“Todo lo que en el mundo he amado es una canción, un teatro y a ti”. Con esos versos comenzaba el paso de Enrique Bunbury por el Teatro Real. El inconformista, el culo de mal asiento, el muchas veces incomprendido de la música de nuestro país, llegaba el martes a las tablas del majestuoso Teatro Real y elegía una canción incluida en “El tiempo de las cerezas” (Parlophone, 06), el disco que grabó junto a Nacho Vegas en 2006, para abrir un show que se avecinaba histórico. Una elección, seguramente alejada de cualquier casualidad, que muestra esa personalidad inquieta y colaborativa que ha marcado la carrera de Enrique Bunbury desde que concluyese su etapa en Héroes del Silencio. Una canción llena de significado que, por otro lado, hemos oído interpretar hasta al mismísimo Raphael en sus directos. Aten hilos y hagan sus elucubraciones.
Pese a lo grandioso del recinto, el espectáculo se presentó de todo menos políticamente correcto. Enrique se dejó la majestuosidad en casa y ofreció un concierto cercano, adrenalínico, lleno de rabia, de potencia. Nada que ver con el Bunbury “acomodado” que hemos visto en alguna ocasión en los últimos tiempos. De no ser por el photocall y los flashes ávidos de caras famosas que había a la entrada del recinto, se nos habría olvidado que estábamos en un entorno de esas características. Lo del Teatro Real fue un concierto de puro rock and roll en el que el aragonés supo dotar de personalidad propia un repertorio heterogéneo que abarca treinta años de composiciones y que, sin embargo, sonó fresco y compacto. Grandes culpables fueron sus Santos Inocentes, que no han caído en convencionalismos y han hecho suyas canciones de periodos que poco o nada tienen que ver con la época vital que atraviesa Enrique Bunbury.
A Bunbury se le ha cansado a base de preguntar hasta la saciedad por una posible reunión con Héroes, de hecho, no solía hacer mucha referencia a esa época en sus directos. Pero ahora, coge todos esos temas y los deja fluir y convivir en un mismo repertorio. Un repertorio del que disfruta. A Bunbury se le vio feliz, cómodo, y reencontrándose con un pasado con el que parece haberse reconciliado. ¡Y qué manera de hacerlo!
“Ha elegido un set list para muy fans, un fan normal quizás no espera o no se sabe esas canciones”, explicaba emocionada una seguidora al salir del concierto, y hacía referencia a composiciones como “Una canción triste”, que había sonado minutos atrás. Y es así, el Teatro Real estaba lleno de “fans fans” incondicionales de Bunbury que vistieron sus camisetas, que esperaron al final de concierto para comprar ceniceros por 8 euros y que acogieron en sus brazos al artista cuando este se dejó caer en el patio de butacas en una adaptación de “Maldito duende” que quedará marcada en la retina y en los oídos de todos lo que lo vivimos. Después vendrían otros temas como “Lady blue”, “Más alto que nosotros solo el cielo”, “La chispa adecuada” y nuevamente emociones. Emociones a raudales.
Enrique, como lo llaman los seguidores más entrañables, se subió al escenario para disfrutarlo y eso se notó. Pero, claro, él no era el único que se reencontraba con sus temas y con tiempos pasados. También el público. De ahí lo especial, lo emotivo y el cóctel de emociones (encima y debajo del escenario) que se vivieron. ¡Por otros 30 años más, Enrique!.
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