Que el madrileño barrio Maravillas tiene una identidad propia es un hecho incuestionable. Lo que no está tan claro es exactamente cuál es esa identidad. Un año más el festival urbano VillaManuela trata de descifrar ese "je ne sais pas" de Malasaña y Conde-Duque, principalmente a través de su ecléctico cartel, pero también mediante actividades paralelas que incluían desde conferencias y exposiciones de arte hasta una selecta ruta gastronómica. Centrándonos en lo estrictamente musical, esta edición ha optado por compaginar la vertiente más garagera con la más intrínsecamente electrónica.
Así, la jornada del viernes comenzaba en el teatro Barceló con la descarnada actuación de Fat White Family. Los londinenses practican una suerte de country-punk depravado y chulesco que no dejó a nadie indiferente. Su líder, Lias Saoudi, parece haber aprendido de memoria todas y cada una de las tácticas de transgresión y macarrismo escénico de la historia del rock. Desde Jim Morrison hasta Mark E. Smith. Manteniendo en todo momento una pose amenazante, hasta amagó en varias ocasiones con mostrar sus genitales. Afortunadamente, todo quedó en amago.
Mientras tanto, la pequeña sala El Cielo (centrada exclusivamente en artistas nacionales) recogía algunas de las actuaciones más interesantes del festival: los catalanes Ocellot (con su efervescente pop psicodélico muy en la onda de Animal Collective) y Olde Gods (elegante deep house con apuntes de minimalismo). Mención también para el jovencísimo Sen Senra. El vigués y su banda defendieron con actitud sus certeros temas de lo-fi y pop-punk ante una reducida aunque atenta audiencia.
Para entonces el grueso del público estaba expectante por ver a ESG (en la foto superior), principal atracción de la noche. Nunca antes habían actuado en Madrid y esta es su gira de despedida, así que la cita era ineludible. La legendaria y pionera banda neoyorkina es una influencia seminal en géneros tan dispares como el hip-hop o el post-punk. Aunque lo cierto es que de la formación original sólo queda ya la cantante Renee Scroggins, rodeada ahora de jóvenes colaboradores más o menos eficaces. El más llamativo fue sin duda Nicholas Nicholas, no tanto por sus habilidades con la percusión (bastante limitadas), como por su simpática y entusiasta forma de bailar. Desde la primera nota de "You're Not Good" hasta el climax de "You Make No Sense", pasando por la fantástica "Moody", no desfalleció en su particular cruzada por animar el cotarro. Sin llegar a deslumbrar en ningún momento, fue un recital bastante digno.
Una vez finalizados los conciertos en Barceló, la noche se tornó bastante accidentada. La estampida del público por hacerse con un sitio en las restantes salas, de aforo extraordinariamente más pequeño, causó aglomeraciones ciertamente molestas, además de interminables colas, que en ocasiones dejaron a parte público sin poder asistir a varios de los conciertos a priori más interesantes.
Los que conseguimos acceder a Siroco pudimos ver a unos Fumaça Preta absolutamente desatados. Vestidos de super-héroes bizarros (por decir algo) nos hicieron literalmente vibrar con su garage-tropicalia y su imposible pero deliciosa mezcla de ritmos latinos y punk-rock. Alex Figuiera y los suyos son una auténtica bomba en directo. Sudamos mucho y no sólo por que no cupiera un alfiler en la sala.
Paralelamente, en Ya’sta pudimos ver a C.A.R., el proyecto de la francesa-canadiense Chloe Raunet, otrora miembro del grupo Battant. Apenas había público y gracias a ello pudimos disfrutar de su delicado synth-pop sin estridencias. Peor suerte corrieron las chicas del dúo Telepathe. La sala estaba a reventar durante su actuación y me quedo corto si digo que literalmente no se oía nada. Aquello se convirtió en una verdadera lucha entre los que querían prestar atención al concierto y los que estaban ya haciendo tiempo para que empezaran los DJs. Ellas aguantaron el tipo mientras pedían educadamente que les subieran el fader. En un momento dado un responsable de la sala subió al escenario enfadado por las razonables demandas del grupo. Bochornoso. La sala no estaba preparada para un evento de estas características.
De vuelta a Siroco el avant-garde jazz y spoken world de Matana Roberts chocó con con la incomprensión de parte del público, que a esas horas de la madrugada estaba más por la labor de charlar animosamente ahogando los matices en la actuación de la susurrante artista de Chicago. Desgraciadamente hubo más tensión a pie de escenario que encima de él. Aunque toda la culpa no cabe echársela al público: no era el lugar ni, desde luego, la hora para una actuación de este tipo.
Otra vez en la sala Ya’sta, The Black Madonna desplegaba su arsenal de disco-house y techno infeccioso. La riot grrrl de la música dance actual es una de las DJs más respetadas del momento y su sesión del viernes nos alguna pista de por qué se ha convertido en residente del Smart Bar de Chicago junto a Frankie Knuckles.
La segunda jornada del festival fue bastante más equilibrada que la primera. Empezando por Moon Duo (en la foto). La banda de Sanae Yamada y Ripley Johnson (reconvertida ahora en trío con la incorporación del batería John Jeffris) arrampló con todo desde la primera nota. Su apabullante y característico sonido se adueño de la sala: esa hipnótica mezcla de teclados minimalistas, guitarreos a lo acid rock y ritmos motorik. Repasando temas de sus tres discos, parece como si hubiesen estado perfeccionando la fórmula hasta convertirla en un potente narcótico. Sin apenas interrupción, cada canción parecía fundirse en la siguiente. Un persistente groove que si te atrapa a tiempo ya no te suelta.
