Diciembre solo agotaba unas horas cuando la luna menguante ya presagiaba el fin de una era. Vetusta Morla decidió finalmente encomendarse al calendario lunar y eligió el pasado 1 de diciembre para celebrar su ritual final en el WiZink Center de Madrid.
La mística que se esconde detrás del concepto de “rito” no es casualidad, aunque en ocasiones sí injusta por el sentido peyorativo que se le adjudica. La oda al folclore y a lo popular es sin duda el principal baluarte de Vetusta Morla en su último álbum, “Cable a tierra”, en el que se desprende de lo global y se enfoca en lo local desde la raíz, desde la tierra. Consigue así resignificar el concepto de “ritual” vinculándolo a las costumbres y el folk.
“Puñalada trapera” es a Vetusta Morla lo que el canto y la danza a cualquier rito. Es la apertura de un directo ininterrumpido de 150 minutos vertebrado por un sonido que tras quince años de carrera ya es atribuible a la banda pero que deja entrever una ambición insaciable.
Culto al folk
Hay mucho de culto en el concepto de ritual. Ese cable a tierra que da nombre al álbum y a la consiguiente gira conecta directamente con culturas y sociedades de las que el grupo de Tres Cantos —igual que prácticamente cualquier urbanita— ha estado desconectado hasta que ha decidido explorar nuevas formas de creación musical que, afortunadamente, ha sabido trasladar al directo.
El cable a tierra exploró hasta dar con dos agrupaciones que eso de la conexión con las raíces lo llevan implícito. Sobre una maseira y en un reconvertido “tiny desk” a lo tradicional, la formación gallega Aliboria y los palentinos El Naán acompañaron a la banda madrileña en muchos de los temas que conformaron el setlist, inundando el WiZink Center con arreglos de percusión tradicional y folclore castellano que alcanzó su cumbre en “Finisterre” y “Los días raros”. Una versión ya clásica en sus últimos directos y con la que han consentido a su público, que no esperará menos en futuras giras.
Otro de los vértices del ritual es el protocolo. La danza en “23 de junio”, la catarsis de “La cuadratura del círculo” o las mil y una voces con las que cantar “Copenhague”. La pasada noche se sumó la de Leiva, cerrando un círculo de colaboraciones y artistas que han acompañado a la banda durante los dos años girando e interpretando su tema más aclamado.
Ceremonia generacional
Algo que consigue Vetusta Morla con sus directos es crear contextos y acompañarlos de intensidades en cada uno de los temas, algo que funciona muy bien para un público que aprende sus canciones y, cada vez más, su escaleta en el directo. Esta coherencia los ha legitimado hasta el punto de llenar dos WiZink Center —recinto en el que equilibran el binomio cercanía-capacidad— en una gira que ha durado dos años e incluso ha pasado por un Cívitas Metropolitano.
Y es que los últimos meses han servido a Vetusta Morla para construir un público que tiene la mejor de las virtudes: la asiduidad. De nuevo el término de ritual, que habitualmente está envuelto por un aura aneblada, es lúcido para aquellos que miran desde dentro. Para esos que lo ven como una ceremonia a la que, prescindiendo de etiquetas y formalidades, no se puede faltar.
El público que asistió al fin de gira de ‘Cable a tierra’, al que la banda se dirigía como “tribu”, es además el reflejo de lo que Vetusta Morla quería transmitir con su último álbum: esa convivencia entre lo nuevo y lo antiguo, el sonido folk producido con sintetizadores, el mundo de la juventud actual y el que fue años atrás, consiguiendo reunir a varias generaciones.
¿Pero fue entonces el de la pasada noche un ritual final? Estaríamos recayendo en un oxímoron. Con ese fin de gira de “Cable a tierra”, hablamos más bien de un fin de ciclo que conlleva, por tanto, el inicio de uno nuevo.
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