Hay noches que son un regalo y el Centro Cultural María Victoria Atienza nos obsequia hoy con una de esas veladas que dejan huella y se saborean en el tiempo.
Kiko Veneno, una de las voces más libres, genuinas y vitalistas de la música popular española, con disco nuevo bajo el brazo tras seis años de espera, sale a escena acompañado sólo de su guitarra, para ofrecernos al desnudo lo mejor de su cancionero y algunos de los temas más destacados de su flamante Sombrero roto (19). Un parpadeo tarda en agitar ese mágico abanico de cristal con Los delincuentes, del icónico y rompedor Veneno (77) que firmó junto a los hermanos Amador, haciendo que aparezcan rayos sombre su cabeza plateada y ya no deje de relampaguear la alegría, la cotidianeidad y el cariño hasta que finalice el show.
Sabiduría y arte por los cuatro costaos. Del Lobo López, a esos Superhéroes de Barrio tan necesarios para aplacar la nueva ola de villanos con máscaras de políticos, pasando por un Memphis Blues que arranca un zapateo a Dylan allí donde esté.
Hacía tiempo que no sonaba una guitarra tan auténtica en cada rasgueo, fusionando flamenco, blues y rock con la naturalidad de los más grandes, desgranando un cancionero que tiene vida propia y que se filtra una y otra vez en el inconsciente sentimental colectivo, como la lluvia en la tierra.
Nos metemos en la piel de Andrea y Eloy y lo acompañamos en los coros de esa triste historia de amor que nunca será, fruto de la incomunicación de nuestros días y de ese deambular de Vidas paralelas que solo se rozan en pantallas táctiles o centros comerciales. Salimos corriendo y recuperamos el calor humano en La casa cuartel, cantada a pecho descubierto, en la que “nos cogemos de la mano y nos vamos muy lejos”, para terminar “en un cuartito los dos” y compartir “Veneno” del bueno.
La tormenta acústica de hits no cesa y no podemos parar de frotarnos las orejas y los ojos. Del Dice la gente en el que morimos y vivimos muchas veces, a la esperada Echo de menos que rompe todo muro de metacrilato o una imborrable Mercedes blanco, que comienza a capella y nos inyecta “cachitos de hierro y cromo” en vena.
Mención especial para una deseada Pueblo guapeao que le piden varias veces desde del público y que borda a fuego lento, seguida de una muy flamenca Viento de poniente, en la que desborda pellizco y duende a las seis cuerdas y en cada fraseo.
Se despide haciéndonos “flotar como veleros y abriendo semillas en el corazón del tiempo”, con una Leyenda inmortal que cumple 40 años y en la que terminamos por acompañarlo en cada verso. Y cuando parece que la noche no puede vaciarse más, reaparece con el cuarteto de cuerda de la orquesta de Málaga y batimos las alas al son de Chamariz y una Obvio que acelera el pulso, hace que se encuentren manos en la oscuridad y se fundan para siempre.
Fin de fiesta con un Volando voy que nos vuelve a reencontrar con Camarón y un Kiko de leyenda, improvisación del cuarteto y el maestro incluida, levantándonos de las butacas a cada nota. No, no hay antídoto posible para tanto arte, ¡que siga corriendo el Veneno!
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