En el primer piso de Razzmatazz ondea una bandera estampada con una de las primeras fotos promocionales de Tokio Hotel. Una que bien podría haber sido comprada en la calle Tallers de Barcelona en 2007. Como si reconociera su propia orla de instituto, el detalle no pasa desapercibido para una banda muy autoconsciente de sí misma que no duda en señalar el detalle. Sí, Bill Kaulitz se reconoce con su icónico peinado puercoespín, pero también se reconoce con el que ahora pisa el escenario con un traje de lentejuelas rosas y un gran sombrero de cowboy a juego, o con un mono negro brillante que muchas pre-selecciones de eurovisión desearían para sí mismas. Es entonces cuando nos planteamos la pregunta más evidente y a la vez difícil de resolver: ¿Qué pasa con los ídolos adolescentes cuando el furor se apaga? Aunque Tokio Hotel nunca se alejaron demasiado, parece que fue en otra vida cuando los estadios de toda Europa se llenaban de adolescentes con uñas negras y peinados imposibles que requerían buenas cantidades de laca y paciencia. Y puede que en realidad sí sucedió todo en otra vida, porque este año la banda alemana celebra, nada más y nada menos, que los 20 años de ‘Durch den Monsun’. Dos décadas en las que Tokio Hotel pasó de conquistar el mundo con su estética emo, a coquetear con la electrónica. Años en los que los hermanos Kaulitz también han tenido tiempo de grabar su propio docureality, al estilo de las grandes sagas televisivas como las Kardashian o Las Campos. Porque, aunque los tiempos de forrar carpetas quedaron atrás, Tokio Hotel no ha dejado de componer y trabajar para buscar su propia identidad y sonoridad, como comprobaríamos esa noche en Razzmatazz.
Un gran telón cae para mostrarnos la única verdad absoluta en esta vida, o al menos la única sobre el escenario de la gran sala barcelonesa: más es siempre más. Así, Bill Kaulitz despliega unas imponentes alas rojas y negras desde lo alto de una plataforma vestida de leds mientras arranca “Miss it at All”. Un mix de electrónica y rock que bien podría recordarnos al brostep de los primeros años de Skrillex, a pesar de que fue lanzada este mismo año. Esa dualidad entre electrónica y rock, entre el pasado y el futuro de la banda, será la constante toda la noche. También lo es entre el público: desde aquellos que desempolvan las muñequeras de cuadros del armario, hasta los que siguen manteniéndose firmes entre las primeras filas. Nuevas hornadas de fans acompañados por sus padres que se mezclan con los que parecen ser amantes de los sonidos más contundentes y que en su día escuchaban a la banda de forma casi clandestina. Todo ese mix hace que “Dakside of The Sun” y “Girl Got a Gun” incendien por completo la sala, algo que en otra época hubiese sido impensable: Si al éxodo de fans inevitable que acompaña a las modas adolescentes le sumamos el volantazo sonoro de Tokio Hotel hacia un synthopop algo descafeinado, pocos hubiesen podido prever que la banda alemana agotaría en pleno 2025 recintos en toda Europa . Quizás, consciente de ello, Bill Kaulitz agradece al público que coree tanto sus nuevas canciones como las antiguas. Un agradecimiento que sabe a reconocimiento de los fans más fieles. Aún así, es inevitable que sus más recientes “Home” o “Easy” no levanten el griterío de “Ratte Mich” de su superventas ‘Shrei’. Esos momentos se compensan rápidamente con su firme compromiso por el show: si hace falta subirse a una plataforma giratoria con un keytard para hacer una versión de “Careless Whisper”, se hace.
Con precisión quirúrgica, como suele ser habitual en este tipo de espectáculos, hay poco espacio para la improvisación en un setlist que cada noche se reproduce al milímetro. No por ello es menos esperado el momento en el que empieza a sonar ‘Monsoon’. Ahí una puede pensar que está suspendida en el tiempo, arropada por las voces de más de 2.000 personas que cantan la canción medio en alemán medio en inglés (como el “Suerte” de Shakira, va a preferencia del usuario) aunque hay algo más que un simple efecto nostalgia. No son muchas las canciones que consiguen trascender el paso del tiempo y las modas, llegando a persistir y siendo coreadas incluso con más fuerza 20 años después. Los fenómenos adolescentes nunca son tan efímeros como creemos, y Tokio Hotel sigue escribiendo su propia historia: lo harán con más o menos acierto, pero con la libertad que sólo la perspectiva del tiempo puede dar.
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