Si un grupo extraterrestre hiciera pop, no le saldría aquella simpática pachanguilla jazz de Tatooine de Star Wars, sino más bien lo que nos ofreció Unknown Mortal Orchestra, la banda neozelandesa afincada en Portland y comandada por Ruban Nielson. Su propuesta híbrida e inclasificable, tan ambiciosa como libre de prejuicios pero nunca rendida a la comercialidad barata, convenció plenamente. La nutrida parroquia, mayormente joven, cosmopolita y sofisticada, les recibió con los brazos abiertos y les despidió con todos los honores.
La barcelonesa Núria Graham se había encargado de caldear el ambiente aún desangelado con sus canciones tiernas y elegantes. Nielson y compañía arrancaron por todo lo alto, con el peculiar frontman como alumno aventajado de Hendrix (o Prince) marcándose un solazo entre el público. Parecía que con From The Sun iba a dar comienzo el show particular de Nielson y su destreza guitarrística, pero no es el exhibicionismo instrumental lo que propulsa al desaliñado geniecillo, un tipo con aspecto de empollón majete y despistado con su eterna gorra ladeada. Son las composiciones, en las que consigue el milagro de llevar su propuesta a terrenos insospechados. Psicodelia, vale. Pero también pop, R´N´B, funk, acid-jazz, prog-rock, glam...lo que se tercie, vamos.
Hasta cuando se acerca peligrosamente al AOR de los ochenta, las canciones le funcionan a un músico que se apoya, más que en su dominio de las seis cuerdas, en sus apreciables dotes vocales y su excelente banda cuasi familiar: además del bajista Jake Portrait, su hermano Kody, clon con gafas de pasta y gorro que le pone mucho criterio a la batería y los coros, y su padre Chris, a los teclados y la trompeta. Inciso: la química entre los hermanos parece recuperada años después del traumático final de The Mint Chicks. No abundan los baterías como Kody, las cosas como son.
Con el público entregado desde el inicio, el cuarteto ofreció una actuación tan equilibrada y justa en su duración (más no siempre es sinónimo de mejor) como convincente, pese a un sonido mejorable (el día en que se entienda el bajo en Madrid, habrá que organizar una fiesta) y palmaria, al menos para mí, falta de volumen de guitarra, más difuminada por los pedales con que el guitarrista se empeña en filtrar su sonido. Es parte de su show, en realidad: supongo que en Marte las guitarras tienen que sonar así. Se dejaron la parte más disco para el bis, y convertir la sala en una pista de baile no suele fallar. El material de sus últimos dos trabajos Sex & Foody Multi-Love predominó.
La indiscutible gracia de UMO es que son capaces de pasar de poner de acuerdo a Michael Jackson y Prince, a pasajes en los que asoma la locura organizada de Frank Zappa o Captain Beefheart; y de repente, sacarse de la manga un riff rockero que envidiaría Tommy Iommi, caso de su rotundo single American Guilt, con el que pusieron patas arriba la sala. O de meter en el mismo planeta a Stevie Wonder y Syd Barrett. Una “herejía” musical que en directo funciona incluso mejor, gracias al buen gusto de una banda muy centrada, que tuvo que salir una segunda vez ante la insistencia de los más fans, cuando buena parte del público ya había salido. Tendrán que volver.
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