Pasaban varios minutos de las siete de la tarde y en el Palau Sant Jordi de Barcelona aún se oían pruebas de sonido. Volviendo a pisar L’Anella Olímpica, como ya hizo en junio para Beyoncé, la venezolana Arca se encargó de amenizar la espera a través de una rave de música experimental que a muchos les sirvió de after para seguir con la fiesta de Halloween de la noche anterior. Y menos mal que estaba ahí para amenizarla porque Madonna, la todavía poseedora del título de Reina del Pop, se tomó demasiado en serio eso que se dice de “diez minutos de cortesía” cuando uno llega tarde. “Madonna: The Celebration Tour” arrancaba hora y media más tarde de lo previsto aunque prendía la mecha de un espectáculo sin precedentes dispuesto a rememorar lo bueno, lo malo, lo feo y lo bello que ha marcado la carrera de una de las mayores eminencias musicales que existen.
Debe ser pletórica la sensación de ver un recinto con capacidad para prácticamente veinte mil personas lleno a rebosar, especialmente si llevas cuatro décadas en la industria del entretenimiento petándolo de forma perpetua sin importar la generación que te recibe. Quién le iba a decir a aquella joven de Michigan, que viajó a Nueva York con tan solo treinta y cinco dólares en el bolsillo para probar suerte en la danza, que en 2023 emergería de una plataforma circular móvil –acompañada por Bob The Drag Queen– siendo la protagonista de su propia retrospectiva convertida en celebración. Endiosada portando un tocado que emulaba el halo celestial de una divinidad, Madonna inauguró la velada al ritmo de “Nothing Really Matters” y “Everybody” antes de entablar conversación con el público que asistió a su encuentro. Chapurreando algo de español, la cantante se apoderó del papel de anfitriona con la intención de introducir lo que estaba por venir; un repaso histórico del recorrido que carga a sus espaldas desde 1983. Un legado inmaculado que ya es uno de los pilares base de la cultura contemporánea. “Esta es mi vida” dijo emocionada simulando reencontrarse con su yo del pasado.
“Into the Groove” encabezó un no parar de canciones únicamente interrumpido por los tres interludes –“Act Of Living For Love/The 90’s”, “The Beast Within”, “I Don’t Search I Find”-– actuando como separadores. La apertura la dedicó a sus orígenes, dejando sonar los clásicos “Holiday” y “Open Your Heart” destacando la ausencia del hitazo “Lucky Star” (tan solo apareció un fragmento al principio). “Burning Up” protagonizó el primer gran momento de la noche; homenaje al bolo que dio en el CBGB de Nueva York junto a The Breakfast Club. Ni siquiera había llegado a “Erotica” (92) cuando controversia y politización empezaron a hacer acto de presencia; el tono festivo disminuyó para incrementar la sensualidad de lo prohibido luego de refrescarnos la memoria sobre la problemática que supuso el VIH en esa época. La melancolía de “Live To Tell” dio paso al imprescindible “Like A Prayer” por medio de un ritual impío a lo “Eyes Wide Shut” (99), alcanzando su máxima intensidad en la sesión BDSM donde todo, salvo la censura, estaba permitido. Cuerpos en movimiento se rendían al placer de gemidos envolventes mientras eran observados por el ojo del voyeurismo.
Del cuero pasó a la lencería y del halo celestial al rubio platino de la icónica peluca que llevó el tiempo que estuvo ocupada con “SEX” (92). “Papa Don’t Preach”, “Justify My Love” y “Fever” llegaron poco después de ser dominada en una cama en medio del escenario por la Madonna que vistió el legendario corsé de Jean Paul Gaultier. Seguidamente, y como era de esperar, los asistentes estallaron enloquecidos al reconocer los primeros acordes de “Hung Up” mezclado con el remix recientemente publicado de la mano de Tokischa. “Bad Girl”, sin embargo, retomó el sentimentalismo debido a la aparición de Mercy James –hija de la cantante– tocando el piano. El verso “you will always be my baby” acabó de confirmar que se trataba de una carta de amor a MJ y los demás hijos que irían participando en alguna de las canciones, ya fuera bailando o tocando algún instrumento. “Vogue” fue también otro de los momentos más esperados; varios bailarines deslumbraron en la pasarela juzgados por la propia Madonna y Arca, quién volvió a subir al escenario.
Tras escuchar “Human Nature/Crazy For You” y “Die Another Day”, la escenografía, hasta ahora marcada por luces estroboscópicas, una bola de discoteca y proyecciones simultáneas, cogió un rumbo distinto encapsulando la versatilidad musical y estética de la estadounidense al recuperar la cowgirl de “Don’t Tell Me” o la american life de “Mother And Father”. Hubo un momento que paró la música e improvisó queriendo lanzar un mensaje de amor y fraternidad, pero quedó un poco raro. Al margen de que se hiciera un lío ella sola, sin tener muy claro que quería decir o cómo quería decirlo, dio la sensación de que estuviera pensando en las críticas recibidas por haberse posicionado a favor de Israel en el conflicto que azota Oriente Medio. Todo con motivo de tocar su propia versión de “Survive”, seguida de “La Isla Bonita”. Asimismo, durante el último interludio se mostraron imágenes de archivo etiquetadas como “todas las cosas controversiales que he hecho en mi vida”. Por último, “Ray Of Light” se desmarcó de “Bedtime Story” y “Rain” gracias a la innovadora performance donde fue sumergida –a través de un croma– en el mundo digital de los visuales en pantalla. A más de uno le saltó la lagrimilla cuando la silueta proyectada de Michael Jackson interpretó “Billie Jean” intercambiándose con la de Madonna para hacer lo mismo con “Like A Virgin”. Rey y reina tuvieron el tiempo justo para poder reencontrarse tras la muerte inesperada de Jackson en 2009.
A pesar de todas las palabras que pudiera usar, ni cantidad ni calidad le harían justicia a lo vivido dentro del Palau Sant Jordi. Contemplar a una señora de sesenta y cinco años hacer las cosas que hace demostrando ser capaz de adaptarse a los tiempos que vengan, desprendiendo una energía tan jovial de mente abierta es asombroso. Es que decir eso incluso se queda corto. Ahora bien, no hay que dejarse engañar idealizándola; siendo la gira que celebra cuarenta años de carrera, se queda corta en ocasiones. Quizá sea cosa mía, pero me da la sensación que hay éxitos musicales que se quedaron por el camino y deberían haber sido incluidos. En cierto modo, digiriendo los sentimientos post-concierto te das cuenta de que algo te sabe a poco. Pero vaya, este tour es una cita musical obligada que nadie se puede perder. ¿A quién no le va a gustar una gira que engloba múltiples eras en una? Si no que se lo pregunten a las swifties, a ver que dicen.
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