Aún con ese nudo en la garganta que nos aflojó y apretó a su antojo Valeria Castro, con esa sensibilidad y poderío que le brota de cada poro de la piel, intentaré describir uno de los conciertos (marco extraordinario y marcadas circunstancias) más emocionantes y especiales que he vivido últimamente.
Justo hace un año que pudimos disfrutar por estos lares de la brisa fresca y auténtica de esta guerrera de 25 años, concretamente en la acogedora localidad lanzaroteña de San Bartolomé, donde cerraba su gira isleña, presentando su sobresaliente disco debut, “con cariño y con cuidado” (23). Y como cantaba Mercedes Sosa, en una canción que Valeria ha hecho ya para siempre suya: “Cambia lo superficial, / cambia también lo profundo, / cambia el modo de pensar, / cambia todo en este mundo… / Pero no cambia mi amor, / por más lejos que me encuentre, / ni el recuerdo ni el dolor” de la gente que queremos. Desde ese volcánico epicentro sentimental partimos y bajamos por la mágica escalera de los Jameos del agua, esa que soñó César Manrique hace más de medio siglo, vislumbrando la icónica piscina y su palmera recostada, con el océano asomándose y perdiéndose al fondo.
Seguimos sumergiéndonos y nos adentramos en el auditorio escalonado, un túnel volcánico (con un lago interior originado por filtraciones marinas) producido por las erupciones del colosal Volcán de la Corona. Una formación geológica única que representa una de las máximas expresiones del ideario de Manrique: “la creación artística en armonía con el medio y la naturaleza”. Y esa armonía vital y artística es la que vamos a tener la suerte de experimentar hoy a flor de piel, de volcán a volcán, cerrando el círculo que comenzó con aquel furioso despertar de la boca de fuego de Tajogaite, que arrasó durante 85 días La Palma, tierra que vio nacer a Valeria y donde vive gran parte de su familia, motor principal de sus composiciones que harán vibrar hoy a la lava dormida en este, nuevamente, fin de gira isleño, con el mismo cariño y cuidado de siempre.
“Que haya algo atemporal, que haya tanto que cantar, que haya alguien que no mienta, que haya algo que siempre sienta…”. El poder transformador de los volcanes y la música, se funde y florece sobre el escenario desde que Valeria y su extraordinaria banda (Laia Muñoz Alcolea al piano y teclados, Pablo Cáceres a la guitarra y ronroco, Iván Mellen a la batería y percusión, y Alfonso Cifo al contrabajo) pisan las tablas, comenzando el ritual de herida y sanación desde “dentro”, haciendo que, hasta los cangrejos ciegos (especie endémica en peligro de extinción que puebla estas profundidades), se contoneen y recuperen la vista para no perderse ni un solo segundo de esta inolvidable velada.
Valeria se suma a las seis cuerdas y siguen erizando las paredes volcánicas con la delicadeza de “poquito”, con el lamento flotante de “ay, amor”, o la previa belleza dolorosa de esa no “culpa” que quema por dentro: “Sé que te queda poco pa' olvidarme, / ya no te queda tiempo pa' acordarte… / Y ojalá saber qué haces para estar tan bien, / y ojalá no haber sabido amarte”. Pero la primavera continúa y “pasó lo que tenía que pasar”, primer coro al completo del público, cuidándose mutuamente con esa alma colectiva que une las gargantas, protegiendo “la raíz”. Un público totalmente entregado que agotó localidades en poco más de diez horas. Como agradeció Valeria: “me habéis hecho sentirme como Rosalía”.
Volver a casa y nunca irse del todo. Su tierra siempre presente, “un hogar” y la voz de su abuela narrando cómo perdió sus enseres y su casa en el barrio palmero de Las Manchas, interpretada una vez más con una delicadeza abrumadora, despejando toda nube negra de ceniza a cada fraseo y dejando que la luz nos marque el camino, porque: “hay mil razones para volver, / para querer, para no olvidar… / Y hay quien te cuida, / y hay quien te quiere, / y hay quien está cuando parece que no hay quien te espere”. No hay respiro y Valeria sigue danzando (a cada concierto se la ve más libre y disfrutar más en el escenario) sobre nuestro pecho, primero con una “techo y paredes” en la que saborea cada frase como si fuera la primera vez, y luego con la bellísima cadencia de “El amor a Andrea”, tema compuesto junto a Vetusta Morla para la película del mismo nombre, de Manuel Martín Cuenca.
Llegamos al ecuador sin darnos cuenta, pisando las flores secas de un amor que creemos y sentimos que no terminó, con Valeria cantándole a la guitarra de Pablo desde el centro del escenario en “perdón (no me había dado cuenta)”, con la banda al completo sumándose poco a poco al hechizo; para proseguir con la envolvente y creciente intensidad de “cuídate”, despegándonos del suelo en su parte percusiva final, con Valeria tocando el pandero cuadrado y avivando toda llama en la lejanía.
Desde el piano de cola, habla de sus padres, de lo agradecida que está por cómo la enseñaron a tratar al mundo, “con cariño y con cuidado”, de la misma forma que (dice y agradece) la trata el público a ella, sumándose como un latido las percusiones y el contrabajo con arco. “Y aunque esté agrietado / este corazón quebrado, / no se rompe en esas manos, / porque siempre lo has tratado / con cariño y con cuidado”.
Se queda sola en el escenario y, sentada, guitarra en mano, nos termina de rematar con esa casi nana que duele y sana, un “¿cómo te voy a olvidar?” sin respuesta posible, con el público al unísono en el tarareo y reconfortante vaivén de cierre.
Tres canciones en la recta final que suben la temperatura de cada tubo volcánico de la Corona: la fuerza tribal y ancestral de “costura”, con ese “silencio desgarrador” y juego de luces; el mencionado y enérgico “Todo Cambia”, coreado por todos, con tambor palmero muy protagonista y reivindicación de Valeria por la dignidad y respeto al pueblo canario; y la primavera infinita de “abril y mayo”, con el auditorio tocando palmas, cantando y puesto en pie.
Nos dice que ha cumplido dos sueños en una semana, tocar en el Alfredo Kraus de Gran Canaria (sold out de casi 1500 personas) y en Los Jameos del Agua de Lanzarote. El tiempo se acaba, “el cuerpo corre y el mundo vuela, /quítame la pena”, y nos la quita, por momentos, en el suspiro a corazón abierto de “la corriente”.
Se marchan y vuelven para regalarnos dos vidas extras: la imprescindible “guerrera”, dedicada a su madre y a su abuela, “por enseñarla a saltar las piedras”; para todas las guerreras que son referentes aunque no lo sepan, para todas las mujeres que la necesiten. Un canto a la resiliencia, a seguir adelante siempre, “ay, guerrera, yo te llevaré en el alma la vida entera”, cantada a pleno pulmón en su epílogo desde el filo del escenario, sin micro, libre y a viva voz.
“Cómo voy a saber, / cómo voy a saberlo / si no canto lo que siento”. Fiesta y rito en la despedida apoteósica de “lo que siento”, quemando las naves toda la banda (inmensa de principio a fin), con Valeria brincando, bailando y bajando del escenario, fundiéndose (como la lava que una vez recorrió este túnel volcánico) con el público, en plena armonía colectiva. “Pa’ cuidarse, / pa’ quererse, / pa’ saber que te tengo presente”.
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