La búsqueda desesperada de entradas en los aledaños del recinto lo dejaba claro: la noche era histórica. Ya dentro, fans de todas las edades, con predominio de los veteranos, y hasta algún niño, llevado por sus padres para continuar la tradición. Camisetas oficiales de U2 a 35 euros, récord mundial, supongo. Resulta difícil de creer pero, por razones logísticas y técnicas, hacía trece años que los irlandeses no se subían a un escenario madrileño. Quizá eso, y por la casi media hora de retraso con la que salieron, explica la atronadora ovación con la que el público local les recibió. Es imposible resistirse a la puesta en escena de su Innocence + Experience Tour: a ver quién le pone "peros" al discurso final de El gran dictador de Chaplin -uno de los instantes fílmicos más poderosos y emocionantes del siglo XX-, que se superpone a imágenes apocalípticas de las ruinas de ciudades europeas en los años cuarenta. Dejando claro, ya de entrada, el mensaje de la noche. La misteriosa salida de la banda, que aparece de la nada entre las dos caras de la enorme pantalla que ocupa la parte central del recinto, un prodigio tecnológico que ya llevaban en la gira de Innocence, y tocando The Blackout -siendo generosos, de lo más inspirado de su último disco- tiene un efecto devastador.
Así que pese a su demora, Bono, The Edge, Adam Clayton y Larry Mullen Jr. salieron con el público totalmente ganado. Cuando The Edge atacó en uno de los dos escenarios el riff inmortal de I Will Follow, que el grupo siguió con el ardor juvenil de hace casi cuarenta años, parecía que el pabellón se iba a venir abajo. De seguir así, la cosa acabaría irremisiblemente en salida a hombros por la puerta grande. Pero su primer concierto madrileño en trece años no iba a ser un paseo. La delicada condición vocal de Bono -que bordeó el desastre durante la desangelada interpretación de Beautiful Day y que, como se pudo comprobar, sigue sin estar al cien por cien- y la arriesgada (aunque comprensible, después de la reciente y también enorme gira en la que conmemoraban su treinta aniversario) decisión de olvidarse por completo de un disco imprescindible como The Joshua Tree para aferrarse a su material reciente, iban a marcar la noche. Pese a la medida espectacularidad de la imaginativa truquería visual y la admirable profesionalidad del cuarteto, el show se hizo arrítmico por momentos, entre los vaivenes técnicos, la logística y las obligadas disertaciones personales y políticas de un Bono luchando contra su afonía. También es verdad que el impacto del apabullante despliegue tecnológico del espectáculo no es el mismo si ya lo has visto.
El problema de base puede ser que hayan encadenado, sin respiro, tres giras mundiales, y eso no hay cuerpo (ni cuerdas vocales) que lo aguante, y más a cierta edad. Dicho lo cual, la banda cumplió con la solidez acostumbrada y hasta con cierta dosis de entusiasmo (esos saltitos de The Edge, o las miradas cómplices de un sonriente Adam Clayton, al que durante una canción tuve a pocos metros, encaramado sobre una plataforma). Y eso, pese a las dificultades del carismático cantante, que remontó con un derroche de profesionalidad, ganándose al público con algunos comentarios en castellano. La base del, por momentos, abrumador, espectáculo fue el show con el que presentaron su disco anterior. El lado autobiográfico y tierno de los cuatro muchachos del norte de Dublín que, contra toda probabilidad, se comieron el mundo (Iris, dedicada a la madre de Bono), alternado, naturalmente, con los comentarios políticos habituales, en versión actualizada: el auge de la extrema derecha, la crisis migratoria -con imágenes tan efectistas como la superposición de un crucero y una lancha de refugiados-, el desastre de la guerra en Siria o el “veneno” del nacionalismo, que tan bien conocen los irlandeses, como apuntó el vocalista ya al final. El cómic al ritmo de Hold Me, Thrill Me, Kiss Me, Kill Me, rareza de los noventa con la que hacen algún apunte sobre las servidumbres del éxito, tiene su gracia.
En lo estrictamente musical, predominaron los altibajos: por muchos productores e ingenieros que reclutaran para darle vida a las canciones de su mayormente intrascendente último disco, hay mucho trecho entre las canciones de sus últimos trabajos y los clásicos. Es, seguramente, inevitable. El poderoso riff de guitarra Cedarwood Road, de Songs of Innocence, funcionó, pero en muchas otras ocasiones la distancia es sideral, como se hizo patente cuando atacaron Sunday Bloody Sunday en versión minimalista y con el batería enarbolando la caja, la incombustible Pride (In The Name of Love), Even Better Than The Real Thing, Until The End of The World o One. Un subgrave muy molesto arruinó una versión algo modernizada de New Year´s Day y The Edge mostró su clase -como segunda voz, su contribución es igualmente incalculable- en el solo de Acrobat, joya de Achtung Baby que apenas habían llevado antes al directo, y fue una de las cimas de la noche; a pesar de la confusa disertación de Bono sobre Putin, Orban y los ultras suecos que la precedió, máscara virtual de Mefistófeles incluida. Al lado de canciones tan poderosas, con Red Flag Day, Get Out of Your Own Way o City of Blinding Lights, dan la impresión de copiarse a sí mismos.
Los irlandeses también se apoyaron en canciones energéticas menores como Elevation o Vertigo, alternándolas con momentos de recogimiento, de nuevo con cortes menores adaptados al formato (Summer of Love, You´re the Best Thing About Me) sin ahorrarse algún momento kitsch, como el de Larry Mullen Jr., espléndido y solidísimo batería, condenado a tocar unos bongos sobre una imagen de la luna. Cierto es que la apuesta de la banda por no sucumbir al gigantismo y ofrecer su lado cercano funciona, y eso no es fácil en montajes de estas dimensiones.
El final del bis (13 There Is a Light), también de Songs of Experience, con Bono en un extremo de la pasarela manejando una bombilla gigante y la banda por el otro, todos desapareciendo, dejó un extraño sabor de boca. De repente, se encienden las luces y suena Talking Heads por la PA. ¿Habrá que esperar otra década? Improbable. La exhibición de mortalidad de Bono me deja, pese a todo, una reflexión turbadora: no veo recambio claro ni siquiera para esta versión menor de U2 y su show ambulante.
Espectaculo sin precedentes, público entregado y banda en forma. Gracias U2.
Tirón de orejas importante para los responsables del Wizink, en las plantas superiores, por ejemplo en la sexta el sonido no era sonido, era ruido, una pena, para el grupo con el mejor sonido del mundo.
Seguro que los responsables de sonido del Wizink habrán dormido con la conciencia tranquila después de decepcionar a miles de fans.
El sonido en pista y en las partes inferiores por otros asistentes si fue muy bueno, aunque las entradas superiores fueran mas caras.
En fin, en España nos quejamos de lo que nos tenemos que quejar y no nos quejamos de ciertas cosas que si deberíamos.
Saludos y grandes U2.