Sigue siendo un señor misterio que 20 años después de su nacimiento The Asteroid #4 (foto inferior) sean unos grandes desconocidos. ¿Cuál es la razón de este apartheid? ¿Existe una especie de conspiración judeo-masónica que justifique su ostracismo en el rock? Si a su paso por Bilbao no congregaron a más de 100 personas, en Donostia la mayoría de los asistentes habían ido al Dabadaba a zamparse la ración de psicodelia de Wooden Shjips. Los californianos pican un poco de todos los lados (sonido West Coast, shoegaze, psych-rock, pop) y eso les hace ganar puntos: su propuesta no es difusa ni se anda por las ramas, sino que sencillamente se manejan a las mil maravillas en diferentes registros. Empezaron escorados hacia terrenos que van de los Byrds a Galaxy 500, compactos y muy melódicos, sacando millones de matices a sus tres guitarras. De esta primera tanda pertenecen buena parte de las canciones (“Ghost Garden”, “Sagamore”) de su último álbum, Collide, que abre una nueva etapa en la historia de la banda californiana.
Se mostraron más densos y ruidosos en la segunda parte del concierto, recordando a veces a Hakwind (el grupo psicotrópico de Lemmy antes de Motörhead) y otras a compañeros de viaje de rock psicodélico como Brian Jonestown Masscacre y The Warlocks. No perdieron gancho. Al contrario: los que no habían conectado con su vena más pop se vinieron arriba. Cayó “The Windmill of the Autumn Sky” como un oasis folk entre la maraña de guitarras y terminaron surcando el cielo con “I Want To Touch You”, otra demostración de poderío. Fueron 50 minutos que se hicieron muy cortos, la verdad.
Hermanados por su imagen de barbudos señores con pelo alborotado y canoso, los cuatro miembros de Wooden Shjips (foto inferior y encabezado) salieron con un aspecto ligeramente desaliñado. Exceptuando al bajista Dusty Jermier, el resto lucía una camiseta blanca que contrastaba con las apabullantes y coloridas proyecciones psicodélicas del fondo del escenario. Como ocurre con el proyecto paralelo de Ripley Johnson, Moon Duo, uno de los puntos fuertes del grupo de San Francisco es su apuesta visual como parte intrínseca del concierto. Un concierto de Wooden Shjips no sería lo mismo sin sus proyecciones.
Hace ya un tiempo que no suscitan entusiastas adhesiones y quizás se han vuelto pelín conservadores: tanto sus discos como sus actuaciones tienen un marcado punto de déja vù, como si ya nos supiéramos el guión de pe a pa de estos hijos del verano del 67, Woodstock, el kraut y un batallón de drones y loops. A estas alturas lo más interesante de Wooden Shjips consiste en (re)descubrir la excelencia de sus composiciones, extraer la búsqueda de la perfección de una fórmula de la que son alumnos aventajados. Y en Donostia hubo al menos dos momentos que valieron su peso en oro. El primero tiene que ver en un final desbocado, como los caballos del poema de Bukowski, que entusiasmaron (ahora sí) al público y desembocó en una tanda de bises triunfante. El segundo highlight pasó mucho más desapercibido, pero fue de una belleza abrumadora. A los 20 minutos de concierto cayó “Ride on”, del último disco "V.". Ripley Johnson suavizó su garganta, invocó a Neil Young, Red House Painters y a otros artesanos del rock, y lleno la sala de grandeza.
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