Entre la penumbra y la niebla se empiezan a intuir los paneles de luz del grupo. La banda aparece tímidamente al escenario, pero no sin la ovación reglamentaria. Suenan los primeros acordes de la primera canción de su último disco, una de esas normas no escritas en toda gira de presentación de álbum. Empieza el juego de destellos de White Lies.
Los británicos nos transportan con facilidad a su burbuja atemporal con sabor retro heredero directo los ochenta, pero arraigados en el presente. Lo suyo les ha costado: después de tantear sonidos más electrónicos decidieron retomar en “Big TV” de 2013 esa melancolía pop que marcaba la dirección de su primer disco “To Lose My Life”. Ahora, tres años después, han vuelto con “Friends”, que si bien sigue esa añoranza de corazones rotos y amores imposibles de su primer disco se deja comer terreno en el setlist con facilidad.
La estela de su primer disco aún les persigue. No les incomoda: el público se desvive cuando vuelven a temas como “EST” y “Farewell To The Fairground”. Deambulan entre las sombras con facilidad. La voz dramática y profunda de Harry McVeigh y el impoluto bajo de Charles Cave invitan a despegar los pies del suelo mientras nos transportan a su propio mundo volátil de luces vívidas y pesadumbre, de final de verano y esperanza perdida. La música triste nos hace felices. La emocional “The Price Of Love” (de su primer disco, rescatada en el setlist para esta gira) o el bailable hit “Getting Even” consiguen brillar en ese imaginario sinuoso que ha hilado White Lies poco a poco.
Recuperar su melancolía pop en nuevas canciones como “Is My Love Enough”, más propia de su primer trabajo, les ha hecho ganar ese interés que por momentos se perdía en la narrativa de su segundo y tercer trabajo. White Lies encandilan a un público que sonríe a la añoranza que pregonan, porque ellos son de los que resplandecen cuando está más oscuro.
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