La bestia Steve Smyth regresaba a Zamora por tercera vez (cuarta si tenemos en cuenta que la temporada pasada ofreció dos actuaciones consecutivas en el mes de mayo), fiel a su cita anual con un público que, tal y como era previsible dada la fama precedente, agotó entradas con antelación. Inmerso en una extensísima gira peninsular, el australiano volvió a tomar el escenario del Avalon Café para ofrecer otro inabarcable carrusel de emociones, en el que la intensidad es el nexo común y constante que armoniza sus diferentes estados. El músico abarca, con asombrosa naturalidad, desde la sensibilidad a flor de piel de Jeff Buckley a la visceralidad descontrolada de Tom Waits, exponiendo ambas vertientes ante un local abarrotado de fieles rendidos al espectáculo.
Aunque el efecto sorpresa haya mermado irremediablemente, se mantiene sin embargo el impacto de esa pasión desmedida y vocacional que el músico ofrece sobre las tablas. Su mezcla ardorosa de folk, rock y blues resulta irrefrenable en directo, con el vocalista vaciándose mientras acapara toda la atención. Ya fuese en solitario (absolutamente desenchufado incluso llegó a presentar un espléndido tema nuevo) o expeditivamente acompañado de bajo y batería, la profundidad de sus canciones y posteriores consecuencias resultan inmutables. Steve abrazó, brindó, besó y, en definitiva, celebró con todos los presentes a lo largo de ochenta minutos. Y es que parte de su irremediable magnetismo radica en una humanidad desbordada (también trasladada a su obra) y la sinceridad del cara a cara.
Todo sucedió sin que la versión óptima del personaje llegase a aparecer, lo cual da una medida fiable acerca de su talento y descomunal presencia escénica. Cualquiera que lo haya visto alguna vez al sobre el escenario sabe de qué va la experiencia, y aquel que aún no lo conozca debería localizar la fecha más próxima y pasar a formar parte para siempre de la congregación Smyth.
Lo siento, debes estar conectado para publicar un comentario.