La octava edición del festival madrileño se saldó con un rotundo éxito de público y muy buenos momentos en su nueva sede de La Caja Mágica: de la inolvidable interpretación del “Super 8” de Los Planetas a la electricidad venenosa de The Jesus and Mary Chain, que se niegan a darse por acabados, la elegancia emocionante de Villagers, o la perfección pop de Phoenix (foto principal) y su espectacular puesta en escena.
El peaje fueron las inevitables aglomeraciones (que nunca fueron dramáticas) producto de un crecimiento sustancial que se daba por hecho desde que conocimos los nombres de un potente cartel cargado de artistas tan variados como interesantes. El espíritu familiar se mantuvo, pero la escala era otra. Y eso que el parking de la Caja Mágica se adaptó como un guante a las necesidades de los cuatro escenarios que acogieron los conciertos con precisión milimétrica en cuanto a los horarios. Por poner algún pero, la ausencia de sombras durante la tarde y de césped artificial sobre el asfalto.
En lo positivo, la oferta gastronómica creció sustancialmente con respecto a otros años, y el esfuerzo por atender desde las barras y los foodtrucks en un tiempo razonable dio sus frutos. Y no era fácil, teniendo en cuenta que el aforo creció prácticamente tres veces con respecto a las otras ediciones. Por suerte el buen tiempo acompañó y el sol no pegó tan fuerte como podría haberse esperado en las horas diurnas, de modo que la música fue el centro de un evento en que hubo estilos para todos los gustos. Que es como debe ser en un festival. El sonido fue decente (magnífico en ocasiones, como en los conciertos de Laetitia Sadier, Los Planetas o Phoenix) y el volumen no se echó en falta.
Un día primaveral espléndido recibió a los asistentes de una jornada del viernes que se abrió con el sonido cálido de La Luz. El trío femenino, que acaba de sacar su primer disco para Sub Pop, hizo suyos los sonidos vintage de surf y la psicodelia suave para llevarnos de viaje por California, como si las palmeras del recinto fueran las de Los Angeles. Muy distinto es el romanticismo enérgico del trío Repion, que estuvieron igualmente solventes en el escenario contiguo.
Todavía el sol estaba arriba cuando Bodega impartieron un curso de nervio post-punk amable combinado con indie pop personal, que es lo suyo. Coincidían con el esperado regreso de los barceloneses Standstill, que en el otro lado del recinto tiraron de intensidad para convencer a sus fieles. Estos puntuales solapamientos fueron inevitable consecuencia de la abundancia de nombres interesantes, aunque se procuró que las coincidencias fueran de artistas muy dispares, para evitarle quebraderos de cabeza al público.
Dinosaur Jr tuvieron que sobreponerse a evidentes problemas de sonido. Una vez solventados, volvieron a impartir su magisterio en lo suyo -electricidad, melodía, volumen atronador-, haciéndole justicia a joyas por las que no pasa el tiempo como “Freak Scene” o “Feel The Pain”. Aunque el bajo del hiperactivo Lou Barlow desapareciera por momentos, lo cual no les ayudó.
Los Planetas - Foto: Javier Rosa
Los Planetas celebrando los treinta años de “Super 8” levantaron la expectación de los momentos señalados. Ciertamente el juego nostálgico que apela a toda una generación estaba muy presente -imposible que fuera de otro modo-, pero fue empezar “De viaje” y disiparse todas las posibles dudas. La banda salió en formato cuarteto y sin Eric a la batería (un misterio), pero las canciones de su inmortal debut brillaron con luz cegadora, apoyadas en proyecciones estupendas y la pericia de J, Florent y sus compañeros.
Nunca sonaron con tal nitidez en su momento joyas como “Qué puedo hacer”, “Rey sombra” o “Brigitte”, que no han perdido un ápice de su potencia atemporal. J, que ya no es el cantante tímido al que apenas se entendía, aprovechó para reivindicar que siguen ahí, y acordarse de sus “imitadores” con un punto de mala leche. Una eterna y psicodélica “La caja del diablo”, seguida por “Manchas solares”, “Nuevas sensaciones” y “Mi hermana pequeña” dejaron el listón por las nubes. Y sí, como reivindicó J, treinta años después ahí siguen. Ellos y sus canciones.
A la misma hora que los granadinos actuaba la banda madrileña Alcalá Norte, que sustituyó a última hora a Dry Cleaning. Probablemente se produjo cierta brecha generacional, aunque daba gusto ver a adolescentes y veinteañeros disfrutar durante el concierto de Los Planetas de las mismas canciones que habían enamorado a sus padres.
