Sólo queda bailar
ConciertosVvv [Trippin'you] ...

Sólo queda bailar

8 / 10
Reuben Weedianaut — 31-03-2022
Fecha — 25 marzo, 2022
Sala — Dabadaba, Donostia
Fotografía — Jokin Fernández

“Turboviolencia” ha sido, sin lugar a dudas, uno de los discos más importantes en ver la luz en 2021. Su predecesor, “Escama” (Helsinkipro, 2020), llegaba justo a tiempo para que tuviera que transformarse en “Los Bailes Perdidos (Escama Remixes)” ante la imposibilidad de vernos las caras en la pista de baile durante casi dos años; y la reválida ha puesto en relieve todo ese nihilismo acumulado, condensándolo en un tratado neobakala (género acuñado por la propia banda) destinado a ser un álbum generacionalmente tan definitorio como lo fueron “Leño” o el debut de Burning.

Para la presentación del LP en Euskal Herria (aunque ya estuvieron por aquí como parte de la programación del primer Uni Sound Bilbao), la sala Dabadaba había decidido enmarcar la actuación de VVV (Trippin’ You) dentro de los fastos de su VIII. aniversario (al día siguiente harían lo propio con La Élite, análogos valencianos en auge tras su fichaje por Montgrí); y en la permanente apuesta del club donostiarra por el talento emergente, los encargados de abrir la velada serían los jovencísimos Pogrom, grupo de Lasarte del que poco más sabíamos además de haber sido la primera referencia del sello local Uistin Records.

Lo primero que llama la atención cuando sus tres miembros suben al escenario es el pasamontañas del cantante, cual su homólogo en Dwarves, chándal y camiseta de Autodromo para acompañar la timidez de la que hace gala cada vez que se acerca al micro. Empieza “Esnatu” (“iritsi da momentua, eromena”), con un beat lanzado por él desde un portátil y una línea de bajo sorprendentemente similares al “Isolation” de Joy Division, como si fuera una de las primeras demos de Martin Hannett o unos proto-The Durutti Column. La base continua con unos teclados a lo Devo y unas partes habladas que recuerdan al Okene más experimental de -GAILU. La teatralidad parece ser una de sus señas de identidad, entre el balaclava de Hector y la pose exageradamente estática de su bajista, camiseta de Arrotzak y gafas de sol como si de un Men In Black impasible se tratase. “Eso era como una intro”. La guitarra de Hugo pone el brillo a unas composiciones de cariz amateur, no sabemos muy bien si por decisión artística, o mera bisoñez de sus miembros. Juegan con la repetición, pero escapando al kraut, y pasan del spoken word al grito para ponerse punkis. Nervios escénicos se mezclan en “Errealitate Artifiziala” con riffs de cuatro y seis cuerdas que suenan a new wave y post-punk de tal forma, que casi parecen samples disparados con instrumentos. Aires a Underworld, Echo & The Bunnymen… mientras permanecen ausentes excepto para interactuar vergonzosos con un público en aumento. “Oso dotore zaudete”. Se vienen arriba con el juego de luces y empiezan a creerse el show más allá de las paredes del panóptico de su local de ensayo. Nos ofrecen una versión de Gabinete Caligari que canta el guitarrista (“la vida es realmente cruel”) mientras su hermano desaparece tras las cortinas y Jon se afianza al bajo en formato dúo, trabajando estructuras más complejas dentro del minimalismo de su propuesta. Nostalgia de la Movida madrileña con la clase de Los Yolos. “La vida es realmente cruel”. Ecos a Zarama y el RRV en una voz que resulta punk sin intentarlo. Hugo vuelve para “Kontraesan” y para reafirmar esa similitud con el mayor de los Abrego, declamando sobre arpegios que parecen venir de Santiago Auserón. Ya con más confianza, presentan “la canción bonita”, una oda al atraco en el estanco de Lasarte (facts) que emparenta directamente con Los Chivatos de Ana Frank (ese rapeo desganado de El Marto) y su costumbrismo, al igual que con el legado de Jotakie o Delirium Tremens. “¡Ahí lo lleváis!”. Ante lo escueto de su “Panoptikoan” (cinco temas y quince minutos de duración), repiten la canción que le da nombre y su contradicho hit-single antes de terminar un concierto que, si bien no pasó de correcto, dejó claro que estos tres chavales tienen mimbres para seguirlos de cerca. “Ez zazu pentsatu, zu zaintzen zaitugu”.

