Distancia de seguridad, mascarillas, barra cerrada y aforo a la mitad en la Sala Salamandra de Hospitalet de Llobregat (Barcelona). Este era el panorama con el que arrancaba el concierto de la cantautora madrileña Travis Birds. Un punto de partida complicado para una gran noche.
La protagonista de la noche se presentó en un escenario muy sencillo, bajo la luz de unos focos cálidos, un micro adornado y una silla que no llegó a utilizar. Cuando Travis dijo el primer “Buenas noches” un público todavía tímido respondió bajo las mascarillas, el concierto había comenzado.
Los primeros acordes que sonaron fueron los de “Maggie 1983” de su primer álbum “Año X” publicado en 2016, un tema más bien lento que llenó la sala con la acústica y la voz dulce de Travis. Entre canción y canción la cantautora dejaba espacio para charlar con un público que poco a poco se fue soltando y participando más en el concierto. A medida que el vaso de vino tinto de la artista se vaciaba, el show se volvía más dinámico. Contó la cantante que estaba nerviosa, que se sentía sola en el escenario y que eso de salir en solitario a tocar era “como el regreso a los inicios de Travis”, más íntimo, más incierto.
Un par de canciones más bien tristes que hablaban de reflexiones amorosas y reproches como “Madre Conciencia”, perfectas para escuchar un día de frío y lluvia mirando por la ventanilla del tren, precedieron la parte más alegre del show. Travis decidió obsequiar a sus fans con un tema inédito que había compuesto en su habitación y que nunca había salido de esas cuatro paredes, una canción muy divertida que hizo reír a más de uno y levantó las palmas de la gente a modo de coro. Se agradecieron unos ritmos más alegres y acelerados que cortó con un “olé” final.
Más tarde llegó “Coyotes”, la que dijo que era su “amuleto aunque salga de estar en la mierda”. Y así fue, una canción melancólica dotada de una sensibilidad increíble. Travis siguió hablando y bebiendo de su vaso de vino. “Mi mejor amigo es el alcohol”, dijo entre risas, y el público soltó gritos de envidia ya que la barra seguía cerrada para el disgusto de muchos. La conexión entre los asistentes y la artista ya era evidente a mitad del concierto, un mérito que vale la pena reconocer a la cantante, pues es difícil conectar con un público sentado, separado y “enmascarado”.
Soltó algunos temas inéditos más, entre los que coló una breve versión del “Walk On The Wild Side” de Lou Reed que la gente coreó. Travis se despidió de sus fans y volvió para el bis, un bis que se alargó bastante con una versión de Estopa, a la que siguió su “19 días y 500 noches después” y que finalmente se cerró con “Thelma y Louise”.
Si bien es verdad que todas sus canciones son bastante similares y que puede recordarnos al directo de otras artistas españolas como Rozalén, la cantante tiene una personalidad magnética y divertida, que contrasta bastante con el tono triste de la mayor parte de su obra. Melancolía, risas, ternura y un público ávido de directo a pesar de todas las restricciones definen el concierto de Travis Birds que vale la pena volver a ver.
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