Lo vivido anoche en la sala Changó de Madrid fue como si el inagotable mundo rave dejara atrás los puentes y los descampados para hacerse ver unas horas por el centro de la ciudad, llevando su locura sonora a un espacio delimitado con muros, focos y un par de gorilas. La noche arrancaba casi una hora más tarde de lo anunciado con el set del barcelonés Ralp. Su show empezó con mal pie y un problema técnico provocó un corte en el mismo de unos veinte minutos. El tiempo necesario para salir a echar un piti o tomarse una caña en el bar de enfrente que al pagarla no te doliera el costado. A pesar de este primer escalonazo, el productor retomó las riendas con seguridad, haciéndose con la sala en cuestión de segundos y poniendo a dar saltos a las más de 200 asistentes con su glitch noise siniestro y machacón. Tras el desliz previo y que la escenografía de Ralp se había limitado a una pantalla de luces encendiéndose y apagándose sin mucho tirón, algunos en la puerta -concretamente dos chicas que habían venido especialmente para ver los prometedores visuales del laboratorio creativo Eyesberg- se temían lo peor. Se quedarían sin uno de los mayores atractivos de la propuesta: “Un show visual 3D generado en tiempo real y sincronizado con la música -mezclando arte generativo y micro loops de vídeo- que se tendrá que ver con gafas especiales. Un show que explora todas las posibilidades de la geometría circular y esférica, como un puzzle 3D que cambia de forma y pasa por diferentes estados hasta convertirse en el ojo de un ser artificial”, según rezaba la web del festival MIRA, responsables de comisariar los visuales de Venetian Snares. Y así fue.
Los que nos quedamos (mis interlocutoras debieron irse echando humo tras enterarse de que su mayor aliciente se acababa de ir al garete debido a nuevos problemas técnicos que jamás conocimos) disfrutamos sin embargo de un Aaron Funk en plena forma, quien, aun desprovisto de sus malabares visuales, técnicas 3D y demás parafernalia, acompañado únicamente de su artillería analógica compuesta de viejos sintes y modulares, consiguió crear una atmósfera extraña y casi solemne en la sala nada más aterrizar en el escenario, alimentada en parte por unos juegos de luces sutiles pero eficaces y la enorme lámpara de araña que colgaba del techo. Un bello contraste.
Si alguna vez habéis estado en un concierto del canadiense, sabréis que es todo un experto en irse por las ramas, en el mejor sentido del término. Oír e identificar un track concreto suyo en alguno de sus sets es lo más parecido a buscar un pelo en la arena. Pero como uno venía cargado de actitud y dispuesto a dejarme llevar por las ramas que hicieran falta, no podía sino sentirme enormemente agradecido por la sensación de suma curiosidad y sorpresa. Así, tras un prolegómeno introspectivo marcado por frenéticos beats a un rate infernal, el prolífico productor y artífice del reciente "Tradicional Synthesizer Music" (Planet Mu, 16) fue sorteando tempos y reconstruyendo beats con la visceralidad que caracteriza su música hasta llegar al cénit de la experimentación. La noche avanzaba mientras frente a nosotros, esta suerte de Aphex Twin que un día decidió instalarse para siempre en el underground, lanzaba desde el escenario sus retorcidas dinámicas sonoras sin atisbo de complacencia, hipnotizando a todos los allí presentes. El final se acercaba y yo cada vez me sentía más en una rave a finales de los noventa en algún sitio de la periferia londinense. Lamentablemente, al encenderse las luces, no nos quedó otra que volver al mundo real, todavía azotados por lo que acabábamos de presenciar. Para entonces, ya me había olvidado los visuales que nunca llegaron y de que –mierda– todavía estábamos a jueves.
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