The Hold Steady
ConciertosThe Hold Steady

The Hold Steady

7 / 10
Joan Cabot — 19-04-2007
Empresa — Iguapop
Sala — Apolo Sala [2], Barcelona
Fotografía — Inma Varendela

Hay algo en The Hold Steady que sigo intentando entender. Son una banda de pub rock cuyas historias parten a menudo de juergas y borracheras, pero contienen siempre un elemento moral y referencias religiosas. No es que su justo o injusta vinculación con el rock cristiano vaya a cambiar mi valoración de su música, pero sí me gustaría comprender qué quieren decir. Pero quizás sea la contradicción lo mejor. Al fin y al cabo vienen de un país donde además de creer en Dios, la mayoría de la población cree que tener un arma es lo más normal del mundo y mantiene unos índices nacionales de alcoholismo considerables. No es que Craig Finn se dedique a pontificar durante sus conciertos, pero el sentido de culpa y la redención forma parte intrínseca de su discurso musical. De hecho, Finn es un tipo campechano. En su primer concierto en España aplaudía y se emocionaba y a ratos parecía más cerca del personaje de Leonardi DiCaprio en ¿“Quién ama a Gilbert Grape”? que del intenso autor que intuíamos durante los primeros compases de “Hornets! Hornets!”. The Hold Steady soltaron a las primeras de cambio algunas de las canciones más conocidas de “Boys And Girls In America” (Wagrant/PIAS, 07), cuya épica rockera es una de sus mejores armas en el directo y que interpretaron casi por completo. Pero cuando sonaron de verdad intensos fue cuando atacaban lo mejor de su anterior “Separation Sunday” (Frenchkiss, 05). En temas como “Your Little Hoodrat Friend”, “Steve Nix”, “Cattle And The Creeping Things” y la última de la noche, “How A Resurrection Really Feels”. A su primer álbum apenas acudieron para tocar “Certain Songs”. En su fervor y algarabía Finn estuvo bien flanqueado por su banda, una buena banda de rock, que enlaza perfectamente sus deudas con The Replacements y el Springsteen más pub rock. Su fuerte, en cualquier caso, y lo que les hace especiales, es su discurso: ese doble lenguaje que solapa la diversión y la culpa.

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