Casi simultáneamente en la sala El Cielo, los valencianos Jupiter Lion hacían lo propio con su particular revisión de ese mismo ritmo definitorio del krautrock. Pero ni mucho menos desmerecen en lo que a intensidad se refiere. A sus paisanos Siesta! también les va el trance repetitivo, aunque en clave más synth-pop.
De vuelta al escenario principal, llegaba el plato fuerte de la noche y del festival: The Sonics (en la foto inferior). Los que no esperábamos mucho de ellos nos tuvimos que dar con un canto en los dientes: menudo conciertazo. Resulta increíble pensar la edad que tienen. Jerry Roslie (líder y cantante original) sí que parece tener la salud un tanto delicada y decidió limitarse a tocar los teclados, cediendo íntegramente las labores vocales al bajista Freddie Dennis, sin que apenas percibiéramos demasiada diferencia. Por su parte Rob Lind (saxo) y Larry Parypa (guitarra) parecen estar en plena forma a tenor del despliegue de energía que se marcaron. Incluso las canciones de su reciente álbum “This Is The Sonics” (Re:Vox, 15) están a la altura, y no desmerecen entre clásicos y versiones. Los fans de los Sonics son legión y en Malasaña se cuentan por centenares. Cuando sonó “Psycho“ la histeria se apoderó de la sala. Y en los bises con “Strychnine“ y “The Witch“ ya terminaron de matarnos.
Los que fuimos rápidos llegamos también a ver a Micachu & The Shapes en la sala Taboo. El proyecto de la inglesa Mica Levi venia precedido por cierto halo academicista (fue la artista en residencia más joven de la historia del Southbank Centre), pero a la hora de la verdad se quedó en un pop alternativo, disfrutable, pero bastante normalito.
Bastante más enjundia tuvo La Luz, para mí la sorpresa de esta edición. El cuarteto femenino de Seattle combina con maestría guitarras de surf y harmonías vocales propias de bublegum pop con cierta cadencia de garage lo-fi e indie-rock del bueno. Haciendo gala de energía y desparpajo ofrecieron un show completo, saltando sobre el público e invitando a la audiencia a bailar al estilo "Soul Train".
Mientras tanto en Siroco la noche transcurría bastante más tranquila que el día anterior. Las aglomeraciones del viernes probablemente hicieron desistir a la mayoría del público de repetir localización. Así, los que se acercaron pudieron disfrutar de lo que allí acontecida de forma más relajada. Y eso teniendo en cuenta que la sala estuvo reservada casi en exclusiva para los popes del transgresor sello FuckPunk. El enigmático Ossia se marcó una sesión de minimalismo y dub oscuro, mientras el duo Giant Swan hizo hincapié en el lado más psicodélico de esta comitiva recién salida del underground de Bristol. A la cabeza de todos ellos está Vessel, que apabulló con su techno experimental, creado a base de ruidos y efectos sonoros por momentos indescriptibles.
Y en estas llegamos al tercer y último día. Los responsables del VillaManuela nos reservaron para el final tres de las actuaciones más potentes; reunidas ya exclusivamente en la sala Joy Eslava, probablemente la mejor equipada de todas en esta edición. Desde Glasgow llegaban Golden Teacher, una pandilla de chalados formados de la unión entre un trío de hardcore experimental (Ultimate Thrush) y un duo de house analógico (Silk Cut). El resultado es exactamente la suma de ambos extremos. Música eufórica y agresiva, guiada por un cantante con vocación de saltimbanqui. Quizás les falten canciones, pero su propuesta respira libertad y frescura por los cuatro costados. Tema a tema la intensidad de la banda fue subiendo hasta tocar techo en una auténtica orgía de percusiones tribales. Muy loco. Y enormemente entretenido.
No obstante, la batucada de los escoceses se quedo corta ante el desparrame del egipcio Islam Chipsy. Flanqueado por sus dos imponentes baterías (Islam Ta’ta’ y Khaled Mando) y aporreando su teclado electrónico, el de El Cairo desdibujó los límites entre vanguardia y guilty pleasure. Bien es cierto que después del fenómeno Omar Souleyman todo es posible. Al igual que el sirio, Chipsy también ha curtido su particular estilo en bodas y ceremonias locales. Una excéntrica versión wonky de la primavera árabe.
Por último, el cierre del festival corrió a cargo de Lindstrøm. El brillante compositor y DJ lleva ya años revolucionando la música de baile con su desprejuiciada forma de entender géneros y estilos. Space disco, deep house, balearic beat... todo eso y más cabe ese coctel que se ha dado en llamar nu disco. El noruego comenzó con una delicada y elegante sesión para ir ganándose al público hasta que, más o menos a mitad del set, paró en seco para que degustásemos una a una sus más selectas producciones. A palo seco, sin apenas transiciones: "Lovesick" de su álbum con Christabelle, "Lanzarote" (su tema a pachas con el otro grande de la escena, Todd Terje) y por supuesto el ya eterno "I Feel Space". Un más que satisfactorio final para un festival un tanto accidentado. El año que viene más y mejor, por favor. Madrid, sinceramente, lo necesita.
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