Vibraciones transilvanas
ConciertosElectric Castle

Vibraciones transilvanas

9 / 10
Adriano Mazzeo — 29-07-2023
Fecha — 19 julio, 2023
Sala — Castillo de Banffy

El festival rumano Electric Castle continúa su firme camino a convertirse en una cita de excelencia en el verano europeo. Emplazado en los alrededores del castillo de Banffy en Bontida, en las cercanías de la ciudad de Cluj, el festival -uno de los pocos en Europa que ofrece música en directo las 24 horas, durante los cinco días que ocupa- presenta un cartel en el que destacan importantes nombres pero, mejor aún, cuenta algunos secretos del panorama musical mundial y lo hace con elegancia y buenas ideas. Este es un festival de shows multitudinarios, pero también de brillosos detalles tanto musicales como de experiencia. En este aspecto destaca el recinto y su excelente planificación: la circulación es fácil intuitiva e interactiva. El EC Village es otro de los aciertos: un barrio de tiendas de campaña donde unas 15.000 personas forman comunidad con todas las comodidades necesarias incluyendo lockers, servicio de lavadoras, supermercado, clases de yoga y gimnasia y hasta un escenario en el que hubo sesiones de DJs y un acústico sorpresa del popular grupo local Vita de vie.

20 de julio

En la primera jornada del festival -que técnicamente fue la segunda ya que hubo una anterior de warm up en la que actuó San Holo- el gran público se dispuso a disfrutar de los shows pirotécnicos y aptos para todo público de Macklemore y George Ezra, mientras que los aficionados más curiosos deambularon por la infinidad de escenarios secundarios -ubicados algunos en los alrededores del Castillo que da nombre al evento, otros en medio de la flamante naturaleza de Transilvania- y obtuvieron a cambio actuaciones memorables. Claros ejemplos fueron las sesiones de la cubana Cami Layé Okún y el mítico padre inglés de la world music, Gilles Peterson. La nacida en La Habana inundó de latin vibes un precioso e íntimo escenario rodeado de vegetación, creando un temprano trance corporizado en los movimientos de cadera quebrada que se contagiaban en la pista. Luego de dos horas de latinaje psicodélico, Layé Okún dejó la posta a su amigo Gilles Peterson quien como es costumbre, llevó de viaje a todo Dios que estuviera delante suyo. El alma musical de Peterson es encantadoramente amplia y de allí viene el click que logran sus sesiones: la genialidad con la que pasa de un funk carioca a un dub y luego a algún himno discotequero de los 90s es enorme. Se convierte en brujo, se adueña de los cuerpos de los bailarines presentes y controla el mood como el mejor. Rato antes en el escenario Backyard -literalmente el patio del castillo-, Los Bitchos deformaron la realidad por un rato, cosa que no había logrado hacer Emma Ruth Rundle en el mismo escenario minutos antes; lamentablemente su arte de sentimientos profundos y ensimismados no resistió el omnipresente sonido de los otros escenarios. Volviendo a los Bitchos, su propuesta no dejó a nadie indiferente ya sea cuando tiraron de la cumbia psicodélica, el surf o las cadencias medio orientales; y hay una explicación para esto: a todo ello le aplican una saludable y auténtica actitud punk. El resultado es un show ejecutado desde la total emoción, fresco, contagioso, alegre y potente a partes iguales. Con simpatía y entrega, el grupo pan-continental de Londres dejó al público pidiendo por más.


Queralt Lahoz

21 de julio

La actividad en el escenario principal comienza al atardecer con la aparición de los locales Coma. El exitoso sexteto de metal alternativo convocó unas 10.000 personas que cantaron cada una de sus canciones y dejó el escenario listo para la convincente actuación de la australiana Tash Sultana. A pesar de que el formato de su concierto pueda pedir una sala pequeña más que el escenario central de un festival, la pasional artista de Melbourne se las arregló para poner al público completamente de su lado. Es que sus probadas condiciones de multiinstrumentista son para festejar y más aún su espectacular aplomo a la hora de cantar.