“Bailas como perdiendo el miedo a morir”. Los bailes prohibidos y el miedo a la muerte. Una generación que se había quedado sin futuro, y a la que ahora le están robando el presente. “Nunca fuimos especiales”. Pero VVV sí lo son. Eli se pone a los mandos de la rave para comenzar a administrarnos la dosis, parapetada tras sus sintes frente a un telón que bien podría colgar de la grada (turbo)hooligan de un hipotético F.C. de la Triple Uve. “Dancing for destruction”. Adrian se acerca al micrófono mientras Salvi se calza el bajo, y comienza la letanía con desgana propia de la codeína. “Hay cuatro tiros en la mesa”. No podía ser de otra manera. No podía ser otra. El “Flying Free” de nuestros días. “Nadie es leal”, pero la lealtad del público hacia la danza se hace patente en cuanto entra la base y con ella la banda sonora de las barracas de nuestra adolescencia. Nos riegan con cerveza como en una terraza de Madrid en solsticio, y estalla en la pista toda la rabia acumulada desde aquel año en que no hubo mes de abril y prohibieron bajar al parque. Allí pasábamos las horas, la nostalgia de una versión de Amaral (“Estrella de Mar”) es amanecer en mar abierto como nuestras venas. Nos abrazamos. “Destruction for pleasure”. Pasamos del verano del amor al “Invierno Nuclear”, txakoli y ansiedad al abrigo de la bomber de Adri, EBM como uniforme para la guerra. “Nuclear sí, como no”. Los bajos nos despojan del temor a volarlo todo para volver a construir. Era todo una cuestión de clase. El hastío como enseña generacional, como los emblemas de la FIFA y la selección inglesa entre los stencils de fondo. La Pérfida Albión. “Sujeta mi fusil y dispara a matar”. Disparos en un parking en el que los maleteros escupen hardstyle y bakalao como sinónimos de libertad. “Parecen años”. Alimentan nuestro amor propio en el primer parón para respirar. “¡Guapxs!”. Aire en los pulmones y cerveza en el gaznate. Bremner alza su birra a la que se aferra como a un escudo en la batalla, colgándose del pie de micro según exige el tono de sus palabras. Para estas alturas, Grimaldo desde la mesa de sonido ya tiene controlado el fuego que emana desde el escenario, complicado por un backline comprimido para la carretera y una prueba repartida entre el propio soundcheck y el primer tercio del bolo. Más fuego para un pit que mira a los 90 con ojos Y2K en pleno 2022. Diversidad en todos los sentidos. El pasado era esto, y lo hacen presente. “Eres como yo, pero mañana”. Han sabido condensar el nihilismo de su quinta, con el hedonismo necesario para sobrevivir a una era en la que cualquier tiempo pasado fue mejor; combinando sin sonar añejos ecos de otra época con una melancolía en la lírica tan contemporánea como la de unos Sad Boys. Cada letra resuena en las gargantas allí reunidas, himnos para el comienzo de una década como lo fueron “Qué puedo hacer” o “David y Claudia”. Barras. Con la edad te das cuenta de que todo el mundo se droga, y Trippin' You son MDMA en estado puro. “Sin la merca y los bailes, nunca fuimos especiales”. Dan las gracias al Grimas por el currazo y por las bebidas en general, y al Dabadaba por su octavo cumpleaños. “¿Cuánto iba a cambiar todo?”. Bailar es ausencia de dolor. Repudian el teatro de los bises para continuar sin querer echar de menos. Marciales. “Preferiblemente tuyos”. El cantante escamotea una gorra de Depresión Sonora de las primeras filas para ponérsela y acordarse de ellos como previamente de Luz Futuro. Porvenir entre tinieblas. Amamos frontal como autos de choque, gente jodida y tú también. D'n'B para hacernos pedazos a 160 BPMs. Todos los finales llevaban aquí y ahora. Esta es nuestra excusa para la autodestrucción. ¿Cuál es la vuestra?

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