Imposible saber lo que han vivido Tyson Vogel y Adam Stephens durante los cinco años que separan su tercer disco homónimo (2007) de "The Bloom and The Blight" (2012), pero la oportunidad de disfrutar en directo del resultado de sus experiencias personales, nos acerca bastante a ellas. Durante este tiempo Stephens se recuperó de un accidente de furgoneta y ambos han estado ocupados con diferentes proyectos. Hoy, el presente nos los devuelve más incoherentes y voluptuosos que nunca, entendiendo su incoherencia como un ejercicio de subidas y bajadas de intensidad que nos arrastra por llanuras y montañas durante el disco y se vuelve aun más evidente en directo. La aparente sobriedad que muestran al abrirse en el telón, apenas resguardados tras una guitarra y una batería, se convierte en puro barroco al primer golpe de baqueta.
Los dos galantes de San Francisco se compenetran apenas sin mirarse, canalizando su rabia hacia el mismo punto, que parece encontrarse mucho más allá del público entregadísimo que les jalea. Rodeada de pandillas excitadas y niñas que saltan y suelta grititos de emoción, no parecen muy descabelladas las opiniones que hace poco les comparaban con Black Keys y les auguraban una ascendencia similar. El público les quiere y aunque ellos son otra cosa, también nos quieren a su manera, por ejemplo despachando antes de llegar al quinto tema dos de sus himnos más potentes, el presente "My Love Won’t Wait" y el pasado (y eterno) "Steady Rollin’".
Nos acarician con la hoja de una navaja afilada con temas como "Sunday Souvenirs" o "Winter’s Youth" y nos la clavan sin miramientos cuando recuperan "Las Cruces Jail"; avanzando concentrados en su vaivén de emociones, que se mueve entre el folk melódico y el punk visceral que lo impregna todo, evitando siempre el punto medio.
Llegados a mitad del concierto, se sienten con la confianza suficiente como para recrearse en momentos de ruido y distorsión que convierten la atmósfera en una especie de purgatorio para lobos solitarios. Los riffs amplios y peleones dan paso a pequeñas treguas que conceden cada vez que agradecen que les escuchemos, y fueron unas cuentas. Pero no muchas más las palabras que dedicaron, al margen de un “es viernes noche, vamos a volvernos locos” a lo que siguió, contradiciéndose una vez más, uno de los momentos más reflexivos del concierto. Dejando la batería a un lado y cantando a dúo y a través de un mismo micrófono, "Broken Eyes".
Pero la calma no dura mucho, y tras una breve retirada vuelven para mostrar toda su agresividad con "Ride Away". La esquizofrenia de un disco y un directo planteado a partir de un tira y afloja de tensión con el que contagian a un público que pasa fácilmente del histerismo a la inopia, del fanatismo de aquel que ve el concierto a través de su cámara al misticismo del que no recuerda donde ha dejado el Iphone. Una incoherencia que por ser tan propia de nuestros tiempos se convierte en pura coherencia generacional.
Pocas veces uno se va a casa con la sensación de haberlo visto y oído todo, pero esta vez se encargaron de que así fuese dejando para el último bis "Nothing to You (The Throes)" y "Seems Like Home to Me (The Scenery of Farewell)". Y cuando parecía que iban a despedirnos con una caricia, la batería vuelve a golpearnos y acabamos justo donde habíamos empezado.
Tyson Vogel y Adam Stephens son amigos de la infancia, empezaron a tocar juntos con 21 años y así pasen cinco más, juntos siguen teniendo eso que tan pocos tienen, eso que convierte a sus canciones en cosa de todos.
Qué gran crítica entre tanta lista basura y ponzoña.