Flor ahumada del huerto de los 90, esa década que tanto importa y trasciende en el pop y el rock independiente contemporáneo, el grupo anglo-francés Stereolab se ha concedido una nueva oportunidad desde que en mayo de 2019 detuviera su parálisis de más de una década (febrero 2009 en Tokyo como última vez). Este concierto donostiarra formaba parte de un largo tour de salas y significa, si no llevamos mal la cuenta, su cuarta visita vasca, tras las de 1997 y 2004 al Kafe Antzokia bilbaino y en 1999 en Egia (también les vimos en un Primavera barcelonés en 2006). Con todo el papel vendido (es un decir, ahora casi todo es telemático), se presentan en quinteto que luego especificaré porque será mejor atender antes otras cosas.
A nada que se exija un mínimo de ventura, te encuentras con un principio de sospecha en este tipo de reuniones tardías, con tanto precedente de leyendas, o aspirantes, paseando su alimenticia o fatigosa senectud, pero no es el caso. Por contra, sólo cabe la rendición (fascinación en realidad) más absoluta. Stereolab, que no tiene nada nuevo desde 2010 pero que no cesa su flujo de interesantes descartes y rarezas anteriores (colección “Switched On”), configuran un set perfectamente equilibrado a modo de vademecum enciclopédico en el que caben todos sus hallazgos y mixturas audaces, tan audaces que antes de ellos y sus tiempos modernos, en cualquier otro encuadre histórico podrían ser tomados como desvío estrambótico. En realidad, Stereolab estaban creando en su particular y modesto laboratorio una música para el siglo XXI, o al menos para sus primeras décadas, en base a reavivar una serie de útiles que todos juntos se conviertirían en un avant pop, o post rock, del que siguen tirando muchos músicos contemporáneos que les nombran, mientras otros participan del espíritu sin necesidad de parecerse (me permito recomendar al joven trío The Orielles de Manchester y en especial su álbum "Tableau" como uno de los últimos portadores de ese duende).
En ese sumario de sonidos, que varias veces se ha tildado de retrofuturista (que no retromaniaco), con el manejo persistente de guitarras y sintetizadores Moog, se cobija al mismo tiempo, incluso en el contexto de una misma canción, cosas tan dispares como psicodelia y lounge espacial, Velvet y Sonic Youth con la Francoise Hardy ye-yé o alteraciones jazzísticas, Brian Wilson y kraut germano vía Neu!, electrónica y tropicalia..., es decir reconstruyen (y decostruyen) con finura algunas de las mejores cosas de la historia musical de la segunda mitad del s. XX para traerlo al actual (y no olvidemos que factotums del calibre de Dylan o los Stones, sin ánimo de comparar, también extraían materiales añejos en su potaje, porque la música es siempre un revoltijo (y un desafio), si no quiere quedarse en voluntarismo y adiestramiento). Lo conseguido, un policromatismo comparable a un trébol de cuatro hojas, o si prefiere una muy precisa (y fascinante) indefinición que camina por una senda de ruido, melodía, baile, hipnosis y trance. A veces las guitarras suenan feroces y a gran velocidad, es rock en estado puro, pero alejadísimo del cliché rockista y su máscara visible; no pretende epatar-por-la-patilla, sino llevarnos a una zona de fantasía, casi de ciencia ficción a través de emociones y conexiones neuronales que sólo la música, esta música, puede lograr.
Ahora tal vez sea el momento de enumerar al quinteto. Laetitia Sadier (que también estuvo sola y bajo el agua en Azkuna Zentroa en 2014, en Gazteszena en 2010 y con su proyecto Source Ensamble en 2017 en Kutxa Beltza y Kutxa Kultur Kluba), canta en francés e inglés, toca un pequeño teclado o la guitarra con la zurda. Sin acudir a su condición femenina, es la única pieza reseñable por su elegancia, discreta eso sí, porque el resto no presenta imagen ni gesto alguno, ni falta que hace. Tim Gane demuestra que es un guitarrista fuera de serie, además de máximo creador de lo que aquí suena, y el resto secundan a la precisión. Joseph Watson, de Brighton, a los teclados, está con ellos desde 2004, también ha sido su ingeniero de sonido en sus últimas grabaciones, pero por la calle podría ser confundido con un pedestre oficinista. La sección rítmica se compone del batería Andy Ramsay, miembro casi fundador del grupo, más el bajista valenciano Xavier Muñoz Guimera (en algún momento se le "escapó" algo en castellano).
Del repertorio ya hemos destacado su capacidad de síntesis de lo que ha sido la trayectoria de la banda. Lo complicado va a ser distinguir algún pico en un conjunto tan redondo. Pero puestos a ello, voy a la experimentación kraut y esas complicidades velvetianas del rock espacial de "Mountain" (Hawkwind en la memoria), el ritmo trotón de "Super electric", el motorik enloquecido de "Harmonium", el noise modern lover acompasado de "Low fi" o el juego de contrastes de "U.H.F.-MFP", pero claro sin olvidar el encanto easy listening afrancesado de "Neon beanbag" con que iniciaron la hora y media larga de actuación, el sonido reflectante, cinemático y bailable de "Miss modular", los casi quince minutos cambiantes de "Refractions in the plastic pulse" (en disco supera los 17), lo más parecido a una suite en varios movimientos, la balada noir y semi marciana de "Pack Yr romantic mind"... o un bis que enlaza la amabilidad de "The free design" con el frenesí de "French disco" y un fragmento planeador de "Simple headphone mind". Pues sí, tenían mucha razón la buena gente del Dabadaba. Stereolab es institución pionera de todo lo que (nos) mola, tras treinta años de excitaciones varias.
Concluir que antes actuaron Mecánica Clásica, pero salir de Bilbao cuando va a empezar un partido en San Mamés, y alcanzar la entrada a Donosti cuando se va a repetir la jugada en Anoeta, convierte un viaje de poco más de una hora en casi dos. Así que llegamos sólo a los últimos minutos. En ese breve espacio de tiempo su propuesta nos llevó a aquellas que practicaban Neuronium o Suck Electrònic Enciclopédic, pioneros de la electrónica cósmica catalana de final de los años 70. Pero es sólo una sensación limitada a ese instante
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