La novia cadáver

Es la noche de Halloween, uno de esos horrores importados de una cultura que no es la nuestra y que, año tras año, va calando más entre nosotros. Una gota malaya de la globalización que también nos trae cosas buenas. Cosas tan buenas como un concierto de Weyes Blood.

Ataviada como si de la ‘novia cadáver’ se tratara, con un vestido-túnica de blanco impoluto y sonrisa perversa, surge sobre el escenario flotando, espectral e inalcanzable, para recibir la primera gran ovación de la noche, sin que haya sonado todavía una sola nota. Hay expectación y la sala Apolo hace tiempo que colgó el cartel de ‘no hay entradas’.

Suena “It's Not Just Me, It's Everybody”, la primera de la noche, la misma que abre su último largo, el abrumador y aclamado “And In The Darkness, Hearts Aglow” (SubPop, 22). Los graves saturan el ambiente y ella canta una octava por debajo, gruesa, acariciando las sílabas, calentando esa voz capaz de hipnotizar a un hipopótamo.

Se palpa en el ambiente que la noche va ser mágica. “Childen Of The Empire” suena impoluta. Tan bien, que si me dicen que todo está pregrabado me lo creería a pies juntillas. Llega ese puente maravilloso, el de los chasquidos, y el vello se eriza. Natalie Laura Mering ha salido a morder la yugular. A dejarnos sin gota de sangre y convertirnos en devotos de su envolvente dream-pop.

“Diary”, la tercera del lote, nos traslada a la apertura de “Front Row Seat To Earth” (Kemado, 16) cuando todavía era un rumor entre unos pocos. Sonidos vaporosos y resulta inevitable acordarse de Kate Bush. Finaliza y, entre candelabros con telarañas, se dirige al público para explicarnos lo obvio, que Halloween es su noche favorita del año.

Llega el tramo central del concierto compuesto por “Andromeda”, “Grapewine” y Do You Need My Love” y su papel de sacerdotisa del pop barroco se agranda y aquí solo cabe hacerse unas cuantas preguntas: ¿Qué le deparará el futuro? ¿sabrá maniobrar para escapar del personaje que ella misma ha creado? ¿podrá reinventarse y volverse imprevisible como PJ Harvey, Anohni o Feist? ¿opositará a ser la Florence Welch estadounidense o se quedará en este estatus mucho más pequeño? Todas estas preguntas, ahora absurdas, se agolpan en mi cerebro mientras cierro los ojos y me dejo transportar. Los abro y la veo sentada al piano para emprender las notas de “Everyday”. Tema que evoca a Rufus Wainwright, otro mago del barroco, y que finaliza con el lanzamiento de globos, negros y naranjas. Halloween ¿recuerdan?. Le sigue “Twin Flame” con ese simple, pero efectivo truco escénico en el que el corazón se le ilumina, al igual que en la portada de su último disco, ante la exclamación candorosa del público. “Heart Aglow” oficia la misa en la que se ha convertido el concierto y “Movies” se acompaña por la proyección de una sucesión de icónicas imágenes de clásicos del cine de todos los tiempos.

Se acerca el momento de la despedida. “A Lot’s Gonna Change” y “Picture Me Better” ofician de vaporosos bises para redondear la jornada y ratificarnos que, al contrario que Lana del Rey o Lorde, Natalie Laura Mering ha sido crisálida durante años para emerger como mariposa en sus dos últimos discos. Una metamorfosis larga y delicada que, pasito a pasito y con conciertos como este, la han elevado a ser la máxima sacerdotisa del indie-pop ensoñador, vaporoso y delicado.

Ahora toca desfilar. Bajar las escaleras del Apolo con el grato recuerdo de esta duermevela en la que hemos estado inmersos. Un viaje que se iniciaba con la actuación de Vagabon, artista camerunesa formada en Estados Unidos, que ha sabido sacar partido ella sola a sus cachivaches y ritmos, para abonar el terreno de lo que vendría después. La noche es joven y los vampiros han afilado sus colmillos, así que adentrémonos en la oscuridad con el eco de la espectral voz de Weyes Blood resonando por tiempo en nuestras cabezas.