se movían por el centro aprovechando el micrófono con petaca. Como el de los vientos también cantaba, ocho: ochote, folclore vasco, canciones de fiesta y feria, de llar y bar, con un toque moderno, más urgente y efervescente. Además de cantar el cancionero vasco más tradicional, se atrevieron, por ejemplo, con el “Soldadito marinero” de Platero y Tú y cerraron en modo climático encadenando el “Loretxoa” de Exkixu y el “Bella Ciao”. Antes, obligaron a la peña a ponerse en círculo cerrado, le pidieron a un par de chicas que grabaran el momento, y se cascaron una versión del “Lau Teilatu” de Itoiz con los pechos bien hinchados y la colaboración de todo quisqui, incluyendo a Xabi Madina y Mikel Rentería de WOP Band o a Juanjo Ibarra y Santi Delgado de Runaway Lovers. Se llevaron una buena sarta de aplausos. Grandes.
Basurita le puso contraste a esto. Les leí hace tiempo en una entrevista en El Correo, creo, que no se consideraban un supergrupo, pero es cierto que el currículo de sus miembros, si lo laminas en acero, te da para hacer una pasarela y cruzar las dos márgenes de la ría. Es difícil clasificarles. Te incitan a recuperar la etiqueta indie o recurrir simplemente al paraguas del rock and roll, pero es que parecen un ejercicio libre, donde se pasa del ensayo a la melodía sin más ambición que la emoción de la música, a menudo en medios tiempos pero sin perder electricidad. Versionearon a Germán Coppini y presentaron una canción nueva que creo que se titulaba “El gran feliz”.
Detrás llegaron las MoonShakers (foto superior), mezclando inglés y castellano. Recuperaron el sonido de festival, por recurrir a una expresión vacía, con la que quiero decir que se oía bien el bombo y que aquello iba de energía, actitud y rock and roll urgente. Se confundieron en el momento de terminar, cumplieron con las expectativas y, si quieres que te diga alguna canción del repertorio, recuerdo, porque hablaron de la manipulación mediática, que igual ni hacía falta decirlo porque queda bien claro en la letra, que tocaron “Manipúlame”, de su disco “Visitantes”, de 2018.
Seguimos: luego en la mesa del merchan, se puso Luis Kleiser a vender camisetas y discos, casi sin que le diera tiempo a recuperar el resuello, con compromiso. Y así me lo dijo: “ha sido llegar, enchufar y tocar”. Y así les salió: inmediato, directo, natural, como la música de The Kleejoss Band (foto inferior). Si eres de los que coincide con lo que luego evocaría Hendrik Röver con mucho más estilo de lo que yo lo escribo aquí, que para ser feliz te puede servir con “un porche mirando al sol, una guitarra y una canción, una cerveza y rock and roll”, le tienes a él y también a estos. Pura energía en directo, reforzando unas canciones compactas, bien estructuradas. Así se recorrieron, principalmente, su último disco, “El Secreto”, sonando, por ejemplo, una “Shine On” cañera y estimulante; la que les sirvió para abrir su concierto, “Earth & Roots”; o la delicada “Keep on Hating Me”. Fueron de lo mejor de la noche, casi sin bajarse del coche, siempre cercanos, frescos y accesibles.
