Borrachera de talento
ConciertosVampire Weekend

Borrachera de talento

7 / 10
Yeray S. Iborra — 25-11-2019
Empresa — Live Nation España S.A.U.
Fecha — 24 noviembre, 2019
Sala — Razzmatazz 1, Barcelona
Fotografía — Estefanía Bedmar

Hacen gracia. No lo discuto. Mejoran las sobremesas, y más estos días en que se vendrán cenas de empresa a mansalva, y la mayoría de noches son más llevaderas gracias a ellos. Y, qué coño, todos lo hemos vivido desde ambos lados de la barrera. Pero el mundo entero sabe que llega un punto en que los borrachos se ponen pesados. Lo de Vampire Weekend es un pedo sin gota de alcohol. Una verborrea de creatividad con seria necesidad de terapia. Y que, con los años, sólo va a más.

Su vuelta a los ruedos fue un disco doble, “Father of the Bride”, del que no todo lo que se reproduce se recuerda; y sus conciertos se pesan a granel. El quilo de Vampire Weekend cotiza a la baja. Así lo han decidido ellos. Lo reparten todo de una. Todo lo mucho, cansa; si pudiésemos comer caviar cada día, a cagar el caviar.

Ezra Koenig y los suyos cada vez miden menos eso de ‘cuándo toca la última’. Porque con una sólo copichuela, Vampire Weekend, con o sin Rostam Batmanglij, son imparables. El timbre de Koenig y las guitarras afiladas del convo suenan a una sola cosa. A una cosa bella y bailonga. El arranque, con “Flower Moon”, “Holiday”, “Bambina”, “Sympathy” o “Cape Cod Kwassa Kwassa”, ya lo tuvo todo.

Pop de altos mimbres, algo de orfebrería de todas las latitudes posibles y melancolía hiperemotiva a los arreglos. ¿El problema? Después del maravilloso inicio, lo que para cualquier banda sería la mitad del trabajo hecho, todavía sumaron veinte piezas más. Canciones tan accesorias como una versión de Paul Simon o el “I'm Goin' Down” de Bruce Springsteen.

El valle del concierto durmió a los más convencidos. Ese momento en que, tras muchos y muchos pelotazos, los chistes ya sólo le hacen gracia a uno mismo. Lo que al principio eran vítores y comunión, derivó en una travesía barroca por el desierto. Antes de los bises, con “Jerusalem, New York, Berlin”, y sobretodo después, con “Big Blue” o con el entusiasta cierre, baúl de los recuerdos de su primer largo, “Walcott”, el combo sacó al respetable del coma.

En los 27 temas no hubo una sola fisura técnica. Pero en el pop, eso no lo es todo. Para que una noche de jam con amigos derive en una actuación redonda, hace falta saber decir basta. Vampire Weekend seguirían siendo una de las mejores bandas de este siglo sin ser tan excesivos. Nadie puede discutir el talento de los neoyorquinos, pero es más cuestionable que sepan prevenir el empacho.

Lo mejor de la embriaguez es que te hace imprevisible. Es por ello que sigue valiendo la pena ir a ver a Vampire Weekend en directo. Sus setlist jamás se calcan de una cita a otra. Aunque el precio a pagar sea no escuchar “Ya hey” en su primera visita a nuestro país en sala desde hace una década.

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