El festival discurre entre las infinitas actividades que propone y los escenarios alternativos dedicados mayormente a distintos géneros de electrónica. De momentos se hace difícil atender a toda la oferta de atracciones, aunque el uso de la app oficial del festival es de buena ayuda ya que informa sobre los numerosos eventos (conciertos sorpresa, acciones con artistas y marcas, etc), envía notificaciones sobre los artistas favoritos del usuario, e incluso da avisos sobre la situación climática venidera, que a propósito, no era la mejor a en la antesala del show más importante de la noche, el del mítico Iggy Pop. La iguana y su numerosa banda irrumpen con “TV Eye” y el impacto es inmediato: esto es noise de late show gringo. El poder de los bronces sobre el machacante riff y esa voz urgente e inconfundible todo lo pueden. Lo mismo sucede con el riff mega clásico de “Raw Power”, la fineza más bestial que se escuchó en este festival hasta el momento. “Escribí esta canción cuando era un crío. No es de esas mierdas que escucharéis en la radio”, avisó antes de “I’m Sick Of You”. La interpretación es conmovedora. Aun intentando no ser preso de la nostalgia, la pregunta aparece sola: ¿Cuántos artistas jóvenes pueden componer y ejecutar de este modo? Luego del incendiario final con “Search and Destroy”, Iggy Pop sigue justificando su posición de referente a los 76 años, se rodea de una banda de rock con mayúsculas que como buen manifiesto cultural ofrece un sonido sísmico para hacer brillar a su líder quien, sin un mínimo atisbo de patetismo, se retira del escenario regalando un doble fuck you que sabe más a bendición que a ofensa.

El cierre del escenario principal estuvo a cargo de los también australianos Pendulum y su rock de rascacielos fluorescentes. Tan sintético como bestiales disfrutaron de su llamativa popularidad entre el público rumano, quienes agradecieron la chance de verles en otro de los shows sorpresa, en este caso en el escenario Stables, una rústica nave de ladrillo a la vista que era ni más ni menos que el lugar donde la familia dueña del castillo tenía a sus caballos siglos atrás. La prometida lluvia finalmente llegaba con más fuerza para el momento en que el único crédito español del evento dijera presente. Queralt Lahoz tomaba el escenario Backyard y con una performance impecable convertía ese bosque iluminado en una liturgia sensual. La catalana y su indisimulable ángel enamoraron al respetable que con tierna torpeza y buena voluntad intentaba seguirle las palmas. Una inolvidable hora de RNB, flamenco, hip hop, soul y perreo bajo la lluvia que dejó la sensación de ser uno de esos conciertos de los que vacilar en el futuro: “yo vi a Queralt Lahoz en el arbolado patio trasero de un castillo en Transilvania, junto a unos 300 suertudos más”. Simplemente espectacular.


Iggy Pop

22 de julio

El escenario Hangar, una megatienda con capacidad para unas 15.000 personas, sería el espacio donde se alinearán los planetas de quienes necesitan que la música oscura los deje en un lugar luminoso. Brutus eran los favoritos del hemisferio dark del Electric Castle y dejaron la vara a suficiente altura como para necesitar mirarla con zoom. El trío de Amberes es el más valioso diamante de la escena del post metal actual. Su concierto es un viaje emocional profundo, una suerte de sesión de reiki ruidosa, guiada por los urgentes mantras de la inigualable Stephanie Mannaerts. Fueron y vinieron sobre su discografía haciendo énfasis en su genial “Unison Life” y al finalizar su show la nostalgia fue inmediata.

El main stage seguiría con la temática post rock al ser tomado por el “otro” milagro islandés más allá de Björk, Sigur Rós. A esta altura es inútil intentar describir lo que el cuarteto expone cuando sale al escenario. La puesta en escena, sobria y espectacular, el arco sobre la guitarra de Jonsi y ese audio inquebrantable que siempre les acompaña son los elementos que definen la experiencia apenas comenzada. Es tal el carácter artístico del grupo que cada vez se muestran más extremos: más incidentales, más oníricos, más lentos, más pared-de-sonido que nunca. En definitiva, Sigur Rós siendo Sigur Rós, lo cual es mucho decir.

