Ya fuera por el abigarrado maratón renacido de Eurovisión o porque hacía un tiempo de perros, daba cierta lástima ver la poquita gente que se había animado al concierto de The Legendary Tigerman. El otrora one-man-band merece un público bastante más numeroso, sobre todo en directo, donde se viene arriba y demuestra que no hace falta tener sangre yankee corriendo por tus venas para montar un espectáculo que más quisieran en los casinos de Las Vegas. De fondo, una gran pantalla escupía imágenes rodadas en Super 8 y que irremediablemente te llevaban a descartes de “París Texas”, la icónica película de Wim Wenders: carreteras interminables, desiertos en los que Paulo Furtado, su nombre real, recuerda a aquel hombre que camina por Texas sin saber quién es…
La banda portuguesa se presta a un sonido grandilocuente, rock para las masas que a veces recuerda a Black Rebel Motorcyle Club y otras a unos Kasabian con más fuste. En lugar de una segunda guitarra, como es patrón habitual en las formaciones de rock, el cuarteto elige un saxo que suena muy grave y colorea la música. Al principio parecía que no sonaba como es debido, tapado por el ruido de su alrededor, hasta que el técnico se percató y arregló el desajuste. Luego despegó a lo grande. Un saxo en un grupo de estas características es una decisión inteligente, rompe esquemas y aporta originalidad.
Siguiendo con las comparaciones, nuestro hombre, vestido de blanco de arriba abajo, tupe y gafas de sol 70s, ejerce de super estrella de rock, un cruce muy logrado del Al Pacino de Scarface y Josh Homme. Furtado, que apenas se había separado de su doble micrófono, se desató por completo en el bis en un claro alegato por el espectáculo rock: terminó subido a la batería y saltando por los aires, como ya ha hecho en esta gira en alguna otra ocasión. Genio y figura.
Los mejores momentos no fueron las poderosas recreaciones de “Fix of rock and roll”, “Motorcycle boy” o “The saddest girl on earth”, todas ellas de su último LP “Misfit” (Munster, 2017). Tuvo su punto la conexión con una cantante en pantalla, el momento soul de la velada, que personalmente me recordó a cuando Bono cantaba cada noche “Satellite of Love” con Lou Reed al otro lado de la pantalla en la gira de Zoo-Tv en 1992-93. El público agradeció una cruda revisión de “These boots are made for walkin´” -“una canción de botas y amor, amor y botas, o lo que sea”, recordó el líder supremo-, pero lo que sin duda se llevaron la palma fueron las batallas instrumentales entre la guitarra de Furtado y su saxofonista; duelos al sol de pistoleros en algún poblado de The Joshua Tree, la guinda de un show apabullante, un tanto efectista, sí, pero también muy resultón.
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