Editors - Foto: Javier Rosa
Cayó el sol, y la jornada viró hacia texturas electrónicas: de la épica contenida de unos Editors cada vez más inclinados a los ochenta (curiosa relectura del “Killer” de Adamski y Seal incluida), a Joe Goddard de Hot Chip y la electrónica inventiva y cinemática de The Blaze, cuyas melodías sintéticas iban a poner el cierre a la jornada. Antes, otras dos bandas femeninas, Hinds y Melenas, compartieron el mismo escenario dejando buen sabor de boca desde sus respectivos estilos.
El sábado, a la música elegante y nocturna de la francesa Laetitia Sadier y su Source Ensamble le tocó lidiar con el sol. “Gracias por coceros”, bromeó con su humor travieso. Independientemente del calor, la cantante de Stereolab y sus músicos impartieron un nuevo curso magistral de retrofuturismo lleno de clase, apoyándose en un sonido impecable.
La elegancia es también parte integral de la música de los dublineses Villagers, aunque salga de un lugar muy distinto. Conor O´Brien y lo suyos ofrecieron un concierto exquisito con sus composiciones delicadas y tiernas de su discografía -incluyendo las de su nuevo disco-, en cuyo centro está la voz sentida del irlandés, excelente intérprete, y sus guitarras acústicas apasionadas. Uno de los momentos más especiales del festival.
Los sevillanos Derby Motoreta´s Burrito Kachimba congregaron a un público numeroso en su escenario, y no defraudaron un ápice, tirando de una contundencia matizada por los requiebros de canciones irresistibles como “La fuente”. Le dedicaron el concierto a sus colegas Los Estanques, que más tarde les devolverían el cumplido con un set en que sacaron un George Michael de pega que luego se pasearía por todo el festival, y derrocharon las extravagancias y delicatesen musicales marca de la casa, entre el rock progresivo y el pop exclusivamente suyo.
Nunca me ha parecido que el fuerte de Belle and Sebastian sea su directo, y mira que lo he intentado veces. Los escoceses volvieron a compensarlo con su espíritu festivo -invasión controlada de escenario incluida- y tocando algunas de las canciones más redondas de su amplio repertorio de indie pop canónico, incluyendo joyitas de sus primeros álbumes, muy celebradas. A la misma hora, Aiko El Grupo desplegaron contundencia y melodías pop al otro lado del recinto.
The Jesus & Mary Chain - Foto: Javier Rosa
Ya de noche, había muchas ganas de testar el estado de forma de otros escoceses ilustres, The Jesus and Mary Chain, con nuevo e irregular disco bajo el brazo. Los hermanos Reid, que ya no son ningunos chavales, empezaron un poco tibios con un sonido manifiestamente enlatado, pero se entonaron recurriendo a su inmenso legado. Le insuflaron suficiente veneno a canciones eternas como “Sidewalking” o “Blues From A Gun”, hicieron justicia a “Just Like Honey”, sacaron partido de los mejores cortes de su “Glasgow Eyes” y cerraron con un “Reverence” ( I wanna die just like JFK/I wanna die on a sunny day) que es desde ya uno de los momentos más intensamente abrasivos e hipnóticos de la Historia del festival.
Del rock asilvestrado con abundantes ecos del pasado, pasamos al rock clásico del proyecto de Alynda Segarra Hurray For The Riff Raff -con su único concierto en España- y el pop contemporáneo: Alizzz y Georgia se repartieron al público de la noche del sábado, cada uno con sus armas. La canciones frescas y de espíritu juvenil del barcelonés, los ritmos y percusiones en directo de la norteamericana.
Y llegamos al clímax del evento, con los franceses Phoenix y su milimétrica puesta en escena de pop total. Los de Versalles se resarcieron por no haber venido demasiado a la ciudad en un cuarto de siglo de actividad. Y regalaron a sus fans un show de sobresaliente inventiva visual -fantásticas proyecciones sincronizadas con la música- respaldado por su disco de 2022 “Alpha Zulu”, con paradas en hits de toda una carrera. Un derroche de esa elegante energía melódica que propulsa la energía inagotable del magnífico batería sueco Thomas Hedlund.
Su concierto pondría un colofón de pop futurista y melódico muy adecuado a una edición de Tomavistas cuyas constantes vitales se aceleraron, gracias a una selección de artistas que será difícil de igualar. Aunque nunca se sabe. El reto está ahí.
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