A la cuarta intentona, el verbo se hizo carne y los cordobeses pudieron pisar Gernika por fin y tocar para una audiencia que había visto frustrados hasta en tres ocasiones sus deseos de presenciar en directo los temas de uno de los discos que ha definido esta pandemia. Pero ninguno de los protagonistas de la velada es dado a proverbios. Forman parte más bien de esa clase de personas que van regando con sus propias máximas ese camino que hemos dado en llamar “escena”. La mayoría de esas sentencias acaban formando parte de canciones que cincelan nuestras vidas, pero todas ellas resonarán y nos sobrevivirán entre las cuatro paredes de espacios como Iparragirre.
Iparragirre Rock Elkartea es otro ejemplo más del compromiso con la cultura de un pueblo que la ha apuntalado a lo largo de los años alrededor de aquellas vías que la Luftwaffe quiso destruir, pero que sólo logró reforzar. Vértice de un triángulo imaginario tristemente desaparecido junto a Astra y Trinkete Antitxokoa (que se vio obligado a cerrar sus puertas por estas fechas en 2020), es el único espacio autogestionado de Bizkaia que ha mantenido contra viento, LABI y marea una programación estable desde la desescalada, con el DIY como estandarte y desmarcándose de ese circuito comercial que reivindicaba como mérito propio la vuelta de los conciertos cuando nunca se fueron. Como nunca se irán el espíritu y la militancia que habitaba en todas las presentes aquel mediodía de domingo, y que representan quiénes somos a través de la única forma en que sabemos hacerlo: la amistad y la música.
En nuestro ámbito (llámalo underground, llámalo equis) usamos el término “banda local” en contraposición a “telonero”. Esto simboliza a la perfección esa misma filosofía común en la cual el tronco del árbol se ve reforzado con la aparición de nuevas ramas que vendrán a hundir aún más las raíces en nuestro suelo. En esta ocasión los elegidos eran la banda bermeana Etxekalte, un cuarteto del que sólo conocía su nombre y que tras lo presenciado en la prueba de sonido, mi cabeza llevaba asociado a los Thrice del “Alchemy Index”. Empezaron estirando el paisaje post-rock que da comienzo a “Isiltasunetik” a modo de intro, dejando claro desde el principio que el medio tiempo es donde más cómodos se sienten y mejor se manejan. Enseguida me remiten al “Denbora Da Poligrafo Bakarra” y es que la sombra de Berri Txarrak es muy alargada (en todo el estado, pero de manera casi endémica en EH) desde que pusieran patas arriba el panorama e hicieran soñar a las generaciones venideras con alcanzar cotas de dimensión haciendo las cosas a nuestra manera. Esta impresión se vio reforzada con una “Erabaki” muy “Eskuak/Ukabilak” para pasar a lomos de “...To The Beat Of A Dead Horse” con los bombos de “Epaitu Eta Oker” y el público empezando a entrar en calor emulando las palmas de “And Now It's Happening In Mine”. A pesar de venir de Bermeo, en Urdaibai juegan como equipo local, y la juventud presente, tanto sobre las tablas como la que les jalea desde las sillas, dejan a las claras que hay relevo generacional en esto de meter ruido.
Un tanto apresurados por la falta de tiempo (dos temas se cayeron del setlist por ello mismo), la premura hizo mella en la ejecución y se les notaba algo nerviosos, aunque la pericia de la crew y el equipo de sonido y luces de la elkarte siempre contribuyen a paliar esos errores y hacernos sentir como en una sala del circuito profesional. Me resultó muy destacable cómo, a pesar de su edad, los cuatro músicos se miraban a lo largo del repertorio, algo poco corriente hasta en veteranos y que siempre resulta signo de buen hacer. “Gure Hizkeran” es toda una declaración de intenciones, seguida de “Zertan Joan”, composición inédita que tiene una tristeza nostálgica muy apropiada para esta era y que me recuerda a “Iraila” en esa subida que les sienta muy bien al dejar atrás el medio tiempo sin incomodidad aparente. Este punto extra de intensidad les hace ganar enteros, opinión que se vio reforzada al invitar a Yeray (del dúo tolosaldés HABI) a tocar junto a ellos los dos temas que componen esa especie de split a doce manos junto a la banda de Villabona. “Arimak” y “Denboran” resultan el momento álgido del repertorio, con ecos a Basement y que no estarían fuera de lugar en Run For Cover Records. La propia presencia física de Yeray nos retrotrae a Dustin Kensrue & Cía. y la suma de una tercera voz y guitarra contribuyen para mejor en opinión de quien escribe, ganando tanto en interpretación como en sonido y planteando la cuestión de cuánto ganarían si su batería aportase coros a una dupla de voces que ya resulta muy dinámica de por sí, alternándose estrofas y frases con mucha clase y gusto. Antes de encarar el último tramo, se toman un momento para demostrar su admiración por Iparragirre y pedir respeto para las más de cien personas que lo conforman, subrayando cómo nos sentimos familia en todos los sentidos cuando nos hallamos bajo su techo. Acercándose peligrosamente a Ken7, el desenlace nos trae nuevas facetas del grupo además del indie vía segundo EP del “DDPB”. Vuelven los ambientes y el delay que abrían el set y aparecen el spoken-word y La Dispute para confirmar que, pase lo que pase, la cantera está bien provista de piedras que arrojar en los años venideros.
