El rock and roll está muerto
ConciertosThe Hellacopters

El rock and roll está muerto

8 / 10
David Sabaté — 04-06-2024
Empresa — Noise On Tour
Fecha — 28 mayo, 2024
Sala — Razzmatazz 1, Barcelona
Fotografía — Edu Tuset

La industria musical y su aparato de marketing apuestan cíclicamente por anunciar la muerte y resurrección del rock. Como si ellos tuvieran realmente algo que ver. No, amigos: el rock es algo ligeramente más poderoso que un puñado de ejecutivos trajeados y que todos los trendsetters del mundo juntos. Aún asumiendo que el capitalismo lo contamina irremediablemente todo, si hablamos de rock sin aditivos, coartadas ni estrategias comerciales superfluas, The Hellacopters siguen destacando en una posición privilegiada ajenos a todo y a todos.

Ello conlleva también algunos riesgos, como cierta sensación de atemporalidad que fácilmente podría caer en lo añejo. Por suerte no es su caso. Lo dejaron claro en Barcelona desde los primeros compases de “Action de Grâce”, del lejano Grande Rock”, un disco publicado hace veinticinco años que sigue sonando clásico y fresco al mismo tiempo. La estrofa inicial, “can you feel it”, proclamada por el incombustible Nicke Andersson, liberó la adrenalina colectiva.

En las filas de la banda, un invitado sopresa: el músico LG Valeta, de los barceloneses 77, que sustituyó en las fechas españolas del grupo a su guitarrista Dregen, afectado por una lesión. El cambio de última hora apenas se notó: el catalán pareció en todo momento uno más de la banda, ya fuera despachando riffs y punteos o intercambiando miradas cómplices con sus nuevos compañeros. También se sumó a ellos a la hora de blandir sus Gibson y Fender como espadas en el aire.

El arsenal de amplificadores Orange hizo el resto: volumen y nitidez para pequeños hitos del rock de las últimas décadas: “Carry Me Home”, “Like No Other Man”, “Toys & Flavors”, “Everything’s on TV”, “Hopeless Case of a Kid in Denial” o “By the Grace of God”, con el distintivo arranque de teclado de Anders Lindström, enrocado tras su Rhodes, y esas gloriosas armonías de guitarra coreadas horas después de la nota final. Si el calendario hubiera marcado cualquier año de los setenta habríamos asentido con total naturalidad, ajenos, por supuesto, a modas y dictámenes del mercado.

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