La sala está llena, ha llegado la hora y comienza a subir la temperatura. La gran pantalla que preside el escenario pregunta con sorna '¿Ya?'. Los gritos son ensordecedores, entonces sale Xhellaz y comienza a presentarnos a su manera y uno por uno a los cuatro héroes de Zaragoza, la prehistoria de los Violadores del Verso, la época de las maquetas en cintas de casette, la época en que se fue fraguando la apisonadora que estaba a punto de arrollarnos. 'Baja el volumen si esta mierda no es real hijo de puta' y ya están ahí arriba: la apisonadora con toda su fuerza, con todo su esplendor. La misma apisonadora que hace unos años arrasó los barrios de nuestras ciudades desterrando la música máquina, la que hizo que ahora temblasen los tabiques de los Polígonos y los altavoces de los coches ‘tuneaos’ con los ritmos gordos de R de Rumba y las voces de Lírico, Hate y Kase O. Y el directo es la certificación, la celebración de todo ello. “El rey de la cantinas”, “Filosofía y letras”, “Ballantains”, “Cantando” momentos cumbre uno detrás de otro, no hacen falta los tópicos del género animando al personal: ‘las manos en el aire’ y todo lo demás… Las manos tocan el techo desde el primer momento y la gente rapea a pleno pulmón como si esos versos fueran suyos. Aquí baila y salta hasta el más duro del barrio y la modernilla y el pijo y la heavy y el despistado. “Vivir para contarlo” y acaba la celebración. Dos horas en las que no caben todos los himnos pero que dan para que las sonrisas vayan de oreja a oreja. “Definitivamente... indiscutiblemente... universalmente... suena bien...”
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