La alegre sintonía de “South American Getaway” de Burt Bacharach contrastaba con un día gris y presagiaba un concierto de corte clásico y elegante, pulcro y, por qué no decirlo, con cierto sabor antiguo, como de película en blanco y negro. Tal vez los años dorados de Neil Hannon se quedaron entre finales de los 90 y mediados de los 2000, pero este hombre que de joven parecía mayor y ahora se resiste a que la edad le pase factura -¡luce el mismo look dandi de la portada del “Casanova” de 1996!- sigue siendo un valor seguro encima de un escenario. Por supuesto, ayuda contar con una banda solvente. En lugar de tratar de replicar los arreglos orquestales de sus temas, uno de los sellos de The Divine Comedy, el quinteto que le acompaña se afana con los coros, cuenta con un tipo que rasga la guitarra como si fuese mitad Paul Weller mitad Johnny Marr, y tanto el acordeón como los teclados y el contrabajo cumplen de sobra con su cometido. Misión cumplida.
La voz de barítono de Hannon aguanta los envites más duros. Si la garganta no le alcanza -ocurrió con “The frog princess” y The summerhouse”-, lo arregla con una pequeña chanza y asunto resuelto. Sabe cómo salir airoso de todo tipo de situaciones, incluso de los que él mismo se autoinflinge: llegado “Your daddy´s car” dijo que el setlist se había configurado en estricto orden alfabético y, para sorpresa de los asistentes, así fue. Empezó con la trotona “Absent friends”, perteneciente a su último disco redondo, de título homónimo; cerró el show, ya con el público puesto en pie a modo de final de fiesta, con el habitual broche de “Tonight we fly”.
Noel Gallagher reconocía hace poco que tarda dos o tres meses en armar el orden de los temas de sus directos y que obedecen a un difícil equilibrio entre sus preferencias y los de la audiencia. Lo esperado, vaya. En este caso se salen por la tangente con una apuesta de máximo riesgo para un largo show de dos horas. La ocurrencia no siempre encajó. Por poner un ejemplo: la balada “Songs of love” cayó en la recta final, cuando el cuerpo pedía más revoluciones. Tampoco fluyó como debía la dupla formada por “Lucy” y “Mother dear”. En todo caso, se debe aplaudir el golpe de genialidad del músico británico. Los hits fueron cayendo uno tras uno, que es de lo que se trata, incluidos todos en el reciente recopilatorio “Charmed life. The best of The Divine Comedy”.
Quizás eclipsado por el concierto de Rufus Wainwright en apenas un mes también en el Kursaal, por ser un desapacible domingo de invierno o por el precio de la entrada (30 euros), quién sabe, el aforo se quedó más corto de lo que merece un cancionero infalible. “Everybody knows (except you)” o la grandiosa “Certainty of chance”, en realidad casi cualquiera del lote, pertenecen ya al panteón de la música popular inglesa de los últimos 30 años.
Sin las exuberantes cuerdas de sus discos, el hammond cogió vuelo en muchos pases del show, especialmente protagonista en “Generation sex”, convertido en todo un himno pop-mod. No fue el único guiño al movimiento que explotó a mediados de los 60 en Inglaterra. Todos los miembros salieron con entallados trajes grises, como si formaran parte de una banda de jazz modernista. En un momento hasta sonaron los acordes iniciales de “Pinball wizzard”, de The Who. Desde las pequeñas bromas hasta el gusto exquisito en todo lo que hacen, incluida la elección de Bacharach como intro, Neil Hannon y los suyos conectan con el pasado y le sacan chispa al presente. En total, fueron 120 minutos de muy buen pop atemporal. No es poco.
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