Como una primera cita

Fue como una primera cita. Literalmente. 26 años queriendo quedar con los de San Francisco pero era su primera vez en Madrid. Mariposas en el estómago de los que abarrotábamos la sala. No nos dieron plantón y arrancaron puntuales. Vale, ya no son los peligrosos elementos que vimos en “Dig” (Ondi Timoner, 2004), pero se intuye a la bestia tras las gafas negras de Newcombe. Y así, la cita avanza, sin silencios incómodos, bajo un mantra de hasta 4 guitarras, órgano y pandereta. La charla fluye desde The Seeds hasta Spacemen 3. Y nosotros, embelesados, escuchamos. Ni una nota más alta que la otra, todo bajo el control del obsesivo líder supremo. Su voz, clara y redonda, tiene efecto narcótico. Y sin darnos cuenta, estamos contoneándonos con cadencia insinuante. Newcombe se enciende un cigarrillo. Queremos una calada, claro. Nos echa el humo en la cara: huele como a especias exóticas. Dos horas después y sin tiempo para los bises, la cita termina. La gente de la sala les manda al hotel. Silbamos y pataleamos. Pero no, nos dejan con las ganas… Con ganas de otra cita en la que, por fin, terminemos en la cama.