Al lado de la sala, detrás de la alambrada, la oscuridad se traga las vías del tren. El plástico se acumula en la zanja. Acabamos de aparcar. Las luces verdes de Santana 27 alumbran las siluetas de la gente que hace cola para entrar. Dentro, hay bastante público, que busca dónde dejar los abrigos, que se acerca a la barra, que curiosea por la mesa del merchan. En el baño de las chicas, ya hay una hilera que cruza el vestíbulo. Entre las sombras de la platea, buscamos un hueco. Falta media hora para los primeros y se barrunta aglomeración: “Esto se va a petar”, murmuro. Y ella me responde que sí con la cabeza. Jon me pregunta que de dónde son los teloneros.
Son franceses, del norte, de la bella Lyon, antigua capital de la Galia, donde los traboules y Paul Bocuse. Los teloneros son Not Scientists. Hace unos años tocaron en el pueblo. Y tampoco es ésta su primera vez en Bilbao. Sí será, me imagino, la primera vez que, por estos lares, tocan en un escenario tan alto y ancho. Y con tanto público. Suena una música de fondo con misterio casi gótico, se oyen voces enlatadas de alguna escena de película que no reconozco, y van saliendo ellos mientras más gente respetable se reúne por los aledaños del escenario. El trasiego no parará durante todo el concierto.
Nosotros les conocimos con Golden Staples, su anterior disco, del que tocarán unas cuantas. Reconozco, por ejemplo, la pegadiza “Perfect World” y una “Paper Crown” energética, bien abierta con las guitarras jugando al corre-que-te-pillo con la batería. Abrir, abren con “Push”, canción que, creo, también abre su último trabajo, Staring at the Sun. Se les ve el post-punk. Enseguida piensas que sí, que tienen razón los que escribieron que recuerdan a Killing Joke, a The Cure. Yo le digo a ella que si a Bloc Party. Y ella me arruga el morro: “Sí, pero no”. Pero por ahí andan, por el indie rock y la oscuridad nebulosa repleta de guitarrazos, con una masa madre que modela la base rítmica. Los ojos se te van a un batería que golpea fino y fuerte, uno de esos que parece, además, tocar con el cuello. Le pega más rápido a los parches en “Rattlesnake” y regresan a la oscuridad en “Downfall”. Cierran repertorio con su clásico “Leave Stickers on Our Graves” que termina con una bacanal de rasgueos, corroborando que tienen pulso y oficio. Quizás falte algo de originalidad, aunque fueron capaces de cambiar de ritmo y tonalidad. Fueron educados, mucho. Siempre con el eskerrik asko y el merci por delante. Al final, preguntaron si alguien les había visto antes en directo y celebraron agradecidos que, al menos, un par de personas levantaron la mano. Así que le añadieron el beaucoup al merci.
Salir de allí para respirar aire fresco en el cambio fue toda una aventura, que había que ir haciéndose hueco como el picante desbrozando la jungla a machete en la novela de Luis Sepúlveda. E imagínate para volver. Parecíamos piezas de tetris, encajando entre los cuerpos que ya se habían situado, buscando un hueco desde el que poder ver la segunda parte del show, que ya se anunciaba con una enorme sábana blanca, decorada con el blasón de la banda. Como en otros conciertos de The Baboon Show, son los AC/DC los que caldean el ambiente. Suena el “You Shook Me All Night Long” y ves cómo a la gente se le van enervando los músculos. Alguna agacha la cabeza al suelo y la agita, como invocando a los espíritus de la euforia. Otros empiezan a levantar los brazos, apretando los puños al aire o sacando el dedo cordial a pasear. Y cae el telón.
Detrás de la espesa bruma de una música sacra, aparece un torbellino llamado Cecilia Boström, encabezando a su guerrilla babuina. El comienzo es eléctrico, como no podía ser de otra forma. Y renovado, porque se enganchan, seguidas, tres canciones de su último disco, que la gente parece conocerse muy bien. No tanto con “Made Up My Mind”, la que abre disco y bolo, pero sí con “Rolling”, porque quizás el estribillo lo permite, y con la que nomina el álbum, “God Bless You All”, que muchos corean con arrebato. Lo voy a decir ya, aunque no quiera: sorprende que abandonen la cara B de su nuevo disco, a excepción de una delicada y sentida “Prisoners” que servirá, al final del concierto, para que la cantante se prepare para el bis y para que se luzca, a las voces, Håkan Sörle. El resto del repertorio más reciente viene de la cara A, que, sorprendentemente (o quizás no), parece entusiasmar más que otras canciones antiguas. Como ejemplo, “Oddball”, que llega en el bis y azuza a la masa, con mucho público atragantándose el alma en el pescuezo mientras repiten el estribillo. Cuando suenan “Queen of the Dagger” o “It’s a Sin”, la que está al lado mío sufre un ligero ictus de felicidad y delirio que no parece acompañar la gente que la rodea. Al menos, no con la misma pasión. Y no pretendo tirarme el moco patético ni hacer juicios de valor. Venir ahora a decir, “eh, yo los vi antes en una sala pequeña”, no. Tenemos una edad, y esas chorradas siempre nos dieron vergüenza ajena y ardor de estómago. Solo lo digo para constatar lo obvio: los Baboon Show han dado un salto hacia delante y de una zancada han subido veinte peldaños. Lo dejó claro el público renovado, donde además se percibían distintas edades y orígenes, en una sala petada que creo que sobrepasa las tres cifras de aforo. Pero lo mejor de todo esto es que en esa ganancia no se les perciben pérdidas sustanciales. Siguen siendo, en el escenario, gente llana y comprometida, que se lo curra, que hacen música de esa que demuestra que el arte puede ser mucho más trascendente que la política. Al menos, cuando se trata de saber quiénes somos y por qué. Ahí arriba, aún desprenden eso, y con sudor.
