Uno podría llegar a imaginar los festivales como entes vivos que van madurando y adquiriendo nuevas propiedades con los años. De esa guisa podríamos decir que el Vida Festival ha alcanzado este año su edad adulta, reafirmando una serie de características que lo distingue de otras citas similares y que les ha llevado a abrazar el lema/declaración de intenciones de “This Is Not A Festival”.
Por lo pronto en esta edición ha quedado más patente que nunca que el Vida se ha especializado en acoger a familias con niños pequeños, que tienen en la entrada del bosque de Can Cabanyes su propio espacio de animación. Si en años anteriores podía chocar a los más novatos encontrarse con numerosos carritos de bebé, este 2023 ha sido el año de esos enormes carros de transporte de dos plazas que han causado la envidia de más de un adulto al que no le hubiera importado ser arrastrado cómodamente por el recinto sin tener que caminar siquiera. Y aquí entramos en otra de las diferencias del Vida con respecto a otras citas similares. Me refiero a la edad media de los asistentes que anda más cerca de los cuarenta que de los veinte. Un target reforzado más si cabe este año por un elenco de artistas como Jorge Drexler, Julieta Venegas, Spiritualized, Lori Meyers o Suede cuyas propuestas no van destinadas precisamente a los más jóvenes.
Vida Festival es por tanto un evento en el que el poder adquisitivo del asistente se presume alto y que desea ser tratado con amabilidad y sin tener que hacer grandes colas para satisfacer sus necesidades. Un público exigente que encuentra en Vilanova i La Geltrú una cita de dimensiones humanas, que se mueve en una media de diez mil asistentes por día y que no aspira a crecer mucho más, al poner por encima de todo que la experiencia sea satisfactoria en lo que a servicios se refiere. Un objetivo que logran con creces, aunque eso implique que la algarabía no sea equiparable a la de otras citas similares, aunque muchos se esfuercen por reverdecer laureles.
Llegados a este punto y, entrando ya en el resumen de lo acontecido a nivel artístico, cabe hablar, al igual que en todas las citas de estas características, de momentos inolvidables que quedarán imborrables en el recuerdo, también de conciertos solventes y, como no, de alguna que otra decepción.
En la primera categoría, la de momento memorable que será recordado con el paso de los años, hay que destacar por encima de todo el concierto de La Plazuela la última de las jornadas en uno de los escenarios de dimensiones más pequeñas situados en el interior del bosque. Mientras en uno de los dos espacios de mayor tamaño tocaban los escoceses Glasvegas, los que se llevaban el gato al agua eran los granadinos que pusieron a prueba la capacidad de acogida del espacio. Más de uno podría pensar, y con razón, que igual habría sido mejor haber invertido los escenarios, pero entonces caes en la cuenta que el concierto de La Plazuela no habría alcanzado la categoría de mítico, de bolo que se recordará con el paso de los años y que te llevará a afirmar con orgullo: “yo estuve allí el año que La Plazuela reventaron ‘La Cabana de JägerMusic’”. El año que pusieron a votar a todo el mundo con su flamenquito-electro desenfadado que puede meter en el mismo saco a Los Chichos con Camela tamizado por el funk de Nile Rodgers colaborando con Daft Punk. Y es que La Plazuela vienen a llenar un espacio que ahora más de uno se preguntará por qué no había sido ocupado antes y más viendo el poder que ejercen, no solo sobre el público, también sobre la organización. No en vano fueron los únicos que se permitieron el lujo de saltarse las normas y alargar su set más allá de lo estipulado, rompiendo la tiranía del horario y convirtiendo el tramo final de su actuación en una locura de “rave”.
Aurora - Foto de Clara Orozco (Cedida por la organización)
Si seguimos en el plano de los momentos más destacados del festival también hay que poner sobre la mesa el concierto de Aurora durante la jornada del sábado. La menuda artista noruega dio toda una lección de entrega, dinamismo y cercanía en un concierto en el que logró meterse a todo el mundo en el bolsillo con su pop épico que maneja el crescendo a la perfección. Solo hay que remitirse al bombástico final de fiesta protagonizado por hits incontestables como “Cure For Me” o esa “Running With The Wolves” que nos remite a una Björk mucho más terrenal y accesible.
En el mismo escenario, pero el día anterior, otros que se dieron una auténtico baño de masas fueron La Casa Azul de un Guille Milkyway muy consciente de haber logrado un cota tan importante como la de protagonizar una franja horaria de lujo en un festival de la categoría del Vida. Quizás por ello le recordó al público en un par de ocasiones que su propuesta no siempre gozó del beneplácito de la crítica, y que el prestigio es algo que se ha ganado a base de protagonizar directos tan efectivos y efectistas como el del viernes. Una jornada, la del primer día de festival, que tuvo un amargo cierre provocado por uno de esos inclementes chaparrones de verano que causó la suspensión de los conciertos, una vez iniciados, de Habla de Mi en Presente y Lori Meyers. Un auténtico coitus interruptus si tenemos en cuenta que ambas formaciones salieron a darlo todo desde el principio. Los catalanes, con su desenfadada y teatralizada tecno-rumba; los granadinos con unas ganas de no dejar títere con cabeza, con un Noni desatado y en plena forma que se dio un baño literal, tanto de masas como de agua, durante la interpretación de “Luciérnagas y Mariposas”. Lamentablemente esa fue la canción que puso punto final a su concierto cuando apenas llevaban quince minutos de show y se hizo evidente que aquello se iba a poner impracticable e incluso peligroso.