En un evento de dimensiones como este, es lógico que el asistente arme su propia ruta, la cual nos volvió a llevar al escenario Backyard para la actuación de la estambuliana Gaye Su Akyol. Misteriosa, de mirada entrecerrada y con su propia visión del rock, la también activista, antropóloga y pintora revalidó la máxima de menos es más: acompañada de un batería y un magnífico guitarrista y multiinstrumentista llamado Görkem Karabudak, desplegó su colección de canciones exóticas que toman elementos del rock psicodélico turco y la música anatoliana y los implanta dentro de una actitud de constante desafío y rebeldía. El hecho de que Rumanía y Turquía son países casi vecinos hace que el público esté muy familiarizado con este código musical; la mesa de la fiesta está servida. Antes de las sesiones bombásticas de Netsky, Metrik y Booka Shade, los Dub Pistols protagonizaron el momento más divertido de la noche. Cabe aclarar que los patanes de Londres son el único grupo que participó en todas las ediciones del festival, con lo cual, si ya son de empatizar fácilmente, hay que imaginarse lo que son cuando se sienten en casa. Hooliganismo ilustrado en directo en Transilvania.


Orbital

23 de julio

El último día en un festival así de largo suele traer sensaciones de melancolía, y en algún punto el orden de los más esperados conciertos -Orbital, Morcheeba ambos cerca del final del día- tuvo algo que ver con ese sentimiento tramposo. Pero vamos al comienzo. El clima era perfecto, los asistentes descansaban a la sombra de los árboles, paseaban por las instalaciones del omnipresente complejo arquitectónico protagonista del evento, recargaban fuerzas en los patios de comida o escuchaban a los DJs que iban amenizando la jornada -destacables las sesiones de los locales DJ Hefe, Aldaris y la británica Millie McKee-.

Como era de esperarse buena parte del cartel del Electric Castle está formado de grupos rumanos y este día hubo dos shows a destacar: el de los folklore metal Dirty Shirt -un muy divertido colectivo de catorce músicos que hacen un improbable estilo en plan La Pegatina meets Fear Factory en medio de los Cárpatos- y el de los impresionantes Subcarpatį. Respecto a estos últimos, debemos decir que hace mucho tiempo que no observamos a una banda que pueda mixturar con semejante certeza estilos autóctonos de su país con sonoridades occidentales, en este caso cercanas al trip hop, hip hop y alternativo. La congoja y el sentido de unidad del folklore rumano, dimensionado al volumen y la profundidad de unos arreglos oscuros, de alma portentosa, como si Tool fueran de Bucarest y se fliparan con el dubstep y el post rock. Realmente novedoso y genial.

Mientras Frank Carter y sus Rattlesnakes desplegaban toda su parafernalia para apropiarse de un público ya entregado, Morcheeba daba un precioso show sorpresa -solo de guitarra y voz, haciendo tres de sus mayores hits y una lograda versión de “Summertime”- debajo de un gran árbol y Huey Morgan (Fun Lovin Criminals) ponía a todo el mundo a bailar disco, la nueva revelación del nu metal, Nova Twins, daban un show irresistible en el segundo escenario del festival. Es real que musicalmente no nos harán descubrir nada -al menos por ahora-, pero sí que traen de nuevo ese sentimiento particular del groove metal noventero. Y no solo eso, la actuación de la bajista Georgia South es impactante, su sonido abraza, llenando la sala de riffs y arreglos tan complejos como directos.

El final se acercaba con una delicatessen de dimensiones en el escenario Backyard: Oscar Jerome daba pruebas de por qué es una de las figuras más importantes del jazz de los últimos años. Junto a su sólida banda, surfeó su catálogo en clave bailable; el denominador común de su concierto fue un constante y valioso derroche de swing y groove. Estupendo. Para terminar de sellar sentimientos hasta que la vida ponga otra edición del festival por delante -por cierto, ya comenzaron a vender los super early birds para 2024-, Zero -7 en plan DJs- musicalizaban un bosque alucinado y los aún inspirados Orbital usaban sus encantos techno y break para que su público cerrara los ojos y flipara vaya uno a saber qué, pero a juzgar por las caras de placer algo estarían haciendo bien los hermanos Hartnoll, del mismo modo que lo hizo Electric Castle en esta victoriosa novena edición.

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