Hace tiempo que Steven Wilson goza de un estatus de culto más allá de géneros. Incluso en su última época como líder de Porcupine Tree, referentes del rock progresivo cuya separación en 2010 provocó un notable descalabro entre su creciente legión de seguidores, el músico británico logró aunar a públicos dispares, desde amantes de la psicodelia a fans del rock alternativo. Siempre avezado a la experimentación y a los largos desarrollos, su último trabajo de estudio, “To the Bone” (2017), cogió a muchos por sorpresa debido a su acercamiento a sonidos netamente pop, aunque las melodías luminosas, las guitarras acústicas y las estructuras más sencillas asomaran ya en trabajos anteriores de su carrera en solitario como “Hand Cannot Erase” (2015).
Sin embargo, ha sido el citado “To the Bone” el que ha marcado un punto de inflexión en la trayectoria del artista, como demuestra su dilatado tour actual, que lo ha traído por segunda vez a nuestro país en apenas un año. Además, en un escenario especialmente idóneo para su propuesta como es el auditorio del Fórum de Barcelona, algo menos lleno que en su anterior visita pero igualmente entregado. En pocas palabras: quien estuvo la primera vez ha repetido en esta ocasión. Y es que Wilson ofrece todo lo que un seguidor de su dilatada discografía podría desear: dos horas y media largas de música –si descontamos el descanso de veinte minutos en mitad del set y otros tantos dedicados a los parlamentos y bromas del músico, algunas más inspiradas que otras–, servidas con una puesta en escena elegante, una banda de virtuosos comedidos –algo que se agradece– y un sonido poco menos que perfecto.
Canciones recientes (la pegadiza “Pariah”, esta vez sin Ninet Tayeb; la hipnótica “Song of I”; la psicodelia sideral de “Home Invasion / Regret #9” y sus destellos djent; la mágica “The Same Asylum as Before”) se alternaron de forma natural con temas de la que fue su banda nodriza (“The Creator Has a Mastertape”, “Don’t Hate Me”, la emotiva “Lazarus”, “The Sound of Muzak” o la contundente –y muy Tool– “Sleep Together”). Hubo tiempo, también, para la inesperada recuperación, ya en los bises, de una desnuda versión de “Blackfield”, de su banda homónima. Un repertorio ecléctico con ecos a Pink Floyd, Radiohead, Anathema, The 3rd and the Mortal o Depeche Mode que reverberaron entre notas y arreglos, filtrados por el tamiz del británico. Éste se atrevió incluso a reivindicar a ABBA con la vibrante y netamente pop “Permanating”, en la que pidió a la audiencia que se pusiera en pie para bailar con su única canción alegre. “Al menos tengo una en mi repertorio, toda una celebración de la vida”, afirmó. Todo lo contrario que “The Song of Unborn” o “The Raven That Refused to Sing”, ocho minutos de pura melancolía cuyo épico clímax, subrayado por un acongojante videoclip de expresivos personajes animados, cerró la velada sumiendo a la audiencia en una indescriptible mezcla de tristeza y euforia. Extremos de una apuesta artística que sigue ampliando horizontes sonoros y emocionales.
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