Si antes mencionaba la figura de Berri Txarrak y su influencia, la carrera de Viva Belgrado ha corrido siempre paralela a los de Lekunberri: “Jaio.Musika.Hil” es el primer disco que compró Cándido en su adolescencia, nos conocimos en el foro web de la banda y gracias a ello tuve la suerte de escribir la que consideramos “primera reseña” de su EP debut (aunque ellos insistan en llamarla demo), su disco más emblemático (“Flores, Carne”) vio la luz por sorpresa el mismo día en que Urbizu y Cía. presentaban en el Kafe Antzokia su ambicioso triple EP, fueron uno de los grupos elegidos para abrir el histórico sold-out en La Riviera… Si el documental “Zertarako Amestu” mostraba a un trío en la dicotomía entre colgar los instrumentos o lanzarse a vivir de la música, Viva se atrevieron a soñar y apostar por lo segundo con su talento como aval, partiendo la escena europea en dos y marcando un antes y un después para bien o para mal en cinco años vertiginosos que casi acaban con ellos aparcando la furgoneta. Es el precio a pagar por estas canciones. Quiero pensar que no es casualidad que la primera de ellas fuera “Erida”, una composición que suena algo así como si BTX hicieran screamo, y que demuestra a las primeras de cambio que se puede ser el agua y la sed, el veneno y el antídoto. Porque está es la cura que todas necesitábamos y empiezan a verse los primeros puños al aire, con la pasión arrancada de nuestros pechos latiendo entre los dedos. Lo primero que llama la atención es la ausencia de Pedro y su característica manera de acunar la guitarra mientras trenza esas capas de delay cristalinas como la nieve. Por motivos laborales en su lugar viajaba Jaime Ladrón de Guevara, un viejo conocido de Sevilla que no se subía a un escenario desde que se separaran bandas tan míticas como Catorce o De La Cuna A La Tumba en las que militaba, y que se presentaba en la gira euskaldun tras el titánico esfuerzo de aprenderse los temas en tres días. No es que su presencia cambiara el sonido de la banda radicalmente, pero sí que su estilo un punto más agresivo se dejó notar en todo el repertorio, y junto con la nueva Gibson de Cándido formaba una dupla letal de caja hueca. Escalamos “Annapurnas” sabiendo que hoy en día la felicidad es un proyecto más a largo plazo que nunca antes, pero ya se empieza a intuir que esa tarde el cuarteto escribirá una historia de la que saldrán victoriosos y comenzamos a amortizar nuestras cuotas de dicha. “Un Relato” nos reafirma en el privilegio de ser testigos contemporáneos de un grupo que ya forma parte de la banda sonora de nuestras vidas. Porque no hay ningún relato. Como en Farenheit 451, nosotras somos el relato.
Tras el prólogo, tiran de “Una Soga” hasta el límite de la tensión y volvemos a vernos en bata y pijama, mirando por la ventana esa “Bellavista” que tanta compañía ha hecho en confinamiento mientras abríamos latas de birra fría para calentar el corazón. Cuatro años para esto. Una pandemia para llegar aquí. Es la hora del check-out. Que le jodan al futuro. “Cerecita Blues” refuerza nuestras convicciones, las de la familia que formamos todas las presentes. Hemos pensado a menudo también en dejarlo todo, pero nunca lo haremos. Porque somos una piña al igual que los cuatro andaluces sobre el escenario. Ángel de espaldas como siempre (necesita tocar mirando a la batería como en el local, costumbre que parece haber adquirido Jaime también, constantemente atento a los vaivenes de sus compañeros) cierra el círculo imaginario que encapsula la energía de su directo y de la que se retroalimentan en todo momento. Y qué directo. Con Sergio (Aloud Music Ltd) a los mandos de la mesa de sonido, y el rodaje que da tocar por tercer día consecutivo, suenan como un cañón y disparan balas en forma de himnos. Si empezaron su camino en el screamo (con influencias post-rock), las paradas en el trayecto les han llevado a ser simplemente una banda de rock que tiene su hogar allí donde pisen más allá de su Córdoba natal, con la autogestión siempre en la mochila y cambiando el mundo creando pequeños mundos como el que nos acoge. Banda y público ya somos un solo ente, las sillas parecen las gradas de un estadio y las ovaciones y lololos van en aumento, con más convencimiento que nunca en los principios que rigen la forma de vida que hemos elegido. Portamos con orgullo “Un Collar” que nos distingue, y mantenemos algunos “Vicios” porque ellos nos mantienen vivos conviviendo con nuestras contradicciones. Lo bueno ya vivido se transforma en lo bueno por vivir, y aunque echamos de menos “Madreselva” tras la ya legendaria “De Carne y Flor” (en mi cabeza son inseparables), el repaso que hacen a toda su carrera deja a todo el mundo contento. Dedican las únicas palabras de agradecimiento de su actuación a la autogestión y para cuando “El Gran Danés” abre las fauces (Jaime la lleva al terreno de DLCALT y Álvaro se muestra más integrado que nunca con unas partes de batería antológicas a las que ya acostumbraba en La Parade), se ha alzado un glaciar de sudor en la sala y la escarcha de nuestras venas acaba por correr por el suelo de Iparragirre con “Ravenala”. Y damos gracias. A las buenas vistas. A los reencuentros. A las inmortales palabras: jaio, musika, bizi. Y a la vida, que es movimiento.
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