Las ganas y la predisposición. Esos son factores muy importantes a la hora de afrontar un concierto, tanto para los músicos como para los fans. Diez años de espera son muchos y un largo periodo de tiempo en el que tienen cabida momentos de euforia y también de desesperanza. Esos angustiados fanáticos estaban ante el concierto de sus vidas (tras aquella velada de Afghan Whigs en Garatge al que asistieron cuatro gatos contados) y difícilmente iban a salir defraudados de ese recinto que esa noche se quedó pequeño. Poco importaba que las canciones que tocasen fuesen reconocibles o no, o que la primera parte de concierto fuese en parte un poco lineal ya que los allí presentes iban a salir satisfechos de todos modos. Si además, Greg Dulli derrochaba clase, presencia y actitud (como se devoraba los cigarros uno tras otro), y la banda a la que esperábamos de mero acompañamiento demostró tener empaque, personalidad y vivacidad, entonces si iban a salir en hombros, con las dos orejas y el rabo. Unos bises de casi media hora como Dios manda y momentos emotivos como ese “Strange Fruit” de Billie Holiday, el “If I Were Going” de Afghan Whigs, o la festividad con la que nos obsequiaron con ese “Ooh La La” de The Faces, son los que justifican el pago de una entrada a pesar de tener que soportar a un telonero indecente y unas condiciones de incomodidad extremas. Seguro que ahora no tarda otros diez años en volver.
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