El concierto con el que The Fuzillis estrenaban una nueva gira peninsular era de esos que pintan bien a kilómetros, con el grupo (fichado por el siempre interesante sello Dirty Water) dispuesto a entregar su ininterrumpida descarga sonora. Aunque atractivos en su versión de estudio –el combo continúa exprimiendo su debut "Grind A Go Go, Volume 1" (Dirty Water, 18)–, es evidente que los británicos tienen en el directo su hábitat natural, y es al contacto con las tablas donde prende esa chispa determinante.
El cuarteto no solo evitó defraudar, sino que superó expectativas con un concierto entretenidísimo, concentrado en algo más de una hora y convertido en pildorazo vitaminado. El grupo no inventa nada, pero a cambio lo hace todo bien: ya sea en la ejecución, el control de los tiempos, o arrastrando al público hacia una celebración en la que la interactuación resulta constante y determinante para el triunfo. Poco importó que solo treinta espabilados respondiesen a la llamada, porque los protagonistas habían venido a pasárselo en grande con la convicción de contagiar así al público. Su mezcla de surf, ska y rock & roll clásico de los cincuenta resulta difícilmente esquivable, sobre todo porque viene presentada de manera ininterrumpida y a velocidad supersónica. Una propuesta aderezada además con carteles y proclamas, bajadas del escenario (y, en sentido contrario, subida de los aficionados al mismo), o la escalada a la barra del local. Todo sucedía al pulso de una retahíla imparable de piezas instrumentales salteadas ágilmente con alguna tras el micro, con especial mención para “Twist At The Top”, la descacharrante “UNKAWA”, “Dos Chupitos”, una “Karate” deudora de Devo, o “Take It Off”, y a las que añadir sendas versiones del “Fun House” de The Stooges (maravillosamente llevada a su terreno) o “Wooly Bully” de Sam The Sham & The Pharaohs.
Toneladas de ritmo, en definitiva, perpetradas tras gafas de sol, tupés engominados y camisas vistosas, apostilladas por guitarra, saxofón, bajo y batería al tiempo de presumir de calidad y hedonismo a partes iguales. El torbellino de The Fuzillis pasó por el escenario de la zamorana Cueva del Jazz en Vivo, y mostró a un grupo descarado, generador de buen rollo y encantadoramente gamberro, en el enésimo recordatorio del poder sanador de la música en directo.
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