La última noche, quizás
ConciertosThe Rolling Stones

La última noche, quizás

9 / 10
David Moya — 02-06-2022
Empresa — Doctor Music/Live Nation
Fecha — 01 junio, 2022
Sala — Civitas Metropolitano, Madrid
Fotografía — Cedidas por la organización

Lo de The Rolling Stones, sin duda, no tiene nombre. Anoche se presentaron en el Wanda Metropolitano de Madrid con su gira Sixty ante 45.000 personas –los huecos vacíos en la grada demuestran que ya no llenan como antaño– para ofrecer un show a la altura de lo esperado en el que todo giró en torno a la música y a las canciones del grupo sin la necesidad de tirar de recursos propios de un concierto de estadio –fuegos artificiales y ese tipo de cosas-.

Antes de entrar en materia, quiero aclarar que, quien escribe esto, no lo hace desde el fanatismo radical, porque jamás me llamaron excesivamente la atención The Rolling Stones. Ni siquiera desde la nostalgia de haber visto algo que ya no es lo que un día fue o haber visto algo que no será nunca más. Porque eso era lo más comentado entre los asistentes ayer: “No me lo podía perder, seguramente sea la última vez que visiten España”.

El calentamiento del público estuvo en manos de la Vargas Blues Band con John Byron Jagger, sobrino de Mick Jagger, y de Sidonie. Estos últimos cumplieron su función a la perfección, aunque arrancaron con los nervios, supongo que típicos, de oportunidades como esta, pero ese temblor en la voz de Marc Ros –vocalista del grupo– de las dos primeras canciones desapareció e incluso aprovecharon la ocasión para estrenar en directo el que será su próximo single, que se llamará “Pesado y estúpido”.

Con poca puntualidad inglesa y tras un pequeño homenaje al fallecido batería Charlie Watts, aparecían en el escenario Jagger, Richards y Wood demostrando de nuevo que juntos tienen un magnetismo que atrapa y que hace que ya no puedas quitarles la vista de encima. Los primeros acordes de “Street Fighting Man” enloquecieron al público, y no es para menos. ¡Qué manera de empezar!

El repertorio fue una retahíla de todo lo que les ha funcionado siempre y, ¿para qué variarlo si funciona? Sonaron “19th Nervous Breakdown”, “Tumbling Dice”, “You Can't Alway Get What You Want”, “Living In A Ghost Town” o “Honky Tonk Woman”. Se atrevieron en directo por primera vez con “Out Of Time” y cantaron “Beast Of Burden” porque la había elegido el público en los días previos al evento. Y no solo se acordaron de Charlie Watts al inicio, tocaron “Sad Sad Sad” tras unas palabras de Mick Jagger en un casi perfecto castellano dedicadas al que fue su batería: “Es nuestro primer tour en Europa sin Charlie. Te echamos mucho de menos”.

Hubo tiempo para que Keith Richards, tras la desaparición del escenario de Jagger, se pusiera al frente de la banda e interpretaran “Happy” y “Slipping Away”. Pero también hubo tiempo para anécdotas graciosas. Previamente, Mick Jagger había presentado a todos los integrantes de la banda y al presentar a Ronnie Wood, el estadio entero le cantó el cumpleaños feliz –ayer cumplía setenta y cinco años– y salió confeti dejando toda la parte delantera llena del mismo. Mientras Richards tenía su momento de gloria al frente de la formación, dos operarios con sopladoras se dedicaban a quitar los papelitos y justo entonces pensé lo cutre que era –escenográficamente hablando– ver a dos tipos soplando papelillos en un concierto de los Stones cuando Richards abandonó el micro para decirles que se fuesen. A Richards no le gustan las tonterías.

Pero tras esta anécdota, volvió Mick. Y qué suerte tuvimos de que lo hiciera cantando ese “Miss You” que fue coreado como si de un karaoke se tratara, porque su presencia sobre las tablas  aporta todo lo que nadie más puede aportar. El escenario tenía una decoración que dejaba ver la caja escénica abrazada por una silueta de la famosa boca y el provocador –como se conoce al largo pasillo por el que Jagger se pasea arriba y abajo– hacía visualmente el juego de ser la lengua. Me di cuenta cuando tras ver a Jagger dirigirse hacía él para arengar a las masas comprendí que Mick Jagger es el único artista que he visto en directo que ha sido capaz de dar sentido al nombre con el que se conoce a esa pasarela: "provocador". Justo ahí pensé: “¿Por qué al ver bailar a Mick Jagger tengo la sensación de haber crecido a su lado viéndole mover las caderas como si no hubiera un mañana?”. En mi entorno nunca fueron importantes y en mi vida nunca han sido referentes, así que no es osado pensar que la influencia del de Dartford sigue calando en los artistas actuales y su forma de moverse en el escenario sigue siendo imitada –consciente o inconscientemente– por muchos de los vocalistas de rock. Al fin y al cabo, ellos fueron uno de los inventores de esto del rock.

El bloque final fue para los grandes hits. Para que The Rolling Stones se gustaran y para que nosotros nos lo cantáramos todo. “Start Me Up”, “Paint It Black”, “Sympathy For The Devil”, “Jumpin' Jack Flash”, “Gimme Shelter” y la celebrada “Satisfaction”. No faltó ni una sola para que Richards nos embelesara con su forma de arañar las cuerdas, para que Wood nos elevara con sus solos de guitarra y para que Jagger nos enseñara esos juegos de cadera de los que antes hablábamos y que le caracterizan. En definitiva, nos hicieron recordar que el rock era esto. El rock es algo fácil de digerir y que puede llegar a gustar a todos, pero muy pocos saben hacerlo bien, y desde luego anoche The Rolling Stones demostraron que ellos están en la cima.

Los días previos al concierto, leí algunos artículos de compañeras y compañeros debatiendo sobre si todavía The Rolling Stones eran necesarios, aportando una gran diversidad de opiniones. Yo, sinceramente, no me siento con la autoridad suficiente para dictar sentencia sobre eso. Pero lo que sí sé es que este fenómeno de masas es algo que, teniendo en cuenta la polarización de las sociedades –también en los gustos de los individuos, porque somos así de cafres– y la pérdida de las identidades y la falta del sentimiento de pertenencia a un grupo social en la música, difícilmente se volverá a repetir –al menos a corto plazo– algo así.

¿Cuál es la fórmula para mantener un grupo unido durante sesenta años? La sombra de la separación les ha amenazado en numerosas ocasiones, especialmente por la falta de química que Richards y Jagger han vivido a veces. Puede que el secreto sea algo tan banal como la necesidad de que siga girando la rueda del capitalismo y que pese más la marca que el arte. The Rolling Stones ya no son un grupo de música. Para ellos es una empresa y para el público, un movimiento social a punto de llegar a su fin por el ciclo natural de la vida. Sea como sea, volviendo a casa no me sacaba de la cabeza esos versos de “The Last Time” –canción que no tocaron ayer– a la vez que me asolaba una pregunta. “Well this could be the last time. This could be the last time. Maybe the last time. I don't know, oh no, oh no”. ¿Habrá sido esta la última vez que The Rolling Stones pisen España? “Baby I don't know”.

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