Lori Meyers - Foto de Ray Molinari (Cedida por la organización)
Más suerte tuvieron Suede al día siguiente al poder desarrollar su show sin percance alguno. Una actuación en la que se vio a un Brett Anderson muy voluntarioso y entregado, que no dudo en bajar a la arena para mezclarse entre el público para luchar a brazo partido por querer reivindicar tanto su pasado como ese presente materializado en su fantástico último disco “Autofiction” (22) del que si las cuentas no me fallan sonaron un total de tres canciones. La única pega es que hubo momentos en los que la banda no sonó todo lo empacada y sólida que se le presupone a unos veteranos de su categoría. Todo lo contrario que Spiritualized el domingo en el mismo escenario. Jason Pierce y los suyos dieron toda una lección sónica son su rock espacial y envolvente con estructuras que pueden beber del blues o del gospel, pero llevadas a una sexta dimensión y en la que no faltó algún clásico de su repertorio como “Come Together”, pero que se basó sobre todo en sus dos últimos y excelentes discos, dando a entender que no es una banda que pretenda vivir de la nostalgia.
En cuanto al resto de conciertos, y como he escrito con anterioridad, hubo de todo como en botica. Desde un Niño de Elche que, de todas sus propuestas escénicas, eligió una de las más exigentes y que requería de un respetuoso silencio –que fue apagándose a medida que se acercaban con su parloteo maleducado los curiosos que desconocían al artista– a una Queralt Lahoz que, una vez más demostró su valía, y a la que deseamos que en futuras ediciones escale en la franja horaria porque su propuesta ganará enteros con la noche y provocará mayor excitación que la que por ejemplo lograron ese mismo día pero cinco horas más tarde, ya pasada la medianoche, unos voluntariosos Dehd que hubieran resultado mejor a la hora de la catalana y viceversa.
Igual de correctos podemos tachar los conciertos de una Julieta Venegas que funcionó cuando tiro de clásicos de “Sí” (03) y “Limón y Sal” (06); de un Jorge Drexler al que no acabamos de ubicar en espacios festivaleros; de una Núria Graham que empezó algo incómoda por problemas, creo, con sus monitores y que en directo le da una dimensión mucho más jazzística a su reciente “Cyclamen” (23), o unos franceses L’Impératrice muy solventes, pero quienes nos dejaron con la sensación de ceñirse demasiado al manual no escrito del disco-funk de tintes pop y aires sofisticados.
Por último no podemos dejar de citar los conciertos de bote pequeño, pero gran confitura como los protagonizados por unos correosos The Gulps, a quienes les tocó bailar con la misma franja horaria de Suede; unas Lisasinson algo faltas de canciones aunque no de actitud a la hora de encarar su power-pop garagero; una Julieta que reventó el pequeño escenario de La Cova, demostrando por qué motivos está, al menos en Cataluña, en boca de medio mundo, aunque servidor no acabe de encajar con su propuesta entre inocente y picarona; una Irenegarry que se presentó en formato dúo, acompañada tan solo por su batería habitual, y a la que le faltó un aplomo y convencimiento que sí le hemos visto en directo en ocasiones anteriores. La Costa Brava, por su parte, salieron con ganas de reivindicar su indie canónico, pero su actuación acabó recordándonos aquello de que cualquier tiempo pasado fue mejor. El brasileño Tim Bernardes provocó las más que justificadas loas de sus incondicionales, entre ellos la del mismísimo Jorge Drexler, que solo minutos después nos preguntó sino habíamos quedado maravillados con su actuación en el escenario en forma de barca del festival, mientras que ZA! & lL Transmegacobla nos convencieron con su propuesta de ruidismo experimental que no deja a nadie indiferente y que les llevó a finalizar su concierto entre el público.
Y así con la esperanza puesta en el año que viene, se despidió un Vida Festival que ha logrado un prestigio que le permite jugar con su cartel sin depender de grandes reclamos y depararnos gratas sorpresas. Y eso es algo que debe seguir diferenciándolo en el futuro todavía más del resto de competidores.
Es raro que no citéis el concierto de Valeria Castro en la Barca, yo creo que fue uno de los mejores, con canciones entrañables que te llegaban al alma, y con un público muy atento, respetuoso, emocionado y en silencio, cosa poco habitual en este tipo de festivales.
Supongo que el horario (18:00) ayudó a que hubiera sólo público que quería escuchar la música y no tanto socializar, como pasa en otras franjas horarios. Creo que los organizadores de los festivales deberían prestar atención a ese problema.
El concierto de Tim Bernardes, que fue el siguiente en ese mismo espacio ya no gozó de ese privilegio, había mucho barullo de gente hablando por los alrededores.