Sorpresa al entrar en la sala superior del Kafe Antzokia y descubrir que el telonero no es un grupo ni un cantautor. Se trata del productor argentino residente en Barcelona Luis María Ducasse. Situado en frente del escenario y con el público rodeando su mesa repleta de secuenciadores, cajas de ritmo, pedales de efectos, sintetizadoress y demás hardware, Ducasse (foto inferior) factura en vivo, sin ordenador ni overdubs, techno con algún tinte acid. Aunque su set se alargó ocho minutos más de lo pactado, la oportunidad de ver tan de cerca cómo iba creando capa tras capa de sonido y ritmo, y su profesionalidad y entrega, consiguieron que el sorprendido público terminara despidiéndole con un merecido aplauso.
Tras veinte minutos de innecesaria espera subieron al escenario los cinco componentes de TOY. Compitiendo entre ellos a ver quién tenía el corte de pelo más molón y con sonido y luces goths, los de Brighton tardaron dos canciones en entrar en sintonía con el técnico de la sala. Para cuando atacaron "Sequence One", el primer tema de su último disco, el recientemente editado "Happy in the Hollow", su mezcla de ambiente kraut y shoegaze psych ya sonaba bien, mejor incluso que en el disco. Con más músculo.
Las dos guitarras, bajo, teclado y batería no dejaron de sonar empastados y concentrados durante todo el concierto, como si Brian Jonestown Massacre fueran los seguratas de la Factory, en lugar de los colgados que buscan sus drogas por el suelo de la pista de baile. El garage psych de estos jóvenes curtidos se tiñe muchas veces de la cadencia vocal y melódica del Manchester de los primeros Charlatans, de la bruma noise de Ride o de los breaks monolíticos de los My Bloody Valentine más angulosos. Se nota que llevan siete años sobre el escenario, con pocas variaciones en la formación, sobre todo en los pasajes instrumentales en los que tiran hacia el extasis noise. Siempre manteniendo el toque psicodélico brit en la melodía, a veces parece que Alan Vega y Martin Rev hayan reclutado a los Teenage Fanclub o a los Boo Radleys para reforzar la formación de Suicide.
Sin perder el tiempo en vanos y vacuos esfuerzos por comunicarse con el público, las canciones se suceden sin apenas espacio entre ellas, creando una maraña de ruido tras la que esconder las melodías y controlar perfectamente las intensidades. Como si se tratara de una sesión de música electrónica más que de un concierto de rock van intercalando algún momentos más folkisicodélicos que no remiten a la West Coast sino al Cambridge de The Soft Boys. Otras veces mezclan a los primeros Pink Floyd con cierta épica rock pero sin dejar de ser hipnóticos y más que dueños, virtuosos, del caos controlado. Su hieratismo escénico brit solo es roto al final del concierto, sobre todo por el bajista y el guitarra solista que se dejan llevar cuando los momentos más kraut-prog se convierten en art-noise troglodita, como Joy División de tripi.
En resumen, una muy buena noche de rock de guitarras, con mucho menos protagonismo de las bases electrónicas que el esperado. Sobre todo gracias a ese portento del ritmo que resulta ser su batería, una especie de Jaki Liebezeit vikingo, que junto al discreto teclista sentaron las bases que permitieron a la sección de cuerdas dirigir el rumbo de la actuación. De ideas claras y consecuentes con ellas, TOY merecen ocupar el espacio que hace unos años desperdiciaron The Horrors en la sala grande. Tras un último tema en el que mezclan el espíritu de Echo & the Bunnymen con el ruidismo blanco de The Jesus & Mary Chain se despiden del personal para volver al escenario en menos de un minuto y terminar, subidos en la máquina plateada de Hawkwind, a una hora y cuarto del mejor rock estroboscópico del momento.
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