Otro de los momentos de apogeo del festival, a tenor del volumen creciente en la masa de público, llegó con El deseo del doctor, que debería decir que son Doctor Deseo en formato acústico o casi acústico, no lo sé. Bajista, teclista, guitarrista y Francis se sentaron en sus sillas y en línea, aunque como no podía ser de otra manera, el cantante bilbaíno no tardaría en ponerse de pie. El batería, claro, también estaba sentado, y concentrado, pero subido a su altillo, detrás del instrumento como parapeto. Abrieron con “Ni naiz”, como para dejarlo claro, y destacaron con una preciosista “Soñar, desear y atreverse”. Hasta al batera se le escapó cantar con ganas el verso clave mientras le pegaba fuerte con las baquetas a los platillos. Es la música y la literatura de Francis, carne y alma, con una colección de imágenes poéticas de las que parece haberse apoderado: “En el mar de tu saliva” y cosas así que, por como luego las pone en verbo, parecen ser su lenguaje privado y único. Para cantar otro viejo clásico, el “Abrázame”, pidieron la colaboración de Aiora Renteria, de Zea Mays (foto inferior), quien se prestó a hacerlo, recibiéndola con elegancia Francis cuando subió al escenario. “El placer de conspirar” les quedó casi rumbera y llegó el momento popular, que Francis pareció tomarse con resignación, susurrándole a Josi, su bajista, al que tenía a su derecha: “Esta me suena”, a lo que el otro contestó con una sonrisa socorrida. Era el “Corazón de tango”, tengo que cantarla, claro, y todos lo hicimos, porque de repente se te vinieron encima los años, y más aún cuando luego siguieron dos más que demuestran la alcurnia y alcance de esta banda, “A mi pequeña María” y “La chica del Batzoki”, con las que Toro, avezado guitarrista, hizo malabares muy profesionales para evitar un acople.
Muchos se fueron después de esto, luego volverían. Otros nos quedamos para ver a Gari (foto inferior), quien, aunque no lo pareciera, llegó con la lengua fuera, que lo dijo él, y se olvidó la cejilla en camerinos y yo qué sé lo qué. Él solo, de pie, en medio del escenario, con su guitarra eléctrica enchufada a un pequeño ampli naranja, se dedicó a desnudar su repertorio con la confianza que le da tener una voz llena de expresividad. Empezó fuerte con “Amets” y le dio después un toque melancólico, con permiso, que lo pidió él, a viejas canciones de su larga carrera musical, más o menos recientes, entre las que destacaron algunas como “Esperantzara kondenatua” y “Egunon mundo”, que sobrevivieron muy bien en paños menores.
Zea Mays también redujo su plantel. Para la ocasión, fueron solo dos, Aiora Rentería y Piti Imaz con guitarra acústica, que terminaría tocando de pie y en vertical para agradecer a la gente los aplausos. Cayeron canciones eléctricas, medios tiempos y otros que originalmente no lo son, como “Enbata”, “Kea” o “Ilunetan”, con el bonito silbido por delante. “Elektrizitatea” fue un buen ejemplo de la calidad vocal de Aiora Renteria que es capaz de ejemplificar la agonía para reventar con significación después, en una canción en la que su voz le da aún más contenido a la letra. Por supuesto, sin que la pidieran, llegó “Negua joan da ta”, que, antes de empezarla, ya estaba la gente dando palmas, y la escuches las veces que la escuches no pierde belleza.
Del euskera al inglés sin salir de la tierra. Los próximos fueron, eso sí, más numerosos en membresía. The Fakeband (foto inferior) se lanzaron a la yugular, abriendo su concierto con “Don’t Save My Life”. Es como enseñar primero la credencial: esto va a ser lo que os vamos a dar, melodías y armonías, varias voces, mucha cuerda en diferentes tonalidades, paisajes soleados, algo de épica folk, pop y country-rock que se podía haber escuchado descalzo y repantingado, que no nos hubiera venido mal a alguno. También estos son gente con largo recorrido que llevan tiempo ejerciendo bien la conexión cultural entre rincones muy alejados del mundo. Versionearon el “I’m Down” de The Beatles, pero si quieres que te diga la verdad, me quedo con su material original, con canciones como “I Was Wrong”, “Kate”, “Let Me Be Myself” o “Top of the World”, que regalaron con actitud y buena ejecución.
