Sin entrar en las virtudes de la música de Will Johnson, que son muchas y variadas, su gira por nuestra país este año resultaba un plato aún más apetecible de lo habitual. Su último álbum, “Swan City Vampires”, es sin duda uno de los grandes discos del año, una colección de sonidos y canciones casi perfecta que engloba todos los aspectos de los universos musicales de Johnson: preciosas melodías vocales que se elevan siempre sobre composiciones muy orgánicas, interpretadas de forma intensa, pero delicada, con un sentido muy acusado de la melancolía. En realidad Johnson es un songwriter americano tradicional pasado por la picadora grunge de primeros de los 90, caldo de cultivo en el que se gestó su principal proyecto, Centro-matic, que no era sino una extensión hiperelectrificada de la singular personalidad del cantautor.
Así, como un Townes Van Zandt del siglo XXI, acompañado exclusivamente de su mochila y de su vieja acústica Kay de los años 60, Johnson se presentó en su nueva gira española como casi siempre que ha estado en nuestro país: solo. “Me encantaría poder hacer una gira con banda por aquí, pero no puedo financiarlo”, me dice tras el concierto. Y es una lástima porque “Swan City Vampires” no está hecho solo de canciones, sino que es una cuidada pieza sonora construida tanto sobre las composiciones como sobre los arreglos instrumentales, extremadamente sencillos pero demoledores escuchados en conjunto.
Esto no quiere decir que Johnson en solitario no sea un auténtico vendaval emocional con solo un puñado de cuerdas en acción: las de su guitarra y, especialmente, las vocales, su verdadero don. Es imposible mostrar impermeabilidad ante la voz de Johnson, un prodigio de expresividad que agarra con fuerza al espectador y lo mantiene en vilo hasta el final de cada canción, estrofa a estrofa. Johnson es un profeta de la melancolía, y su voz una religión en la que uno cree desde el primer momento, porque transmite honestidad y humanidad. A veces es un corazón roto hablándote, otras veces es una vieja historia escuchada mil veces, pero siempre veraz y empática. “Es el decimotercer día de la gira, y la maleta empieza a oler a pollo frito y tristeza”, dice Johnson durante el concierto, y la audiencia establece de inmediato una conexión con el trovador, dejándose embriagar por el suave vaivén provocado por el traqueteo de acordes menores y voces exquisitas que, como el tren que le ha traído a la ciudad, nos lleva por las extensas llanuras de sus canciones. “Han sido seis horas de tren”, dice Johnson, visiblemente cansado; la diferencia es que nosotros podríamos pasarnos seis horas subidos a sus canciones, y aún pediríamos más.
Tal vez por el formato, o tal vez por cierto escepticismo ante la idea de que en Europa alguien se haya enterado de que tiene nuevo disco, Johnson optó en Donostia por un repertorio variado, extraído tanto de sus álbumes en solitario (especialmente de “Scorpion” y “Swan City Vampires”), como de los de Centro-matic, South San Gabriel o su disco en colaboración con su fallecido amigo y colega Jason Molina. El año pasado Johnson dio por concluida la trayectoria de Centro-matic después de veinte años de existencia, lo que abrió el proceso de centralización de su obra culminado en “Swan City Vampires”. A sus 44 años, está claro que no necesita más que su voz y una vieja guitarra para convencer a propios y extraños de que es una de las voces más relevantes de la música norteamericana de este siglo
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