Bastante más gente y mejor ambiente del esperado para recibir en la Sala Jimmy Jazz al grupo neoyorquino The Last Internationale. El frío y la lluvia se quedaron en la puerta, y dentro se creó una poderosa unión entre artistas y público. Como el guitarrista Edgey Pires apuntó y la vocalista y bajista Delila Paz concluyó, se respiraba un aroma de liturgia, de ceremonia sagrada. La banda, hasta ayer, llevaba dos años sin disfrutar de un concierto eléctrico, y parte de la audiencia se encontraba en la misma situación. Había ganas de desparrame y de pasarlo bien.
Durante dos o tres minutos, a modo de introducción, sonó por megafonía "The revolution will not be televised", de Gil Scott-Heron, y alguno y alguna ya se puso a bailar. Acto seguido, el trío de músicos apareció sobre el escenario, con los roles muy definidos. Ella, elegante y cabeza más visible del proyecto, y él en plan chico malo aportando el necesario punto macarra. Y en un discreto segundo plano, la sorpresa de la noche. Tras la batería se encontraba Eloy Casagrande, baquetero de Sepultura, ahí queda eso.
Delila es una soulwoman atrapada en el cuerpo de una rockera. Por eso, temas como "Fire" o "Soul on fire" le quedan tan naturales. Ese hard soul se muestra muy agradecido con su prodigiosa voz, un derroche de dominio de las cuerdas vocales del que en más de una ocasión alardeó en exceso, cantando a pleno pulmón sin ayuda del micrófono. También se le fue la mano en algunos momentos al bueno de Edgey cuando, entre la maraña de potentes guitarrazos y hábiles punteos se empeñó en hacer posturas y aspavientos bastante prescindibles. Pero la música, la verdadera protagonista, siempre volvía a encontrar su camino. Gran momento el vivido durante la interpretación de "Wanted Man", un blues rock polvoriento y melódico, cuya intensidad in crescendo nos puso las pilas. Pilas que tornaron en alcalinas con el rock de "Mind ain't free". Un ritmo frenético y un estribillo muy conseguido cabalgaron de la mano y atravesaron el desierto de la censura y la incomprensión, dando forma a un himno por la libertad de las víctimas de cualquier tipo de opresión. A todo esto, el batería 'sepulturero' seguía a lo suyo. Sin excesivos alardes, repartió estopa de la buena, marcando con gran precisión unos compases que para él serán un juego de niños, teniendo en cuenta su currículum de sonidos mucho más enrevesados.
El soul regresó con una sentida y pausada reinterpretación del clásico de Sam Cooke "A change is gonna come", durante la cual el silencio de la sala se podía cortar con un cuchillo. El estruendo no tardó en volver a hacer acto de presencia con las dos canciones finales, dos de las mejores del repertorio de The Last Internationale. Con ímpetu arrollador nos asaltó "1968", revolucionaria, incendiaria y adictiva a partes iguales. Los bailarines y bailarinas de la primera fila no daban abasto con tanto acorde desenfrenado, y casi menos aún con "Hit em with your blues", que recordó a la Patti Smith rockera, cuyo espíritu sobrevoló por unos minutos la noche vitoriana. Si en el futuro se limitasen a interpretar y a continuar escribiendo composiciones pegadizas y con garra, TLI están a tiempo de conseguir grandes cosas. Los detalles forzados y de cara a la galería, que se los dejen a otros y a otras.
La Música al Poder.
Lo siento, debes estar conectado para publicar un comentario.