Experiencia inenarrable
ConciertosSwans

Experiencia inenarrable

9 / 10
Don Disturbios — 23-02-2024
Empresa — Primavera Sound
Fecha — 22 febrero, 2024
Sala — Razzmatazz 2, Barcelona
Fotografía — Christian Bertrand (cedidas por la organización)

Hay experiencias que no pueden ser descritas, deben vivirse para tomar consciencia de lo que implican. Del mismo modo, hay conciertos que son una experiencia inenarrable en sí misma. Una que va más allá de la contemplación, disfrute y escucha de un espectáculo. Bolos que son, en realidad, un viaje sensorial al más allá con billete de ida y vuelta. Solo de esa forma cabe calificar lo que pasó el pasado viernes 22 de febrero, durante las dos horas y cuarenta y cinco minutos del despliegue sónico de los estadounidenses Swans sobre el escenario de la sala 2 del Razzmatazz de Barcelona.

A partir de aquí poco más puedo añadir que no sea repetir y dar vueltas sobre la misma idea. Esa combinación de barbarie, catarsis, vapuleo doliente y trance que puede salir de las notas, suspendidas, vibradas en el aire, disparadas con alevosía por la banda de Michael Gira. Pocas veces he sentido la vibración epidérmica con tanta intensidad. Pocas veces me he dejado llevar cerrando los ojos, ajeno a lo que pasara sobre el escenario. Pocas veces el anodino y estático juego de luces blancas y rojas me ha importado tan poco.

Afirmaba el propio Michael Gira, en la entrevista que publicábamos en este mismo medio tan solo hace unos días, que se sentía bendecido de que Swans estuviera formado en esta ocasión por “estos individuos en los que confío completamente: Kristof Hahn, Dana Schechter, Larry Mullins, Christopher Pravdica, Phil Puleo y yo mismo”. Pues si él se siente bendecido, nosotros estuvimos subyugados. Hay algo de entrega masoquista a la hora de enfrentarse a su directo. No quiero ni pensar lo poco que duraría un no iniciado frente a tan solo quince minutos de brutal exposición sonora. Saldría cagando leches en busca del bálsamo del silencio. O quizás, sufriría el mismo desmayo que tuvo una pobre oyente del público cuando tan solo había transcurrido una hora. Pero es que el concierto no fue fácil de domar. Requería entrega incondicional. Requería sometimiento porque, solo a partir de ahí, podía emerger el gozo místico, el coloque sensorial sin sustancias ajenas al organismo. Solo con el sangrado de los tímpanos y el intenso golpeteo de las notas en el bajo vientre, podías integrarte en un todo con el envolvente sonido de la sala.

Afirmaba Michael Gira en esa misma entrevista a la que aludía antes que: “la música es mi iglesia y para bien y para mal es lo más cerca que nunca estaré de Dios. No creo tener mucho en común con la mayor parte de la música que se hace en estos tiempos, pero no es lo que pretendo”. Es curioso que el maestro de ceremonias, el sacerdote de la misa sónica, hable de Dios cuando lo que yo experimenté en realidad fue un viaje a los infiernos. Pero fue al tocar fondo, en el último de los diferentes círculos, cuando de golpe me elevé en un éxtasis que me hizo flotar hasta estar cerca de no sé muy bien qué, por culpa de mi ateísmo.

Sabía que un concierto así no podía ser descrito. Sabía que solo iba a escribir una sarta de sandeces. Pero ¿qué más puedo añadir para ser honesto? Tan solo que, si tuviera la oportunidad de repetir hoy, no lo haría. Una experiencia como esta deja una huella que tarda en remitir. Por eso no volvería a pasar por lo mismo en al menos dos años. Y es que a veces el placer puede ser tan exigente que te deja totalmente seco. Sin ganas de volver a pasar por lo mismo. Al igual que un potente viaje psicodélico, un bolo de Swans hay que digerirlo con calma para extraer las conclusiones que te ayudarán en el el futuro o no. Eso ya depende de ti mismo.

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