Hay grupos que se miden por lo que llenan, otros lo hacen según suden ellos (y ellas) y la gente que haya agotado el papel. Estando en 2017 se puede ir a 1982, volverse hortera, petardo y un poco Miguel Bosé. También hacer que tiemble el empedrado de la calle Arenal, libertina vía de granito a los pies de la Joy Eslava de Madrid. Y allí estaban los Varry Brava, estrenando Safari Emocional (tercer disco) a lo grande, como estrellas sacadas de la portada del Vibraciones (aquella revista roquera de los 70) empezando por Aarön Sáez (con el show que monta con el keytar, los teclados y las gafas con leds), siguiendo por Óscar Ferrer (salió al escenario el último, cantando en off NingunoDos, primer corte, como una “puta” rockstar) y terminando por Vicente Illescas (más sobrio en las formas pero puntero con la guitarra).
Los Varry se lo creen, y eso mola. De hecho, más que conciertos, son fiestas lo que montan. Todo el repertorio, de una hora y media larga de duración, fue un sorbo de leche de pantera; rico, sin cortes y como un tiro. Fiesta, Sonia y Selena y Playa sin hacer parada en el speech de presentación común. Bueno, alguna con dedicatoria, como Flow, para todos “los que nos van comiendo la oreja”. No se le pueden poner pegas al concierto de Varry Brava. Ni tan siquiera por la cantidad de público en la pista, todos rozándose, saltando, apretados tela contra piel. Aunque la juerga terminó con Radioactivo, todavía se escuchaban los ecos de No gires antes del bis. Allá, en el fondo sur de la sala madrileña, cuando se encendieron las luces que te mandan a casa, los calores del ítalo-disco iban camino de la playa (“oh, uho-oh-oh”).
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