Los siguientes en la lista eran El Inquilino Comunista (foto inferior). Como si el tiempo no hubiera pasado, siguieron haciendo bien lo que empezaron a hacer igualmente hace ya muchos años, destacando una sección rítmica de aúpa, con Javier Letamendia levantando canciones sin ayuda de nadie a base de redobles y con la presencia hiperactiva de un Ricardo Andrade al bajo que hizo sus clásicos arrodillamientos, sufrió esos ataques de epilepsia que parece que solo le afectan a su mano derecha cuando azota las cuerdas, tocó con sentido al borde del escenario, se movió de aquí para allá, y hasta, en un momento dado, acabó sentado en la banqueta abandonada del teclista. Se despidieron con un gracias “a la peña del WOP por montar esto” y les exigieron a silbidos un beste bat que no se produjo. Ojo a esto, que duele, después de este, muchos se fueron, lo que no acaba de entenderse, pero cada uno es libre.
Y es que, si se nos permite, quedaba lo mejor, el postre, la guinda del pastel, la IPA volcada sobre la garganta, lo que quieras. No sé cuántos estábamos, pero da igual, Los Deltonos (foto encabezado )salieron al escenario, arrancaron con “Gasolina”, terminaron en inglés con el “Hard Luck Blues” de Leroi Brothers, porque les da la gana y pueden hacerlo, y en ningún momento bajó la aguja del sismógrafo del diez. Mira qué colección de ondas elásticas: “Taquicardia”, “Qué podríamos hacer”, “Elvis”, “Águila”, “El Sur”, “Magia”, “Vergüenza”, “Cazador”, “Discotheque Breakdown”, “Fuego”, “Correcto”, “Saluda al rey”, “Listo”, “Salud!”, “No, señor”, “(Soy un) Hombre enfermo” y las dos mencionadas antes. Pongo todo eso ahí y qué más añadir; que creo que me falta una, nada más. Aún así, estoy satisfecho, porque, te lo creas o no, ni robé el setlist ni le he pedido pistas a nadie. Todo eso, con errores o sin errores, me lo guardé yo en la cabeza, que como la tengo hueca, tengo sitio para eso y más. Por ejemplo, que alguien me diga si se puede superar lo de “hay un punto ciego en el atardecer cuando el día no se acaba de ir, en ese punto ciego quedaremos tú y yo…” de “Taquicardia”. No hace falta decirlo ya, pero lo digo: Hendrik Röver es uno de los mejores escritores de canciones en lengua romance que ha parido madre y es por cosas como esas y por otras que parecen más sencillas, porque sabe encajar en el espacio estrecho de una canción las sílabas justas para que no chirríe ninguna, utilizando una literatura común, inmediata y nuestra que se convierte en eso, literatura de la buena, porque consigue ponerla en su sitio, acompañada de la música, dibujando una historia, una escena, una idea, un personaje que gana empaque y veracidad con su enunciación sin artificios ni remilgos. Así lo veo yo. Y me he quedado a gusto. Se pidió un aplauso para el WOP, hicieron rock and roll y blues, Fernando Macaya a lo suyo, que es bueno, Röver llamando a Euskadi “esta zona geográfica” para evitar berenjenales mientras anticipaba uno más de sus alegatos contra la estupidez humana... y más. Cantaron casi tanto de “Fuego” como de “Tres hombres enfermos”, demostrando que treinta años no son nada y algún día alguien irá de procesión profana hasta Muriedas, Cantabria, para venerarles el legado.
Fuera llovía, que es pura poesía, porque después de dejar la música dentro, eso te sirve de sinfonía de la vida real. Cuando abandonábamos la burbuja del Urban Hall del Euskalduna, exhaustos pero felices, dieron hasta ganas de despedirse de los anfitriones y llevarse una pequeña tartera con las sobras de la cena. En su lugar, lo que nos llevamos, bajo el paraguas de mano, fue una buena colección de canciones para agrandar nuestra memoria musical y, sobre todo para, como, en el fondo, consiguen recordarnos siempre esta peña del WOP, para que no olvidemos que merece la pena mirar adelante con esperanza e ilusión o, como decía la canción que les dedicaron los Runaway Lovers, que nunca renunciemos a soñar. Soñar no sé si soñé el sábado por la noche, pero dormir, dormimos como campeones.
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