Dicho esto, que sí, es un exabrupto por el que me excuso, seguimos con el concierto, que, tras el comienzo más flamante, regresa a los éxitos que han ido labrando su carrera. Encadenan, sin traba alguna, “Me, Myself and I”, “You Get What You Get”, “Queen of the Dagger” y una “The Shame” bien abierta a la guitarra, que luego se lucirá con un tapping mientras Frida Ståhl nos regala una estampa clásica, con el pie sobre el monitor. El nuevo disco ha traído otros sonidos a la banda. Se acercan al pop en “Gold”, por ejemplo, aunque sonará más granulosa en directo. Sin embargo, la variedad siempre ha caracterizado a una banda que entendió el punk como algo amplio. Así, en “Hurray”, recuerdan a AC/DC, con un riff más cercano al hard rock y que embelesa igual.
Después de esta, Cecilia Boström se toma un descanso. Su ejecución durante todo el bolo es arrolladora. Baila, salta, se inclina, baja las escaleras, las vuelve a subir, busca el apoyo de los brazos de la peña para presentarse como un mascarón de proa. Canta mientras hace calistenia. Es fascinante y nunca parece postizo. Pero es humana. Necesita respirar. La digresión más larga viene con el entremés que usan para presentar a la banda, que se alarga demasiado, pero se comprende porque el esfuerzo físico es evidente. Durante la presentación, Cecilia Boström decide que Håkan Sörle debe seguir sin gorra, demuestra la ironía de las referencias religiosas en el disco con un comentario sobre la camiseta de Frida Ståhl, que es, en realidad, una de L7, y, finalmente, sale del fondo Niclas Svensson al son del “The One and Only” de Chesney Hawkes.
Tras todo esto, la cantante vuela sobre las cabezas del respetable, mientras Håkan Sörle toma el relevo y canta la pegadiza “Dig On”. A la mitad, nos pide que mostremos el dedo medio. Tras la ya mencionada “Gold”, viajan en el tiempo para tocar una favorita de la cantante, según confiesa ella misma. Es “It’s a Sin”, con esa frase que abre y que parece encender un interruptor en tu sistema nervioso: “So you are the one that I’m supposed to be”. El guiño más punk, para los que disfrutábamos de sus inicios, permanece. La prueba: menos de dos minutos de vértigo instantáneo con “Boredom Boredom Go Away!” Nos piden que les sigamos, y lo hacemos, de regreso a “Punk Rock Harbour”. Por supuesto, fieles a sus valores, el bombo penetra cuando cierran a palo “Same Old Story” y la gente se viene arriba con “You Got a Problem without Knowing It”. Aún más arriba se viene Cecilia Boström que se sube al bombo. La gente canta firme el estribillo, y mira que es difícil pronunciar tanta palabra a tanta velocidad. La velocidad decae en el cierre, cuando el guitarrista, que ha recuperado su gorra, demuestra versatilidad y maestría, tanto al instrumento como en la parte vocal, cantando “Prisoners”.
No tardan mucho en arrancar un bis definitivo y acelerado, para el que Cecilia Boström cambia de vestimenta, usando ahora el traje con el que aparece en el video de “Gold”. Ha recuperado fuerzas y hasta hace la rueda mientras Håkan Sörle se marca el punteo de “Tonight”. La efervescencia se exalta con “Oddball” y sorprenden eligiendo aquella “Playing with Fire” que regrabaron para un trabajo con Filferro Records, añadiéndole las partes en castellano. Esa es la versión elegida: “Jugando con Fuego”. Pero al fuego le echan gasolina cuando cierran con “Radio Rebelde” y los puños al aire se reproducen, las gargantas corean más fuerte que nunca.
Se despiden juntos. Se abrazan. Lanzan besos. Frida Ståhl reparte setlists y mientras tanto suena por detrás Patti Smith con “People Have the Power”. Y te quedas como descansado, como ligero de peso, pero con la abrumadora consciencia de que fuera te espera de nuevo la realidad, las vías del tren en la oscuridad, el plástico en la zanja. Da igual, el regusto queda. El gozo será completo cuando podamos ver en directo a Korslagda Kukar.
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