Llegó, vió y venció. Así de fácil lo tuvo Sting en la gira de presentación de su último álbum, “Brand New Day”, un leve empujón a la irregular trayectoria sostenida por el británico desde que decidió abandonar el cuerpo de policías. Y es que las nuevas generaciones, portadoras de una confusión y despiste incomprensibles surgidos de la pretenciosidad y harto insuficientes en materia de directos, se lo ponen en bandeja a las viejas glorias, sobradamente competentes a la hora de satisfacer al respetable combinando con veteranía los ingredientes necesarios. Basta con aplicar la fórmula infalible sin ningún tipo de complejos: intercalar las nuevas composiciones que justifican el tour entre un imprescindible puñado de hits capaces de levantar a la audiencia más desarraigada. Si a esto se añaden una banda de probada eficacia, un espectacular juego de luminotecnia y un vocalista carismático que mantiene el tipo con dignidad sin resentirse apenas por el paso de los años, los posibles factores capaces de malograr el evento se reducen a cero. Los músicos pusieron todo su empeño desde el primer momento, arrancando con una previsible concatenación de temas extraidos de las entregas más recientes, pero el importante grueso de calvas incipientes y consolidadas patas de gallo proclamaba con el corazón -sic- el derecho a percibir su ración de éxitos de antaño. Y ahí si que el otrora líder de Police, huyendo de las especulaciones y las poses incongruentes, soltó la carnaza sin ningún tipo de reparo: “Roxanne”, “Message In A Bottle”, “Englishman In New York”, “Every Breath You Take” o la delicadeza de “Fragile” demostraron que la rentabilidad de un pasado triunfal garantiza con creces un futuro placentero.
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