El cuarteto madrileño Toundra ofreció el sábado uno de los conciertos más esperados por el público bilbaíno en su catálogo de fiestas. En los últimos años han pasado de ser un grupo que tocaba en lugares pequeños a ser conocidos a nivel internacional. El cuarteto venía con las pilas cargadas de haber estado tocando recientemente en escenarios y festivales importantes como el Resurrection Fest (Viveiro), y el Kafe Antzokia es un sitio muy importante para la banda, ya que ellos mismos proclaman que su anterior concierto en esta sala marcó un antes y un después en su carrera. Nos acompañaban con el trío Tooth de Gernika, quienes con su post-hardcore empezarían a calentar el Kafe Antzokia, pero los madrileños tenían un objetivo claro, y vaya si lo cumplieron.
Tras los escasos cuarenta minutos de los invitados guerniquéses, y realizar los cambios necesarios, empezó el tan esperado show. Con una introducción sampleada que sonaba a un volumen atronador, el grupo salió al escenario entre aplausos y silbidos, haciendo sonar las primeras notas de “Ara Caeli” y ofreciendo así la primera sorpresa al no interpretar una canción del último disco como apertura del espectáculo. Los guitarrazos de Esteban hacían vibrar la estancia con ayuda del bajo y la batería y los punteos de Macón pasaban por encima del torbellino de melodías. Un ritmo de batería más acelerado y un intenso eco nos advierte del comienzo del siguiente temazo, “Belenos”, del último trabajo. Y sin darnos cuenta, nos vimos atrapados en “Magreb”, una de las composiciones más espectaculares de la banda, mientras el público enloquecido coreaba esa característica melodía que podría considerarse el “estribillo” de la canción, atrapándonos y haciendo saltar a la gente hasta que en el punto más álgido, remataron la faena enlazándola con “Zanzíbar”, siguiente tema del mismo álbum, (II). Tras media hora de concierto, sólo habían interpretado una pieza del disco (IV), demostrando así que nunca sabes que esperar en directo de una banda de este calibre. Y en el momento exacto en el que todos teníamos esto en mente, le llegó el turno al tema que tal vez sea simbólicamente el más significativo del nuevo disco. Se trata de “Kitsune”, ese zorro tan frecuente en la mitología japonesa, que venía precedido de las campanas del caos. Podríamos decir que este nuevo álbum es más delicado y “alegre” que su trabajo anterior. (IV) está repleto de matices, con tonalidades más altas, y el uso más frecuente de armónicos con lo que podemos ver una nueva faceta de Toundra que incluye un interludio como “Lluvia”, para dar momentos de respiro entre el frenesí de riffs, aunque como era de esperar en esta ocasión no fue reproducida.
La batería jazzera y el intenso comienzo de “Marte” al más puro estilo The Mars Volta fue una auténtica bomba de relojería que estalló en nuestra cara, dejándonos a merced de cuatro hombres armados y sin piedad. Con una enorme sonrisa en sus caras y unas divertidas camisetas en las que aparecía el rostro de Maca con “Puto Maca” escrito debajo, dejaron claro que estos cuatro gamberros, no pararon de divertirse en todo momento, dando paso a “Qarqom” una auténtica tormenta de diez minutos, finiquitada con un broche de “Oro Rojo” en el “Cielo Negro” que se convirtió el Antzoki.
Toundra nos dio lo que esperábamos y más. Una hora y tres cuartos de acción sin pausa, con el cuarteto emocionadísimo y demostrándonos que les encanta hacer esto y lo bien que se les da, con un público muy entregado y pidiendo más, a lo que la banda respondió afirmativamente con otros dos temas, el primero “Strelka” en el que pudimos ver una pieza repleta de matices, acompañados por el canto de unos pájaros que nos sumergen en un ambiente de relajación y así prepararnos para lo que vendría después. Un tema que evoluciona progresivamente desde la luz a la oscuridad, encadenado a la guinda de la noche, “Bizancio”, en la que invitaron a los asistentes a subir al escenario mientras la interpretaban. La gente se volvió loca, sacándose fotos con los integrantes del grupo mientras ellos sujetaban sus instrumentos de poder y hacían las veces de directores en una fiesta sin fin.
Desde el minuto uno hasta el final, la exhibición se convirtió en una atmósfera en la que entramos en trance y viajamos sobre una nube de hora y media de duración. Y es que, es impresionante como saben conectar a tal nivel, más aun tratándose de un género tan complejo como es el post-rock. Será que, a veces, no es necesaria una voz para hacerse escuchar.
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