Hacía ya tres años que Vulk no tocaban en Bilbao (a parte de su actuación en Zinebi el pasado mes de noviembre - crónica aquí). Tres años en los que el mundo, y todos nosotros, hemos cambiado. Ellos también, por supuesto. Estos tres años han vivido su propio viaje del héroe, del que han regresado con un nuevo disco, “Vulk ez da” (Montgri, 2022), en el que el grupo se muestra más abierto y rico en influencias que nunca. Está íntegramente cantado en euskera y es el primer disco en el que Jangitz graba las baterías, aunque ya llevaba un tiempo en la banda. Tras una gira de presentación tocaba presentarlo en casa, frente a los suyos. Para ellos eligieron dos fechas consecutivas en las que han llenado Kutxa Beltza, la sala superior del Antzoki.
Subieron decididos al escenario, listos para la batalla. Bajo el traje de dos piezas de Jangitz, corbata incluida, se adivinaban unas botas de boxeo. Toda una declaración de intenciones. Comenzaron con “Hamar lagun baten kontra” y con ello el repaso casi completo a su último trabajo. Si la memoria no falla solo tocaron dos temas anteriores: “Behiaren Begirada” y “Urak errenditu”. Para quienes ya los conozcáis no hace falta deciros que Vulk es una máquina bien engrasada, amenazante en las formas y elegante en la ejecución. Eso son y eso ofrecieron desde el primer segundo. Cada componente estuvo impecable en lo suyo. Los cuatro juntos demostraron que son una formación invencible.
El segundo tema fue “Laguna”, donde nos hablaron de las inevitables derrotas de la vida, de lo que perdemos y nos arrebatan. La vida nos engaña y todos caemos en la rueda. Frente a la rudeza de la puesta en escena también son capaces de transmitir lo contrario. No hay que olvidar que debajo de la coraza somos frágiles y quebradizos. Es por eso que sonríen apretando los dientes. Es la forma de vivir peligrosamente, la única posible para no caer en la red de la muerte, esa trampa que nos acecha en todas partes, como bien nos advierten en “Etsai, orpoan”.
A medida que el concierto avanzaba en el escenario se sucedían las miradas cómplices, los guiños fraternales y algún que otro incendio que se propagó por la sala. Abajo del escenario el sudor humedecía el ambiente. A mitad del concierto se unió Lizardi para acompañar con los vientos en “Amodioa kartzelan”. Subió abrazando el saxofón, como si la música fuese un refugio frente a la hostilidad de la vida. El punto culminante del ritual que estábamos presenciando sobre el escenario llegó con “Militantzia sutsua”, uno de los temas con más fuerza del disco y que sirve como banda sonora de la muerte y la resurrección, de la destrucción y la reconstrucción. Un tema plagado de intimidad y recogimineto, pero también de sacrificio.
Hace tres años que Vulk comenzó un viaje, quizás sin ser plenamente conscientes de ello. Llegada la hora de regresar a casa, toca hacer recuento de todo lo que han perdido y ganado. En el camino han tenido que hacer frente a todo tipo de desafíos y tentaciones, a las consecuencias de las decisiones propias y ajenas. Traen victorias y fracasos guardadas en los bolsillos y todo eso nos ha sido mostrado sobre el escenario.
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