Ante un auditorio en pie, y bajo una atronadora salva de aplausos, Vetusta Morla culminó su “mini-residencia” en Donostia -dos conciertos consecutivos en el Kursaal con prácticamente todo el papel vendido-. Un baño de masas de casi dos horas, en el que el sexteto madrileño demostró que la maquinaria está bien engrasada después de dos años de gira.
Calcaron el setlist de la noche anterior, para eso de que nadie se sienta perjudicado porque tal o tal canción no ha sonado el día que fueron. Vetusta Morla llegaba a la capital gipuzkoana después de una gira por los Estados Unidos, en el que contaron con un equipo y una selección de canciones más reducida de lo habitual. Así que la vuelta les sirvió para volver a su estado habitual. Conscientes de que jugaban con buenas cartas, se mostraron comunicativos y motivados. Un buen humor que se trasladó al auditorio, en el que convergieron varias generaciones. Fiel muestra del alcance de este grupo desde que se dieran a conocer con aquel excelso Un día en el mundo.
Con diez minutos de retraso sobre la hora estipulada, con todo el público ubicado en su asiento, y justo antes de que empezase a impacientarse, empezaron a sonar unas voces, la música de introducción que nos anunciaba el comienzo de la actuación.
Apareció el sexteto madrileño en el escenario, saludo correspondiente, y atacaron los primeros acordes de "Deséame suerte". Y se obró la magia del Kursaal, un auditorio con una acústica envidiable que Vetusta Morla aprovechó. Quizás pecaron al predominar demasiado la voz de Pucho -tónica habitual durante todo el concierto-, aunque es cierto que en ningún momento tapó ningún instrumento. Todo sonó en su sitio, hasta el detalle más mínimo.
Siguieron con "El discurso del Rey", aliciente suficiente para que un buen puñado de seguidores de la zona inferior derecha se levantasen a cantar y bailar a su ritmo. El demoledor final fue un estallido, y ese entusiasmo caló tanto en la parroquia, que con "Palmeras en La Mancha", solamente la tercera canción del setlit, todos se pusieron en pie, en una especie de ola que comenzó en las primeras filas y terminó en las últimas del anfiteatro. La pantalla nos proyectó viñetas de cómic, onomatopeyas de golpes incluidas, durante toda la canción.
Vetusta Morla cuidó al detalle tanto los juegos de luces como los videos e imágenes proyectadas, que variaban de canción a canción, como cuando Pucho se hizo cargo de la cámara y nos enseñó lo sudado que estaba o cuando intentó capturar al público en rápidos movimientos no aptos para epilépticos.
Tras tres temas de "Mismo sitio, distinto lugar", disco que llevan dos años presentando, y con el que se han pateado prácticamente toda la orografía del estado y una buena parte de América Latina y el mundo, "Golpe Maestro" inició un celebrado mini-apartado de canciones anteriores, que culminó con "Fuego" y tuvo en "Copenhague" su punto álgido. La mencionada "Golpe Maestro" fue coreadísima, y desde la pantalla hubo un pequeño guiño al euskera, con la frase "Bizirik utzi gaituzte" cuando Pucho cantaba "Nos han dejado vivos". El propio cantante se arrancó a hablar en euskera, con la sonrisa nerviosa del que no está seguro de lo que dice. Pero bueno, examen aprobado con buena nota. A continuación, ya en castellano, se ganó al público cuando no tuvo más que buenas palabras tanto para la ciudad, como para el Zinemaldia, del que reconoció ser un fiel asistente.
"Maldita dulzura" fue un pequeño momento de calma, en el que el público se sentó a tomar aire, mientras agitaban los brazos de un lado al otro. El espejismo de estar sentados duró un suspiro, en esa especie de montaña rusa que son los conciertos de rock en lugares así. La eterna duda entre dejarse llevar o cumplir con las apariencias. "Cuarteles de Invierno" dio paso a "Copenhague" una de las razones principales para que Vetusta Morla la rompiera con "Un día en el mundo" hace ya unos cuantos años. A sabiendas de que prácticamente todos los presentes conocen la letra al completo, Pucho dejó cantar al público en buena parte de la canción, convirtiéndola en un emotivo karaoke coral, que mágicamente sonó bien.
"Fuego" mantuvo la energía creada, y "Guerra civil" sirvió para relajar un poco el ambiente hacia el ecuador de la actuación. La vieja escuela es puro Vetusta Morla, y describir la canción sirve para definir casi todo el concierto: percusiones marca de la casa, un ritmo que incita a moverse, la voz de Pucho omnipresente con sus letras reflexivas, y una tendencia a lo épico cuando los teclados y la percusión juegan a quitarse el protagonismo. La delicadeza llegó justo después con 23 de junio, con dos bailarines girando en una caja de música, en un vals hipnótico. “Haz que este baile merezca la pena”. De hipnótico tiene mucho "Al respirar", que, pese a ser modificada, fue igual de delicada que la original.
Un nuevo discurso sirvió para que Pucho “se cagase en la puta” en la gentifricación, la falocracia, el cambio climático… antes de decidir celebrar el amor y cantar sobre ello. “La única manera de luchar contra esa marea”. Lo que dio inicio a una traca final en la que ya no hubo dudas entre ponerse en pie o quedarse sentado. "La deriva" fue bailada como si fuese la última canción de la historia, y "Mapas" fue de nuevo un claro ejemplo de lo engrasada que está la maquinaria tras tantos conciertos.
"Sálvese quien pueda" llenó de épica el ambiente, y "Valiente" fue una bacanal, en la que poco faltó para que alguien se subiese a las butacas. "Te lo digo a ti" evoca a la vertiente más rockera y gamberra del sexteto; rockeros, por ese riff de inicio tan bueno, y gamberros por el juego que hicieron con un brazo elástico en el que señalaban al público cada vez que la canción dice “Te lo digo a ti”. Y no son pocas veces. Fiesta mayor cerró, momentáneamente, la velada, a la espera del bis.
Una espera que aunque realmente no fue larga, se le hizo eterna a más de uno, que no paró de pedir “Beste bat!” y de golpear rabiosos el suelo con los pies. Antes de provocar una revuelta el sexteto se subió al escenario para tocar sus últimas tres canciones. El bis comenzó reposado, con un "Consejo de sabios" comedido. "El hombre del saco" tampoco llevó al delirio, aunque tuvo buenos momentos. Pero "Los días raros" sí consiguió su propósito: comenzó suave, con un fondo azul y calmado, pero fue progresando hasta dejar al público coreando durante varios minutos. Después de casi dos horas, el publico, en pie, y aplaudiendo por minutos, certificó un nuevo golpe maestro de Vetusta Morla.
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