Las composiciones de Willy Vlautin (Richmond Fontaine) para la voz de Amy Boone (The Damnations) se convierten en directo en algo parecido a la conversación de dos amigas que ya van por su segunda botella de vino. Historias sobre dramas familiares, desengaños cotidianos, deslices y fracasos confesados. Sabia amargura y esperanza autosuficiente a partes iguales.
Son las preocupaciones de unos veteranos de la escena “alternativa” de los 90, que de gira ya no tienen que dormir en las casas de sus amigos ni tienen que conducir la furgoneta. Pero siguen en la carretera y sienten que tienen mucho en común con los camioneros de larga distancia que viajan por sus canciones.
Sin pisar el acelerador más de la cuenta en ningún momento, The Delines nos transportan a ratos al Nashville de Loretta, Patsy o Dolly. Y cuando parece que aquello se va a convertir en el VIP Lounge del Aeropuerto de Houston, Amy Boone se aparta del micro, la releva Freddy Trujillo con su bajo sinuoso colgado y una voz que nadie se espera, y apareces en el Austin de Doug Sahm y Freddy Fender.
Pero nunca se acercan tanto a la frontera como lo hacen Calexico. Su teclista es el joven Corey Gray, y cuando se levanta y se lleva la trompeta a la boca no necesita que el micro recoja el sonido porque lo que está soplando es brisa del Pacífico, parecida a la que soplara Chet Baker, con ese fraseo largo y sentido que inunda la sala de coolness.
Ante un centenar de respetuosos aficionados estos cinco músicos con pinta de profes de instituto dan una clase magistral de country-soul. Y nos vamos a casa con la lección bien aprendida: no estamos solos, pero muchos han pagado un precio demasiado alto por no estarlo.
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