La cuarta edición del Villamanuela vuelve a llenar el centro de Madrid de riesgo musical y propuestas únicas con un combo imposible que oscila cada vez más hacia la electrónica y no solo en horarios nocturnos.
Villamanuela lo ha vuelto a hacer, sigue teniendo por bandera el mayor de sus logros y es el de crear un festival para descubrir o redescubrir figuras destacadas y de culto fuera de los circuitos comerciales. No entienden de modas ni falta que hace y es por eso que esta vocación de superhéroes frente al dinero fácil, al cabeza de cartel caro y sobrepujado y al llenapistas sin sentido, es cuanto menos digno de agradecer, admirar y por supuesto disfrutar.
Este año los dominios del festival han seguido expandiéndose más allá de su centro neurálgico situado en Malasaña y Conde Duque, lo que ha hecho casi una aventura frenética el moverse de un escenario a otro o intentar surfear los constantes solapamientos horarios.
El viernes comenzó fuerte con uno de los directos más salvajes del festival, a cargo de los japoneses Bo Ningen (Foto portada), una absoluta locura de psicodelia noise completada por una puesta en escena impagable, llena de melenas al viento, molinillos guitarreros, escorzos imposibles, muecas terroríficas y todas las formas posibles que se puedan imaginar a la hora de tocar un bajo y una guitarra. Cambio de tercio radical con la actuación del británico Andy Stott y su maravillosa forma de entender el techno. Sus pads eternos, su sonido potente y limpio, sus bases rotundas, llenaron el teatro Joy Eslava de una atmósfera oscura y completamente impecable. Le tocaba el turno a la Lena Platonos, compositora griega clave dentro de la experimentación electrónica europea. Lena sentada al teclado y acompañada por dos voces, no conectó con un público incapaz de entender una propuesta que ya se antojaba difícil contando solo las barreras idiomáticas. Turno ahora para R&B y el rock buen rollero de King Khan & The Shrines, que maravillaron al personal con su derroche de actitud y sus estilismos locos. Mar Otra Vez (Foto 1) volvieron a dejar claro por qué fueron una de las bandas de culto de los ochenta. Javier Corcovado y los suyos dieron una lección post punk y de ruido bien entendido. La jornada la cerramos con el directo del finlandés Jaako Eino Kalevi, que presentó su nuevo trabajo de nombre homónimo, apoyándose en su repertorio más bailable de funk y pop de corte retro, lástima que el sonido fuera lamentable en una abarrotada sala Clamores.
La jornada del sábado arrancó a las seis de la tarde con la primera actuación en treinta años de Mecánica Popular, el dúo madrileño que nació en 1979 con vocación industrial y toques del futurismo ruso, casi nada. Theremines y sabor a electrónica añeja en una de las actuaciones más especiales y únicas del festival. A la espera de desarrollar el don de la ubicuidad, los que prefirieron ver a Damian Schwartz, tuvieron que renunciar a ver el balazo krautrock de los alemanes Faust y su performance de corte dadá, por describirlo de alguna forma. Por su parte Schwartz, revistió del teatro Barceló con un sonido impoluto, un live impecable que le sitúa justamente a la cabeza de la creación de techno y house patrio. Quizás faltó que la actuación del madrileño hubiera estado programada más hacia la noche y no tanto a las 20h para contar con un público más entregado y menos frío. Death In Vegas (Foto 2), aprovecharon su visita para presentar su nuevo trabajo “Transmission”, un disco lleno de medios tiempos y progresiones maravillosas como la de “Consequences Of Love”. Sin embargo no cayó ninguno de sus hits de siempre, ni “Hands Around My Throat” ni “Dirge” ni nada de nada, pese a los tarareos insistentes de un público que no consiguió arrancar frente a un Richard Fearless desganado y cansado. El final de la jornada antes de que que la programación nocturna comenzase, corrió a cargo de Kaydy Cain, el MC madrileño conocido por formar parte de PXXR GVNG, aprovechó para presentar su material en solitario y repasar sus temas más conocidos sin sus compañeros. Ración de trap, reggaeton, perreo, groupies, bases pre-grabadas y toda la vaina que conlleva ver un concierto de estas características.
Con los oídos juguetones y chorreantes y un buen puñado de agujetas, solo cabe despedirse de Villamanuela con un hasta pronto y un gracias por el esfuerzo de complacer a los inadaptados.
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