Madrid es “The Audience”. A lo largo de la carrera de Herbert, sólo en una ocasión (esta, en la abarrotada sala La Riviera) se ha visto obligado el músico inglés, hijo de un ingeniero de sonido de la BBC, a repetir el mítico tema que pone fin a uno de sus más brillantes trabajos “Bodily Functions”. El alquimista de los sonidos más vanguardistas y exquisitos ofreció un directo centrado en la difícil dualidad de su laboratorio electrónico versus una banda de cinco saxofones, cuatro trompetas, piano de cola, batería, cuatro trombones, contrabajo y vocales. El director de su Big Band disfrutaba acomodándose al tambaleante Matthew. Aunque más apreciables aún eran las maniobras del hombre rico en seudónimos, siempre políticamente intrigante, para insertar los ecos de su saxo alto o de un globo a modo de samplers mágicos y melódicamente profundos. El público, ansioso tras tanta tardanza de programadores en traer al genio a la capital, hizo salir cuatro veces a la banda al escenario, incluso rogando a Herbert que se desprendiera de su camisa: “what´s hapenning?!”, preguntaba atónito a su director de orquesta. “Sois una audiencia tan encantadora...”, llegó a exclamar. Cuatro bises, con copa de vino recién sacada de bambalinas, fueron el regalo de tan catártica noche en la que, vestido de smoking y charol, Herbert volvía a transformar clasicismos en pura contemporaneidad. Tocó “Café De Flore”, “Foreign Bodies” y, usando la elegante decadencia de Clooney y Preysler en la portada del “Hola”, dijo definitivamente adiós al “Swingtime”.
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