Haciendo justicia a su nombre, el cuarteto australiano ofreció una actuación arrasadora en su presentación madrileña. Un prodigio de intensidad y compenetración que arrastró a un variopinto público asistente, que tuvo que frotarse los ojos más de una vez para certificar que semejante despliegue era real.
Con sólo dos discos a sus espaldas, algún single y bastantes actuaciones demoledoras como la de anoche, la banda se ha ganado una reputación a prueba de bombas. No es sólo que su esquiva, arisca, excesiva, expresionista propuesta escape a detectores de géneros en tiempos en los que demasiada gente se limita a repetir la fórmula y procurar no molestar; es que lo de TFS es una de esas raras y afortunadas reinvenciones que suceden muy de vez en cuando. No les tembló el pulso a Gareth Liddiard y Fiona Kitschin a la hora de enterrar a un grupazo como The Drones cuando lo vieron agotado (y seguramente, sin el reconocimiento que merecía) y sólo por ello, merecen todo el crédito.
Venían a cobrarse la deuda ante un público considerablemente más nutrido que la última vez que vi a The Drones, pero sin derramar una lágrima por las glorias pasadas. Sobre el escenario las marcianadas de producción de sus discos son sacrificadas por la contundencia, sin que se pierdan matices. Y es imposible poner un pero cuando uno tiene una banda de una voracidad que por momentos supera a los mismísimos Drones. Que ya es decir. “Esto es rock en condiciones”, me decía un fan cuando se encendieron las luces. Llámenlo como quieran: es un grupo pletórico que te pega en toda la cara, sin concesiones baratas ni guardarse nada, con todo el mundo remando en la misma dirección. Rock asilvestrado, pero también hip-hop friqui, post-punk, punk, pop raro, reggae... interpretado con una visceralidad casi suicida.
Si al principio las guitarras centrifugadas de Gareth estaban un poco enterradas, nuestro hombre lo solucionó en breve, pasándose por el forro los odiosos limitadores de la normativa municipal. A partir de ahí, el trance habitual de Liddiard, mayor protagonismo vocal de Fiona y Erica Dunn y el trabajo imponente de la batería Lauren Hammel ponen el listón por las nubes hasta el final. Una espléndida deconstrucción de Back To The Wall, de sus compatriotas los olvidados Divinyls, cae de propina entre el material de sus dos discos. El frenesí colectivo que se alcanzó con You Let My Tyres Down, Soft Power o la épica Maria 63 explica una noche memorable en que volvió a reivindicarse el poder catártico del rock, aunque sea rock mutante.
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