El viernes por la noche subir por las escaleras de la sala Apolo de Barcelona, era como viajar en el túnel del tiempo. El milagro se obraba y, sin necesidad de cerrar los ojos, los chicos y chicas de The Pepper Pots te trasladaban a mediados de los sesenta, cuando el sonido de la Motown y grupos como The Supremes o The Marvelettes (a las que rinden homenaje durante su set) reinaban en las emisoras de radio de lo Estados Unidos. Y es totalmente cierto que los de Girona lo clavan en su recreación de un sonido y una época, haciendo que todos los presenten se contagien del buen rollo que logran transmitir desde el escenario. Una energía que desborda cualquier reticencia que tengas ante un puro ejercicio de revivalismo nostálgico, y que se apodera de todos los presentes para hacerte pasar un buen rato con unas composiciones a las que solo cabe poner una pega: son demasiado deudoras y no tienen esa voz propia que las pueda diferenciar del legado de los sesenta. Y eso es algo que sucede con la propuesta al completo. Es más que loable que a día de hoy se pueda obrar ese proceso de metamorfosis medido, en el que todo encaja: presencia escénica, coreografía, sonido, actitud, fe en lo que haces, perspectivas, ilusión... etc. Pero no es menos cierto que la diferencia principal entre el soul de The Pepper Pots y el que practica por ejemplo Amy Winehouse, en cierta medida la gran responsable de que el género se haya puesto de moda, es que el de los primeros bebe del pasado para quedarse en él, recreándolo a la perfección, mientras que el soul de la gran diva Británica tiene esa personalidad propia que lo actualiza sin ser un ejercicio de mero revival. Por eso en ocasiones a The Pepper Pots se les ve un poco atenazados en su papel de que todo resulte milimétrico, sin salirse de un guión largamente ensayado y muy, pero que muy, meditado para que sea un homenaje en toda regla. De esos que salen por la puerta grande del revival.
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