Embarcarte en una gira sin un nuevo disco bajo el brazo no es lo habitual. Pero es que nada ha sido muy normal, especialmente en el sector musical, desde marzo de 2020. Las dudas se disiparon nada más comenzar el concierto: The Mystery Lights arrancaron muy arriba, con los acordes infecciosos de “I´m so tired (of living in the city)”, extraído de su segundo trabajo, “Too much tensión!”, de 2019, justificando en menos de tres minutos la razón de su regreso. Y ya no hubo vuelta atrás. Terminaron rozando el cielo en una versión apoteósica, convertida en marca de la casa, de “Dead moon night” de Dead Moon, ante una sala Dabadaba rendida a sus pies y a reventar, en una postal que recordaba mucho a los viejos tiempos.
El quinteto estadounidense tiene duende. Cinco años después de irrumpir como un ciclón con un álbum de debut homónimo, arrastra a distintas generaciones de fans atraídos por el vozarrón de su cantante, la electricidad de las canciones y, las cosas como son, un directo muy efectivo. En Donostia su set duró un poco más de lo habitual, una hora y veinte minutos. Michael Brandon, el espigado líder del grupo, se dio cuenta de que se iban a quedar cortos de tiempo y decidieron añadir unos minutos extra. Lo anunció abiertamente. Luego empezó a sonar la muy James Bond “Wathing the news gives me the blues” y, tras un inicio fallido, tuvieron que repetirla. “Llevamos dos años sin salir de gira”, se justificaron. No pasa nada. Vuelta a empezar.
En todo este tiempo, la fórmula garaje-psych del grupo, como una reencarnación contemporánea de los seminales The 13th Floor Elevators, se ha ampliado con nuevos ingredientes. Los temas a estrenar en su próximo álbum, previsto para 2022, lo corroboran. Hubo algún flirteo con el folk y el country, apareció un cálido estribillo soul en el que varias voces repetían “It´s nothing bad about it”, los ruiditos retrofuturistas de “Too much tensión” le añaden otros tonos… Pero es en su registro más vertiginoso y directo –“Too many girls”, “Follow me home”, “Thick skin”- donde se ganan de calle al público. El momento preciso en el que Brandon, que había empezado con la chaqueta de ante y el polo de chorreras abotonado hasta el cuello, se desmelena y empieza a dar brincos y repartir patadas voladoras.
El final de canciones encadenadas, otra de sus señas de identidad, terminó por redondear el show. La tenue luz roja se apagó y la sala quedó a oscuras, expectante ante una explosiva última tanda en un bis muy justificado. Si no se formaron pogos y bailes frenéticos en Dabadaba poco faltó. La contención pandémica marca todavía algunos ritmos, pero la sensación de liberación ya es absoluta. En su primera visita donostiarra, The Mystery Lights apenas congregaron a 80 personas. Ahora triplican el número. Y con gente rogando por una entrada a última hora, a 18 euros, en la puerta. Una curiosidad: dijeron que era el cumpleaños de su roadie, el músico asturiano Juancho López, y a continuación le dedicaron una intensa interpretación. No era verdad. Simplemente le estaban gastando una broma a su querido acompañante de gira.
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